Héctor Manuel Popoca Boone
Febrero 02, 2019
Las ramificaciones que desarrolla la economía de la delincuencia organizada son vastas; tanto como lo es la actividad económica de un país. Diversas narrativas dan cuenta cómo las mafias italianas incursionaron con éxito en diversas industrias legalmente establecidas: de la construcción, del desecho de residuos tóxicos, de la alta y glamurosa moda del vestido y, sobre todo, la dedicada a los consumibles de rápida obsolescencia, pero de alta densidad económica en los grupos sociales encumbrados o de elite. Además de las consabidas sustancias adictivas que provocan efímeros placeres neuronales y un gran cúmulo de desgracias personales y de grandes fortunas para los victimarios. (Ilustrativa es la lectura de Gomorra de Roberto Saviano)
De las economías micro regionales han echado mano “los amigos organizados” para subordinarlas; contratando para tal fin profesionistas en artes contables, administrativas y económicas para fincar empresas integradoras, comercializadoras y de proveeduría en general, de gran expansión y penetración social.
En la jerga económica se denominan empresas integradoras aquellas que se dedican a prestar servicios financieros, oferta de mercancías y otros productos, a pequeñas o medianas empresas asociadas. Tienen como propósito hacer compras en común de materias primas o insumos, vender de manera consolidada determinada producción manufacturera, tener altos réditos en préstamos y realizar transacciones compactadas que optimicen sus ganancias.
Los “amigos organizados” no solo se dedican tan solo al cobro de piso, la extorsión, la trata de personas o el secuestro. Al controlar y gobernar de fijo, territorios determinados, establecen circuitos de comercialización-consumo, controlados y opacos en demasía; cuya fachada son negocios comercializadores que proveen, en forma permanente, artículos de consumo a pequeñas y medianas empresas que venden al menudeo.
Estas unidades mayoristas venden al pequeño empresario; forzándolo a adquirir los productos a un precio más alto del que corre en el mercado; y éstos a su vez, lo repercuten en el precio final al consumidor. La coerción, el amedrentamiento, cuando no la violencia material o física al empresario, son los medios de persuasión socorridos en última instancia. No hay libre oferta sino compra forzada a tal o cual empresa mayorista que se les indica.
Este nuevo y subrepticio impuesto a la compra del producto trae, por ende, un mayor precio al consumidor y una economía local cara. Es en pequeña cuantía, pero al hacerlo en forma extensiva o masificada, la sumatoria global de venta en muchas tiendas arroja una masa monetaria de fuerte consideración. Así, repito, los comerciantes al menudeo son obligados a adquirir todas clases de mercancías, en determinados almacenes propiedad de los que hoy gobiernan de facto los territorios; desde refrescos, alimentos enlatados, artículos de limpieza, enseres domésticos, hasta vestidos y calzados.
Este tipo de economías coercitivas se han arraigado fuertemente en los mercados locales, distorsionándolos. Estamos hablando de una economía capitalista micro-regional secuestrada, en la que la libre oferta y demanda quedan hechas trizas por fuerzas superiores en donde la famosa mano invisible del mercado –pregonada por Adams Smith– porta ahora una lucidora AK-47.
PD1. Si las cosas te salen mal al hacerlas en determinada forma, es inútil que tengas resultados positivos; si las sigues haciendo de la misma manera. Cuestión de sentido común.
PD2. Hay una mimetización entre los empresarios-políticos; los políticos-empresarios y los narco-políticos-empresarios. Corrupción, S.A. de C.V.