Federico Vite
Diciembre 24, 2019
Muchos libros nacen para mantener una “carrera”; otros, muy pocos, para ganar lectores inteligentes. La primera categoría es la que corresponde a The Night, novela del venezolano Rodrigo Blanco Calderón, un rockstar latinoamericano que ha vivido en Europa y ahora reside en Estados Unidos de Norteamérica. Su obra básicamente consiste en la mixtura de vida y literatura, pero en este caso, su primera novela es una desproporción, algo que no termina de amalgamar ni mucho menos de convencer a quien la compra. Pero antes de entrar al asunto, permítame decirle que Rodrigo Blanco es un cuentista solvente y propositivo. Dicho eso, me parece que este hombre sufre el mismo mal que Samantha Schweblin, ambos son buenos cuentistas; pero no poseen las habilidades de los estupendos narradores de largo aliento. El problema es que el mercado editorial exige novelas, no le basta con los cuentos; ese monstruo quiere más y más libros sin importar la calidad. Así que el resultado no es malo, pero sin duda alguna tampoco es algo que satisface al autor ni a la editorial. Seguramente hay novelistas de cepa esperando un espacio y, créenme, su proposición sería mucho más sólida que la de Kentukis o The Night .
En The Night (Alfaguara, México, 2017, 355 páginas) pueden rastrearse influencias evidentes como las de Roberto Bolaño y Ricardo Piglia, pero antes de bordear los ropajes literarios, déjeme decirle que la novela arranca muy bien exponiendo los motivos por los que el gótico es un género ideal para explicar lo que ocurre en Latinoamérica; en este caso, Venezuela: apagones, persecuciones y asesinatos.
La trama inicia bocetando los asesinatos de mujeres en Caracas de 2010, esos homicidios son investigados por personajes que se conocieron en un taller literario y, sin mediación alguna, el autor decide hablar de la obra de Darío Lancini, mito de las letras latinoamericanas, creador de un solo libro de palíndromos, Oír a Darío. Uno supone que en algún punto de la novela estas dos historias harán vértice. Es decir, tendrán una resolución dirigida al final del libro dividido en cuatro partes: Teoría de los anagramas, Teoría de los palíndromos, The Night y Tetris. El problema es que todas las partes del libro parecen forzadas e invocan la unión temática tibiamente, carecen de un punto de apoyo que permita echar a andar la maquinaria de este artefacto.
La investigación criminal adquiere resonancias de una comedia de enredos; pues el autor decide, casi como un salto mortal suicida, que los personajes conozcan a otros escritores y dialoguen con otros escritores, algunos de ellos venezolanos, otros tantos parisinos, argentinos, estadunidenses y mexicanos.
Los apartados dos y tres de esta novela condensan una apuesta literaria de metaficción similar a la ya hecha por el francés Laurent Binet en La séptima función del lenguaje, aunque la proposición de Binet es mucho más atrevida y mucho más lograda que la novela de Blanco Calderón, porque el venezolano simple y sencillamente no logró asir su proyecto y creó derivas que dan testimonio de la diplomacia literaria de Venezuela; a la par, muestra la trashumancia del intelectual venezolano por el mundo, pero ligados, siempre, a los juegos verbales que conducen a un mito (insisto, ya tratado por Binet en La séptima función del lenguaje) relacionado con Ferdinand de Saussure. Este caldo de cultivo se condimenta con la obsesión musical de un escritor frustrado, el grupo Morphine, y la disección de un caso demencial, el más importante del relato, un siquiatra, Montesinos, que representa los abusos de poder en Venezuela.
Uno de los mayores aciertos de este volumen es la sugerente idea de que el gótico (yo creo esto a pie juntillas) es el canon estético que describiría con mayor precisión a Latinoamérica.
Pero puesto a ras de piso, la novela no aterriza todas estas ideas, ni siquiera queda en el plano de la sugerencia sino en la amalgama de temas con un tratamiento frívolo. Déjeme explicarle, pues aunque habla de un asesino en serie, los personajes disertan sobre Hannibal Lecter, el trabajo esencial de Thomas Harris, pero no abordan su realidad con ahínco, es más, no la construyen sino que la describen mediante referencias cinematográficas y fílmicas estadunidenses que no logran, insisto, asir los cimientos que sustentan la actual Vene-zuela; pero a pesar de todo se enuncia la crítica, aunque me temo que es endeble.
Al cerrar este volumen quedan en la mente del lector las noches de Caracas. La nocturnidad de un siquiatra que agrupa personajes (es la voz central) y anhela escribir una novela. Desgraciadamente esa pasión literaria no se contagia sino que se enturbia en la medida que avanza por las páginas de este libro que se hizo merecedor del III Premio Bienal de Novela Vargas Llosa (2019), Premio de la Crítica 2016-2017, en Venezuela, y el Premio Rivera Gauche en Francia. Como usted ve, los premios no siempre son para buenos libros, mucho menos para excelentes novelistas. Es notoria la ansiedad de la industria editorial por crear nuevos autores, aunque su obra no esté bien acabada.