EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

Pueblo pobre, elecciones caras

Tlachinollan

Octubre 08, 2005

 

Los datos preliminares que aparecen en la página del Consejo Estatal Electoral sobre las elecciones para diputados locales y presidentes municipales, nos muestran un escenario poco alentador sobre el involucramiento de la ciudadanía en el pasado proceso electoral.

Es sumamente paradójico que un municipio indígena de la Costa Chica, Xochistlahuaca haya alcanzado la participación más alta de votantes para presidentes municipales llegando al 71.17 por ciento, mientras que el municipio de Acapulco que cuenta con un padrón electoral de 525 mil 224, se haya ubicado en el último lugar con el 34.79 por ciento de participación ciudadana, es decir que el 65 por ciento de los acapulqueños, por diferentes razones, se abstuvieron de votar. A nivel distrital Ometepec alcanzó el 59.92 por ciento, mientras que en Acapulco, el distrito 28 registró el 32.87 por ciento en cuanto a la participación de votantes.

Con estos datos observamos cómo la participación en la principal ciudad de nuestro estado se encuentra a la baja, mientras que en la Costa Chica, en uno de los municipios más pobres de nuestro estado y de nuestro país, se registró una alta participación electoral. Constatamos la diversidad de variables que existen en torno a la nueva configuración política que los ciudadanos con su voto o sin él, le han dado un sello propio que marcará el rumbo político en los próximos tres años de gobierno municipal.

A los partidos políticos les fueron asignados 36 millones 230 mil 913.48 pesos por parte del Consejo Estatal Electoral para sus actividades relacionadas con la obtención del voto. Es un dinero que la ciudadanía guerrerense nunca supo por dónde pasó, sólo escuchó spots con mensajes huecos en las diferentes radios locales y vio que tapizaron sus calles de propaganda alusiva al candidato y a su partido.

En varios lugares se tuvo que soportar los altavoces que por varias horas repetían como disco rayado sus mensajes carentes de propuestas serias para atender los reclamos de la ciudadanía.

Nadie sabe a ciencia cierta el destino que cada partido le dio a estos recursos, ni cuánto dinero se filtró de otros lados para ganar al electorado. Esta falta de transparencia y lo oneroso que resultan las elecciones son factores que han generado malestar en amplios sectores de la población, porque la experiencia cotidiana registra lo falaz que resultan ser los candidatos que emergen de la noche a la mañana como los nuevos iluminados del futuro.

La población ha descubierto que los candidatos representan los intereses de las corrientes políticas enquistadas en los diferentes partidos, que las candidaturas son producto de las decisiones cupulares y de negociaciones hechas debajo de la mesa. Los partidos políticos invierten su tiempo y dinero en el reacomodo de sus piezas claves en el ajedrez político del estado.

Es increíble la simulación que se construye por parte de los partidos políticos y sus candidatos para vender la idea a la ciudadanía de que son los representantes legítimos que cuentan con el perfil idóneo y una visión amplia y profunda de los problemas básicos del electorado, reduciéndose todo su movimiento a visitas relámpago a los pueblos y colonias, a mensajes improvisados, a descalificaciones sistemáticas contra los adversarios políticos y a promesas banales que se esfuman en el momento mismo en que desaparece el candidato.

Ante tanta manipulación y manejo ególatra de los candidatos, la población empieza a curarse de demagogia, expresando su malestar no acudiendo a las urnas, tal como lo expresó un ciudadano en una de las boletas electorales que dice: “todos son corruptos”. Este coraje civil no es gratuito, por todo lo que tenemos que pagar los ciudadanos para sostener un sistema político que se ha contaminado con la corrupción y que en lugar de ayudar a resolver los problemas básicos de la ciudadanía, se dedica a cultivar alianzas con grupos económicos para formar parte de la elites gubernamentales viviendo de las arcas públicas.

Las consecuencias son fatales porque sólo se utiliza a la ciudadanía durante la jornada electoral como un recurso obligado que le dé legalidad a un candidato que no cuenta con el respaldo real y verdadero de la población que dice representar. Esto da como resultado que el ejercicio del poder se dé por encima o al margen de los ciudadanos, ampliando la brecha entre los partidos y sus electores. En este sistema electoral los que más pierden son los ciudadanos y a los que mejor les va son a los partidos y sus candidatos porque están dentro de la ruta política que ha sido trazada por estos mismos partidos que se empeñan en mantener los monopolios del poder, negándose a inaugurar una nueva etapa política, donde la participación ciudadana sea el motor de nuestro sistema democrático.

Las lecciones de este proceso electoral deben poner a los partidos a remojar sus barbas porque los resultados nos indican que los ciudadanos no están casados con ningún instituto político, que a pesar de los controles que mantienen las autoridades para que no participe la ciudadanía en la toma de decisiones, las votaciones vienen a ser una demostración clara de la voluntad política de los de abajo, es un examen cívico a las autoridades en turno y una decisión sobre el rumbo que se le quiere dar al municipio y al estado.

En Guerrero el ciudadano se ha hecho a pulso, a contracorriente de los que han ostentado el poder como un privilegio y ha demostrado que la verdadera democracia se construye desde abajo. En Guerrero los partidos políticos tienen también que aprender de la ciudadanía y entender que no basta la democracia representativa, sino que es imprescindible avanzar hacia una democracia directa en la que los ciudadanos sean verdaderos actores políticos que contribuyan en el mismo plano con los partidos, en la transformación de las estructuras políticas que siguen maniatando a los guerrerenses.