EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Pueblo sin democracia?

Florencio Salazar

Junio 04, 2019

 

El mundo no pasa por su mejor momento. Los problemas que nos aquejan también los sufren otros. Mientras usted lee estas notas quizás una balsa llena de familias africanas pretendan alcanzar alguna de las costas europeas huyendo de la violencia y del hambre. O, en algún país del Medio Oriente, se prepare un golpe terrorista. Más cerca aún, en el vecino del norte, un joven sicópata se disponga a masacrar a sus compañeros de clase. También puede ocurrir, como ha pasado, que un adulto frustrado dispare a sus conciudadanos como quien va de cacería.
No solo el comercio y la tecnología, también se ha globalizado la violencia. La droga proveniente de Colombia y Perú puede ir hacia África y de ahí saltar a Europa; otra vertiente es la de Centro América y el Caribe, para cruzar por México hacia Estados Unidos. Se trata de empresas delictivas de miles de millones de dólares, como se pudo apreciar en la información publicada sobre el juicio seguido al Chapo Guzmán en Brooklyn.
En nuestro país, a la tragedia de los homicidios dolosos, feminicidios y desapariciones forzadas, se suma la incertidumbre de quienes tenían al menos la certeza del empleo. Los que hemos tenido la ingrata experiencia de sumar meses sin pagar la renta, de entrar al buró de crédito y chacharear cosas en espera de un salvavidas, necesitamos lecciones de nada cuando se llega a la casa con los bolsillos rotos.
A la democracia se le cargan todas las pulgas. Como proceso electivo, asegura el gobierno votado por la mayoría; como sistema soporta el aparato del Estado, guiado por una ideología definitivamente igualitaria, plural e incluyente; como régimen político, sobrelleva el ejercicio de la gobernanza para favorecer el piso parejo para la formación de capital humano. Pero cuando se afirma que se trata de una “democracia sin pueblo” (Gibrán Ramírez Reyes), se da por supuesto que el pueblo puede decidir lejos de la estorbosa democracia; después habrá que suprimir a los partidos políticos y los proceso electorales. Ese es un peligroso pensamiento autoritario.
Es moneda corriente decir que la democracia es tan generosa que convive, incluso alienta, a quienes desean su destrucción. Una democracia intolerante y excluyente deja de serlo. Como lo han escrito diversos politólogos, la democracia, precisamente por su incuestionable grado de absorción, admite a sus propios enemigos. Elocuente listado: Franco, Mussolini, Hitler, Pinochet, Chávez, Maduro, Daniel Ortega, Putin…
En política la intolerancia ha dado lecciones crueles. Los campos de exterminio nazis, las heladas estepas soviéticas, las purgas maoístas o la eliminación masiva ejecutada por Pol Pot en Cambodia. No obstante, ha habido periodos de la historia, en los cuales las ovejas mansamente van al matadero. Ha sido así cuando el fanatismo enceguece a la gente y es capaz de inmolarse como los terroristas de Bin Laden, ISIS, del ERI y la ETA.
El desafío para mantener a la democracia es perfeccionarla y hacerlo ya es imperativo categórico. La democracia integral debe ser el oxígeno de una sociedad igualitaria y justa. No es suficiente votar y ser votado o tener acceso a los servicios públicos. Necesitamos configurar una sociedad que cierre la brecha de la desigualdad y en la que exista una numerosa clase media.
Presenciamos un debate entre populismo y neoliberalismo. Un debate en el que hay más descalificaciones que argumentos. La confrontación de ideas y propuestas son útiles para que el ciudadano sepa en donde está parado, cuáles son los caminos que se ofrecen y hacia qué destinos posibles pueden conducir. Para lograrlo se necesita menos ruido y más claridad.
El poder es seductor, atrae a los llamados y a los pocos escogidos. Entre unos y otros, se crea una compleja red de relaciones e intereses que producen la percepción de que la política es perversa y de que al político lo guía solo su propia ambición. Las relaciones entre los políticos suelen ser conflictivas, pues no hay pugnacidad más agresiva que la del poder; no obstante, sin política no hay civilización posible. Al margen de la política queda la barbarie. La política esta adjetivada: es democrática.
Se ha dicho repetidamente que las elecciones de julio pasado fueron las elecciones del hartazgo. El Presidente López Obrador puede hacer ahora la diferencia e influir para que los electores recuperen su confianza en las instituciones utilizándolas para transformarlas de acuerdo a la ley. Los mandatos primos contienen el reactivo para su transformación. Las Constituciones democráticas siempre pueden ser reformadas y perfeccionadas. Pasar encima de ellas es la tentación de los césares.
La democracia es para todos; la política profesional para unos cuantos. Una y otra se complementan. Sin armonía una y otra se destruyen. Hay que cuidar a la democracia porque con ella la sociedad no solo sobrevive, se perfecciona.