Humberto Musacchio
Agosto 17, 2017
El PRI volvió a mostrar la misma cara antidemocrática de siempre. De nuevo la voluntad presidencial venció las estridentes pero a fin de cuentas estériles resistencias y la militancia –cualquier cosa que eso signifique para el ex partidazo– se limitó a echar porras, hacer girar sus matracas y aplaudir las decisiones del “jefe nato” y hasta las groseras torpezas de Enrique Ochoa, el jefe nonato.
Según escribió César Camacho, durante los cuatro meses previos a la asamblea nacional priista se celebraron en todo el país tres mil cien asambleas locales o sectoriales en las que participaron más de 360 mil miembros de ese partido, los que “formularon cientos de miles de planteamientos en un ejercicio horizontal e incluyente”. El líder de la Cámara de Diputados dijo que la asamblea era para renovar la “visión de mediano y largo plazos, para asumir posiciones y decisiones respeto a la rendición de cuentas y el combate a la corrupción”.
Lo enunciado por Camacho pudieron hacerlo suyo otras figuras del PRI, como Manlio Fabio Beltrones, un político de reconocida agudeza que cuenta con una red de apoyos a lo ancho y a lo largo de la República Mexicana, un dirigente al que se esperaba más “echado para adelante”, sobre todo después de advertir que un partido “sin diseño de futuro” navega a la deriva y es incapaz de ganar la confianza del electorado. Pero la Asamblea Nacional, lejos de recomponer al partido y hacerlo apto para competir en ese futuro, lo que hizo fue repetir la liturgia más gastada y adoptar un diseño sacado del más rancio y anquilosado pretérito.
Por su parte, Ivonne Ortega Pacheco, ex gobernadora de Yucatán, desplegó una impresionante actividad. Dos semanas antes de que se iniciara la asamblea, declaró que privaban el desorden y la iniquidad, que no había documento base para la discusión y que la dirigencia –léase Enrique Ochoa– rechazó dar marcha atrás a su decisión de asignar al Icadep (Instituto de Capacitación y Desarrollo Político) y a la Fundación Colosio que encabeza José Murat 50 representantes a cada uno, mientras que los sectores y organizaciones del propio partido sólo tuvieron 20.
Doña Ivonne, identificada como una de las cabezas del grupo opositor al dedazo presidencial en la selección de candidato para el 2018, denunció que se desconocía quiénes iban a integrar la comisión dictaminadora de las propuestas y, en lo general, señaló que faltaba “coordinación y apertura”, pues ni siquiera se había informado en qué estados se realizarían las mesas ni a dónde iría cada delegado, lo que consideró una falta de respeto, para concluir terminante: “Si el PRI no cambia, me voy”. Y no cambió, pero no se fue.
Como un eco del clamor popular contra los gobernadores ladrones, causantes –dijo alguien– de que el PRI haya perdido cuatro millones de votos, Dulce María Sauri Riancho, también ex gobernadora de Yucatán, advirtió que lo más importante para la asamblea debía ser el compromiso de combatir la corrupción e impulsar la rendición de cuentas.
El sueño guajiro de la señora Sauri tuvo puntual respuesta: en la Mesa de Ética y Rendición de Cuentas decidieron que todo siguiera igual para que Marcoflavio Rigada, el ex funcionario de Aduanas, pueda dormir tranquilo, y para que Emilio Lozoya pueda carcajearse de las acusaciones de corrupción. Nadie, diría Carlos Marx, construye la pistola con que ha de suicidarse, y eso lo saben muy bien los priistas.
Antes de la Asamblea Nacional, algo parecido a una disidencia se movía dentro del partido y se demandaban diez años de militancia para los aspirantes a un cargo de elección. Pero del Olimpo caían órdenes terminantes de no ceder ni un milímetro. Como una muestra de esa intransigencia, Ochoa Reza declaró que Peña Nieto sería “central” para elegir al candidato –que habría dedazo, pues– y finalmente quedó claro que el ungido podría ser un personaje externo. Todos se tragaron el bocado sin chistar.
En la tómbola inicial participaban Manlio Fabio, Osorio Chong, Eruviel Ávila y hasta míster Louis Videgaray, pero la asamblea abrió la baraja a los recién llegados y entró el deslavado figurín de la SEP. Pero, sobre todo, lo ocurrido se quiso ver como un traje a la medida para José Antonio Meade, el todoterreno que lo mismo sirve a un partido que a su adversario. Sí, sería el perfecto candidato del PRIAN, y para imponerlo ya se ensayó el procedimiento en el Estado de México. A cualquier costo.