EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Prefiero a mis taxistas

Aurelio Pelaez

Mayo 12, 2006

 

La diferencia entre los taxistas de la ciudad de México y los de Acapulco es que, los de acá platican, hablan, cuentan sus penas, chismes, historias.
Lo que adelante se platica es el resultado de una encuesta entre amigos y amigas que han tenido experiencias paralelas en las dos ciudades, el centro y la periferia.
Allá, después de medir a media docena de choferes escoges uno, que en cuanto subes pusha el botón del taxímetro. Si eres hombre te dice ‘dónde vamos Don’; si eres mujer, ‘dónde la llevo güerita”. En el viaje, si no eres de fuera, nada más vas mirando el conteo del taxímetro, y en una de esas tendrás la fortuna de ser el pasajero número cien al que, en un alto, recibes la sorpresa de que dos güeyes agarran y abren la puerta y te apunta con una pistola a las costillas –antes hizo como que amenazó al chofer– te obliga a sacar la cartera, busca tus tarjetas de crédito, te pide tu nip y por una hora, antes y después de la media noche, se dedica a vaciarlas.
Al final, te dan un madrazo, te sacan del taxi, te dicen que no voltees y el taxista y su compinche –o viceversa– huyen como todos los ladrones, con rumbo desconocido, según los partes policiacos y las notas periodísticas. ¿Acaso habrá un malandrín que deje la tarjeta del destino a donde se lleva tus futuras deudas?
Pero bueno, la conclusión es que en todo el recorrido el taxista no te hace plática ni madres, más que cuando concluye el banderazo del servicio y compruebas, uf, que te alcanza para pagar.
Acá en Acapulco, el asunto es que tomas un taxi, y el compañero chofer te está dando ya el parte de los incidentes del día. Si te dejas, te dice que el día ha estado jodido y qué desayunó en la mañana. Si te recoge cerca de tu casa, se acuerda que por ahí dejó a una tipa hace una semana que le pagó con un billete de 500 pesos, pero que él, afortunadamente, traía cambio y en monedas de 10 pesos y se acuerda, ‘primo hermano’, que a esa señora la ha llevado a cierto motel y por cierto, con un cabrón que no era su esposo.
Además, pueblo chico, infierno grande. Porque a pesar de todo, pues, Acapulco sigue siendo un pueblo y quien quita que ese señor que te lleva a algún lugar de mala muerte (¿acaso hay muertes buenas?), sea el honorable vecino que sale a regar sus plantitas y te ve salir todos los días a tu honorable trabajo.
Pero si de tomar taxi se trata, dos consejos: una, negocie el precio de la dejada; dos, procure que el conductor sea un chaparrito y mayor de 60 años por si el trato se va a la yumba; tres, no los haga enojar porque si no sacan el aparato de banda civil y en menos de cinco segundos se verá rodeado de unos doscientos trabajadores del volante, con el bastón de seguro en mano dispuestos a sacarte los cinco pesos extras que te cobraron o si no, te quebrarán la cabeza y te acusarán de asaltante.
Pero bueno, eso es pecado menor. Ya en tanto, escuchaste en un breve lapso todo el repertorio musical del taxista, que incluye temas donde se habla de que el ‘día que me maten’, ‘el día que me muera’, ‘cuanto esté en mi tumba’, y toda una serie de militancias necrofílicas que dejan a uno temblando no bien se toca el suelo.
Puestos los dos casos en la balanza, dicen mis amigos y amigas que son usuarios de este servicio en ambas ciudades, lo mejor es entenderse con los taxistas locales. Por lo menos, los incidentes quedan entre nosotros.