EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Presidenta Clinton?

Saúl Escobar Toledo

Octubre 26, 2016

El próximo martes 8 de noviembre es muy probable que Hillary Clinton se convierta en la primera Presidenta de los Estados Unidos… y una buena parte del mundo respirará aliviado. Las encuestas le dan un margen de triunfo bastante amplio sobre todo si se considera el número de votos que se requieren bajo el sistema de democracia indirecta que rige el sistema electoral de nuestros vecinos. Según el New York Times (NYT) la posibilidad de Hillary es de 93 por ciento sobre su oponente. El fortalecimiento del dólar frente a otras monedas también confirmaría esta percepción en el ámbito de las finanzas mundiales. Hasta las casas de apuestas le dan a la candidata un margen de 7 a 1 a su favor. Así que solo un hecho completamente insospechado podría cambiar el resultado.
Aunque las encuestas electorales han fallado a la hora de la verdad en países tan distintos como Inglaterra y Colombia, en el caso de las elecciones de Estados Unidos los acontecimientos de las últimas semanas han fortalecido la expectativa de una victoria de los demócratas. La atención parece recaer ahora en la distancia entre los dos candidatos y sobre todo en saber cuál partido será mayoritario en la Cámara de Representantes y en el Senado.
Desde luego, el triunfo de Trump aún es posible: el resultado final puede ser distinto al anunciado debido al llamado voto escondido (los encuestados no dicen la verdad), por el abstencionismo de los votantes más jóvenes o los electores latinos (sobre todo mexicanos), o por otras razones ahora no muy claras.
La victoria de Clinton, si se confirma, dará certeza y confianza a un amplio grupo de intereses y personas en muchas partes del mundo básicamente porque consideran a Donald Trump una terrible incógnita. Ni los grandes inversionistas financieros, ni los accionistas o gerentes de las grandes empresas multinacionales saben bien a bien qué esperar si llegara al triunfo y temen, con cierta razón, que sus anunciadas medidas proteccionistas y su oposición al libre comercio, sus opiniones erráticas sobre las alianzas de Estados Unidos en diversas regiones del mundo como Europa (OTAN), el conflicto en Siria, y sus simpatías hacia Putin, entre otros temas, puedan convertirse en acciones de gobierno que convulsionen al mundo.
Desde luego, en América Latina y sobre todo en México y Centroamérica, las políticas antiinmigrantes han causado un gran repudio y alarma. El error de Peña Nieto de invitar a Trump a nuestro país se consideró tan desafortunado como difícil de entender. En los últimos días parece haberse aclarado que ello se debió a un pleito político personal de Peña con Clinton y Obama, y no a un acto de gobierno que representara ya no digamos el sentir de la inmensa mayoría de los mexicanos sino ni siquiera la de su élite económica o política.
En Estados Unidos, un amplio grupo de personas, instituciones, intereses y grupos políticos también han repudiado a Trump. Desde las posiciones más progresistas del partido Demócrata representadas por Bernie Sanders hasta destacados liderazgos del partido Republicano. Hay también motivos muy evidentes para que una gran parte del electorado femenino, los jóvenes, los afronorteamericanos y los latinos no voten por Trump. Tampoco parece tener mucho apoyo entre la intelectualidad (incluyendo la tecnocracia neoliberal) que antes apoyó y participó activamente en los gobiernos de Bush padre e hijo. Y hasta los medios de comunicación más importantes dudan o hacen campaña abiertamente contra él y a favor de Clinton (como el NYT).
En lo que toca a los sectores progresistas, The Nation, una revista que refleja el sentir de algunas de estas corrientes de pensamiento, ha llamado a votar por Clinton, como antes lo hizo por Sanders en las primarias demócratas, aduciendo que el triunfo de Trump significaría una “catástrofe” para Estados Unidos y para el mundo, dada su xenofobia, su racismo, y su preferencia manifiesta por la violencia. “Si le tomamos la palabra, Trump convertiría a los Estados Unidos en un país donde las fuerzas del odio, el miedo y la división dominarían la vida política, alentadas desde la cúspide del Estado”.
Y agrega que millones de personas serían víctimas de deportaciones en masa convirtiendo a las ciudades en zonas de confrontaciones raciales. Además, “el programa social de Trump, cancelando el programa de salud de Obama (el Obamacare), cerraría quizás para siempre la posibilidad de un sistema de salud universal”. Aplicaría una política fiscal grotescamente favorable a los más ricos a expensas de la clase media y los pobres. Los derechos de los trabajadores serían derogados, sus sindicatos serían atropellados, sus pensiones saqueadas y sus salarios recortados. Las mujeres y las personas LGBT verían conculcados sus derechos más importantes. La revista destaca también que “la política energética de Trump, que niega los efectos del cambio climático, aumentaría el uso de combustibles fósiles, frenaría la investigación y el uso de fuentes renovables y limpias, y suprimiría cualquier regulación para proteger el aire y el agua”.
Asimismo, su política exterior estaría basada en la ignorancia del derecho internacional y en un completo desdén por los derechos humanos. Sus ideas sobre la seguridad interior podrían convertir a millones de familias en sospechosos de terrorismo. Aumentaría el gasto militar y desconocería los acuerdos con otras naciones como Cuba, elevaría la confrontación con China y desconocería el acuerdo nuclear con Irán.
Los temores de la izquierda y las incertidumbres de los dueños del capital; las dudas de los republicanos y la ausencia de un apoyo razonado del pensamiento conservador; sus actitudes consideradas “inmorales” para una parte del electorado; y sus desplantes y estilos de conducir su campaña, rompiendo con la tradición política estadunidense, todo ello, hace de Trump un candidato mal visto por un arco muy amplio de personas y grupos de interés en Estados Unidos.
Por ello, es probable que el candidato republicano pierda la elección del 8 de noviembre. Pero también por todo ello, es sorprendente y aterrador que haya sido candidato del partido Republicano y hoy represente, a pesar de todo, a una parte importante del electorado y el malestar social que existe en ese país. Mucho más si, por alguna razón, logra imponerse en las próximas elecciones. Su triunfo, contra todos los pronósticos y frente a este amplio segmento de detractores, podría cambiar el curso de los acontecimientos en Estados Unidos y el mundo entero.
A final de cuentas, lo único claro es que lo que mueve a Trump y a gran parte de su electorado es la idea de la supremacía blanca y el temor a que ésta se pierda por el libre comercio, la inmigración, supuestos terroristas llegados de otros países, el debilitamiento económico de la potencia del norte, la amenaza real o inventada de otras naciones, el feminismo y hasta la diversidad religiosa. Un Presidente de la mayor potencia militar y económica del mundo guiado por el miedo, sin ninguna propuesta coherente de gobierno, podría significar una nueva etapa en la historia del mundo como lo fue el arribo de Hitler al poder en Alemania en 1932.
Desde luego, hay muchas diferencias entre ambos acontecimientos. Una en particular merecería subrayarse: el nazismo fue un proyecto basado ideológicamente en la supremacía racial y al mismo tiempo un plan de conquista militar del mundo apoyado en un sistema político totalitario desconocido hasta entonces. Trump tiene una base ideológica similar (en este caso la supremacía blanca anglosajona), pero no está claro que pueda, quiera o sepa aspirar a crear un nuevo orden mundial por medio de la fuerza, o a aniquilar los mecanismos institucionales de la democracia estadunidense para sustituirlos por otros. Parece imposible saber, en estos momentos, si por ello resultaría más o menos peligroso. Lo cierto es que pondría a casi todo el mundo al borde un ataque de nervios.

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