Lorenzo Meyer
Febrero 11, 2016
Lo que es, pudo haber sido diferente. Combinando los datos duros con la imaginación se llega a la historia contrafactual. Y ésta puede ayudar a entender lo que sí paso
Suerte y política. Maquia-velo introdujo el factor “fortuna” o suerte en el análisis político y todo indica que debe seguir ahí. Puede ocurrir que teniendo buenas condiciones objetivas el resultado final sea negativo y viceversa. Es ahí donde entra la maquiavélica fortuna y en la historia política de México hay ejemplos de auténtica mala suerte.
Contrafactual. El proceso histórico suele estar muy condicionado, pero no realmente predeterminado. Lo que efectivamente ocurrió en una coyuntura pudo haber sido otra cosa si la fortuna hubiera jugado diferente.
Niall Ferguson, un conocido historiador británico actualmente en Harvard, editó hace tiempo: Historia virtual, (Virtual History: Alternatives And Counterfactuals, Basic Books, 1999). Ahí, varios historiadores examinan situaciones que no tuvieron lugar pero que no hubieran sido imposibles. Ejemplos: que en el siglo XVIII las élites de las colonias inglesas en América no hubieran optado por la independencia, que en 1914 Gran Bretaña hubiera decidido dejar sola a Francia en su conflicto con la Alemania de Guillermo II, o qué hubiera sucedido con Gran Bretaña y la Europa del Este si Alemania hubiera ganado la II Guerra Mundial.
La historia contrafactual es un territorio muy amplio y un mundo imaginario más apropiado para el novelista que para el historiador profesional. Sin embargo, bien empleada, esa historia ayuda a comprender lo que efectivamente aconteció y el papel que la fortuna jugó en el proceso.
Ejemplos mexicanos. Es posible hacer una lista de acontecimientos significativos en el proceso histórico de México e imaginar qué hubiera pasado si en la cadena de acontecimientos un eslabón importante se hubiera roto. Veamos algunas posibilidades a partir del siglo XX. Empecemos por suponer que Porfirio Díaz hubiera aceptado la propuesta de Francisco Madero y hubiera dejado que la vicepresidencia quedara abierta a una verdadera competencia electoral; la energía antirreeleccionista hubiera tomado ese cause y el Plan de San Luis no se hubiera redactado. Sigamos. Si en febrero de 1913 el general Lauro Villar no hubiese sido herido en la defensa de Palacio Nacional, Victoriano Huerta no habría tenido oportunidad de traicionar a Madero. Si tras la contundente victoria villista en la batalla de Zacatecas de junio de 1914, Villa hubiera optado por seguir hacia la Ciudad de México y ser él quien impusiera los términos de rendición de lo que quedaba del antiguo régimen, y hubiera asumido el liderazgo militar, político y social en la construcción del nuevo régimen, la Revolución Mexicana hubiera podido tomar otro rumbo, ese explorado por el profesor Friedrich Katz cuando examinó el breve gobierno de Villa en Chihuahua en 1913, (Pancho Villa, T. 1. Editorial Era, 2000, pp. 267ss). Una revolución villista hubiera seguido derroteros diferentes a los que efectivamente siguió al volverse carrancista y marcar el rumbo del futuro.
Claro que la historia contrafactual tiene límites. Es posible imaginar a la Revolución Mexicana como villista, pero no como zapatista, pues a los sureños les faltaron recursos materiales. Como sea, el zapatismo hubiera significado un México parlamentario y un régimen político mucho más identificado con los sectores campesinos y populares, como lo muestran las propuestas zapatistas en la Soberana Convención Revolucionaria entre 1914-1916, (Felipe Ávila, Las corrientes revolucionarias y la Soberana Convención, INEHRM, 2014, pp. 487-514).
¿Cómo hubiera sido el futuro de México si José de León Toral hubiera fracasado en su empeño de asesinar al ya presidente reelecto, Álvaro Obregón –el militar sin derrotas– el 17 de julio de 1928. El caudillo sonorense hubiera enterrado el principio de no-reelección y el PNR-PRM-PRI no hubiera nacido, pues el general tenía en poca cosa a los partidos políticos. Claro que probablemente tampoco hubiera surgido el cardenismo ni sus reformas y el autoritarismo de la postrevolución –que ya era un hecho– no se hubiera institucionalizado de la manera tan efectiva como lo hizo teniendo al PRI como partido de Estado.
Si la presión del embajador estadunidense George S. Messersmith sobre el presidente Manuel Ávila Camacho hubiera tenido éxito –y pudo haberlo tenido–, el partido oficial no hubiera hecho su candidato en 1946 a Miguel Alemán sino a Ezequiel Padilla. Sin las prácticas alemanistas como punto de partida ¿México sería menos corrupto de lo que es hoy?
Lo contrafactual reciente. ¿Cómo sería hoy nuestra realidad si Vicente Fox y los suyos se hubieran comportado como auténticos hombres de Estado y usado la enorme legitimidad democrática ganada en las urnas en el 2000 para llevar a cabo el verdadero cambio político desmontando el corazón de la vieja y poderosa maquinaria priista? ¿Cuál sería hoy la perspectiva institucional si en vez de buscar el desafuero del candidato al que temían en la elección del 2006 –Andrés Manuel López Obra-dor– Fox y la oligarquía mexicana hubieran aceptado que las urnas y sólo las urnas decidieran la contienda presidencial? Quizá hoy la transición y la legitimidad del sistema ya se habrían consolidado.
Viendo nuestra historia a través del cristal contrafactual, podemos concluir que la fortuna maquiavélica nos ha dado la espalda con más frecuencia que a otros. Esa fortuna está en deuda con nosotros.
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