Anituy Rebolledo Ayerdi
Junio 22, 2006
Vicente Guerrero
El general Vicente Guerrero Saldaña, nacido en Tixtla, ciudad ubicada luego en territorio del estado de Guerrero, era un hombre de 46 años al asumir la presidencia de la República en 1829. Cuatro meses antes se había desempeñado por unos cuantos días como secretario de Guerra y Marina del primer presidente mexicano Guadalupe Victoria (en realidad José Miguel Fernández y Félix).
Ocho meses más tarde Guerrero será defenestrado porque su distorsionada idea de la libertad había llevado al país al borde de la anarquía. Por mantener una fuerza policiaca ineficaz frente al crimen desenfrenado y por una pobreza generalizada. Huirá hacia sur.
Vicente Guerrero era cliente y amigo del tratante genovés Francisco Picaluga, cuyo bergantín Colombo operaba desde Acapulco transportando armas y víveres a lo largo de la costa del Pacífico. Aceptará por ello sin ningún recelo la invitación del marino a comer a bordo.
Para esto, el felón genovés había recibido 50 mil pesos en oro del secretario de Guerra y Marina del presidente Bustamante, José Antonio Facio. La cantidad cubría, además del alquiler del barco, la recompensa por entregar en Huatulco a un Guerrero engrillado. El juicio sumarísimo en contra del ex presidente, por traición a la patria, se sustentará, paradójicamente, en una ley promulgada por él mismo.
Acapulco
Aquella mañana acapulqueña del 14 de enero de 1831, el general Guerrero se desayuna en el hostal de las Mamitas González, hoy plazoleta de Sor Juana. Únicamente café con un pedazo de semita había consumido el tixtleco acostumbrado a zamparse en el almuerzo un tasajo de carne rociado con salsa de chiles verdes, frijoles de olla y memela gruesa.
–Es que estoy invitado a “tomar la sopa” con un amigo –se disculpará ante los gruñidos de la cocinera su paisana.
–¡Nos vamos, caballeros ! –ordena el general Guerrero poniéndose de pie–. Hacen lo propio los señores Primo Tapia, Pita, el chino Miguel Atí y algún otro acompañante.
–Me engañó el pinche sardo –le comenta en voz baja don Vicente al chino Atí cuando llega el plato fuerte. Y no es que el hombre presintiera la traición inminente. Picaluga le servía codornices a la carbonara en lugar de las ofrecidas jaibas en chilpachole.
–Muy cielto, jefe, Picaluga es un cablón! –refuerza Atí.
Don Juan Álvarez
Don Juan Álvarez Hurtado es presidente interino de la República a los 65 años y sólo por 90 días. Su gabinete será de lujo pues entre los secretarios de despacho figuraban Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, Guillermo Prieto, Melchor Ocampo y Ponciano Arriaga, entre otros liberales puros.
Frente a aquellas inteligencias superiores, la de un anciano achacoso con tercer año de primaria no tendrá respuestas concretas, agravando así los problemas del país. Los desacuerdos en el corazón del partido liberal darán armas a los conservadores para combatirlos con eficacia, además de crear en el pueblo un estado de incertidumbre permanente.
Álvarez se echa encima al clero y al Ejército vulnerando sus privilegios y lo mismo a la burocracia por despidos y reducción de salarios. Tampoco le alcanzará la nómina para incluir en ella a todos quienes, por haber luchado a favor del Plan de Ayutla, aspiraban a vivir del presupuesto.
Será un alivio para la capital del país cuando el presidente Álvarez entienda el horror provocado en los capitalinos por la presencia de sus tropas formadas por soldados con mal de pinto y ordene evacuarlos. No sólo por pintos sino también por vándalos.
Don Juan no espera las anunciadas revueltas y renuncia con un discurso que no trasluce rencor ni amargura. Por el contrario, reconoce humildemente “haber hecho tan poco de cuanto yo me propuse en beneficio del pueblo”.
Nicolás Bravo
El conservador Nicolás Bravo, dueño de la hacienda de Chichihualco, fue campeón de los interinatos presidenciales, algunos tan breves como un suspiro. Enemigo ideológico y personal de los generales Vicente Guerrero y Juan Álvarez, sufrirá destierro en Guayaquil, Colombia, por decisión del primero.
Frisaba los 53 años cuando cubre el primer interinato presidencial de escasos diez días, en 1839. De octubre de 1842 a marzo de 1843 sustituye a Santa Anna y en 1846 el presidente Paredes Arillaga le encarga la silla por una semana.
La muerte de don Nicolás, su esposa Ana Guevara y la sirvienta indígena del hogar chilpancingueño, permanece hoy entre los casos criminales no resueltos. La hipótesis de envenenamiento por ingestión de alimentos descompuestos será puesta en duda muchos años más tarde, cuando se exhumen los restos del ex presidente para llevarlos a la columna de la Independencia de la ciudad de México. Su cráneo presentaba una severa fractura que el médico legista subrayará en su dictamen pero a nadie le importará.
Cuando se trate de bautizar la calzada Costera de Acapulco, recién terminada en 1949, el gobierno del estado sugerirá el nombre de don Nicolás Bravo y así se llamará por un tiempo. Hasta que las “fuerzas vivas” del puerto consideren ese nombre un tanto rústico, sin prosapia, optando por el del presidente Miguel Alemán Valdez, su constructor.
Héctor F. López
El general Héctor F. López Mena, de Coahuayutla, Guerrero, es nombrado en 1940 “presidente sustituto de los Estados Unidos Mexicanos” y en su primer acuerdo declarará capital de la República a Buenavista de Cuéllar. Allí, el ex gobernador de Guerrero (1925-1928) esperaría el momento para sustituir al presidente Lázaro Cárdenas, en cuanto una revuelta popular lo echara de Palacio Nacional. Más tarde entregaría el mando de la Nación al auténtico presidente electo, el también guerrerense general Juan Andrew Almazán. Una vacilada, pues.
Almazán alentaba la insurrección popular a raíz de que Cárdenas le había volteado el triunfo electoral para favorecer al general Manuel Ávila Camacho. Millones de defraudados electores de todo el país esperaban una señal de aquél para seguirlo en una nueva guerra civil por el sufragio efectivo. Se decía que el hombre nacido en Olinalá había puesto su causa al servicio de Washington y que por tanto haría lo que de allá le ordenaran. Por eso el alzamiento nunca llegará argumentándose aquí razones de todo tipo, incluso económicas.
El “presidente sustituto” López Mena había solicitado cien mil pesos para iniciar las hostilidades y al no llegarle ningún dinero dará un anticipado “adiós a las armas”. La cantidad resultaba irrisoria tratándose de incendiar el país, pero mucho más si se compraba con los gastos de la campaña almazanista. Ésta se mantenía bajo sospecha de haber recibido recursos del exterior, concretamente de las compañías petroleras expropiadas por Cárdenas.
La gallina de Chipinque
Eduardo Neri, guerrerense de Zumpango del Río, líder civil de aquella cruzada democrática, reprocha al paisano su pichicatería. Aquél lo rechaza desde su escondite neoyorquino llamándose robado. Según esto, traficantes judios le habrían birlado un millón de pesos pagados por él a cambio de un cargamento de armas. Pero no se preocupen –alentaba a sus candorosos seguidores– ya contraté a un detective para que los busque.
El general mentía, por supuesto, y así lo entenderán tardíamente sus correligionarios. Juan Andrew Almazán no encabezó el alzamiento porque le faltaron güevos y además porque al cabrón le llegaron al precio, se dijo entonces. Los nombres de Acapulco (hotel Papagayo entre otras propiedades) y Monterrey, Nuevo León, (la reserva territorial llamada Chipinque) figuraron entre las muchas facturas cobradas por el hombre que frustró cívicamente a toda una generación. Un creso mexicano del siglo XX.
Dolido por la traición de Almazán, el “presidente sustituto” Héctor López Mena se entrega a la Secretaría de la Defensa Nacional, listo para una de estas dos cosas: cárcel o paredón. Libre finalmente de cargos, el militar guerrerense escupirá el nombre de su antiguo jefe:
–¡Qué lástima que el león de Guerrero se haya convertido en la gallina de Chipinque!
(Héctor F. López es autor, entre otros textos, del Diccionario geográfico, histórico, geográfico y lingüístico de Guerrero; Monografía de Guerrero y Anales de Historia de México (2 tomos).
Andrés Figueroa
El general Andrés Figueroa Figueroa, secretario de Guerra y Marina del presidente Lázaro Cárdenas, pudo ser el primer guerrerense en ocupar la presidencia de la República en el siglo XX. Se lo impidió la Parca, ayudada por quién sabe quién.
Muere don Andrés 8 de octubre de 1936, a los 48 años, en el hospital metropolitano American British Cowdray, siete días después de habérsele extirpado un grano de la nariz.
Ninguna explicación científica satisfará a una recelosa opinión pública y las sospechas de homicidio se propagarán como fuego en yesca seca. Nunca fundadas, ciertamente. La familia Figueroa tardará mucho tiempo en salir del estupor por tan inesperada pérdida.
Para suplir al pulcro revolucionario en la titularidad de Guerra y Marina, el presidente Cárdenas acata el escalafón designando al subsecretario Manuel Ávila Camacho. El poblano lucirá en su robusto pecho cuatro años más tarde la banda presidencial y las miradas se volverán hacia el “hermano incómodo”, Maximino Ávila Camacho, cuando se recuerde la muerte misteriosa del hombre de Chaucingo, Guerrero.
Maximino Ávila Camacho morirá envenenado años más tarde, luego de manifestar sus intenciones de relevar a su hermano en la presidencia de la República. Se dirá que fue de empacho.
Donato Miranda
Otro guerrerense desbielado en el camino a la presidencia de la República, fue el chilapeño Donato Miranda Fonseca, secretario de la Presidencia de Adolfo López Mateos. Fue llamado el Ministro del Odio y en un juego perverso de intrigas le ganará la partida, el poblano Gustavo Díaz Ordaz.