EL-SUR

Martes 16 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Pueblos sin obispo

Silvestre Pacheco León

Noviembre 05, 2018

Por desgracia no todos los pueblos cuentan con un obispo que pueda darles voz para exponer públicamente sus aflicciones y que llamen la atención del gobierno y de la sociedad.
Por las declaraciones del obispo de Chilpancingo, Salvador Rangel, conocemos la situación que actualmente padecen los pobladores de la sierra de Tlacotepec y Filo de Caballos quienes tienen dificultades para ejercer su derecho constitucional de libre tránsito debido a los bloqueos de la carretera que comunica a esa parte de la sierra.
El gobierno y la sociedad conocen de parte de esa autoridad eclesiástica la grave situación que se ha generado en aquella región por el enfrentamiento entre dos grupos criminales que se disputan violentamente el control del territorio y cuya acción deja inermes a los pueblos que se ven privados de los servicios elementales para vivir como la atención médica en los hospitales, el abasto de alimentos y hasta los servicios educativos de las escuelas.
Los campesinos no sólo tienen dificultades para ir a sus parcelas y realizar el trabajo que les proporciona el sustento para vivir, debido al temor y el riesgo que corren ante la presencia de grupos armados ajenos a sus comunidades quienes los aterrorizan y los matan con toda impunidad, sino también en el transporte para trasladar a los centros comerciales los productos del campo.
El obispo Salvador Rangel Mendoza, quien ha tomado por su cuenta la tarea de buscar los mecanismos para restablecer la paz entre los grupos antagónicos que han alterado la vida de los pueblos, ha expuesto públicamente también las quejas y demandas de aquellos pobladores que se sienten marginados y mal tratados por el gobierno que privilegia más su presencia a través de las instituciones castrenses y policiacas, que mediante programas sociales para mejorar la vida de aquellos conciudadanos.
El “cuartito” que falta para restablecer la paz en la sierra de Tlacotepec (así llama el obispo a la parte que supone que le falta para conciliar a los grupos en pugna) consiste en lograr que el gobierno atienda el problema que representa el constante bloqueo de la carretera a la altura del poblado de Xochipala por parte de personas que llegan de otra región y se dedican a asaltar a los viajeros, impidiendo el libre tránsito entre Tlacotepec y Filo de Caballos.
Ya en otro momento el obispo ha hablado sin ambages sobre la siembra de amapola que es el tema tabú aunque constituye la base económica de la vida en la sierra.
La siembra de estupefacientes como modo de vida porque su peso económico es más importante que cualquier otra actividad en aquella región, según el decir de sus líderes, requiere de un trato especial aún antes de continuar la discusión sobre su posible ventaja con la legalización.
El obispo de Chilpancingo en la última entrevista periodística que le conocemos ha pedido al Ejército, que se abstenga de destruirles las plantas opiáceas, llamando al gobierno a que no les quite nada antes de ofrecerles y darles algo a cambio, porque –dice– ello constituye matarles la esperanza que tienen.
Pero mientras el tema de la legalización de la amapola y de la mariguana se debate, y la atención de la sociedad se concentra en la abrupta región, pródiga en duraznos, peras y manzanas (también colorida por las variadas plantas de tulipanes que embellecen los patios de las casas a orillas del camino), en otras regiones de la sierra las penalidades de sus pobladores son todavía mayores por su lejanía y también por la ausencia protagónica de los líderes religiosos.
Sólo recientemente por las páginas de El Sur se ha dado seguimiento a las denuncias que proceden de pobladores que viven en la zona de influencia del río Petatlán en la Costa Grande, quienes están siendo desplazados de sus comunidades aterrorizados por la violencia desatada por los cárteles que se disputan el territorio considerado como ruta estratégica para el trasiego de armas y drogas porque comunica a la región costera con la Tierra Caliente.
Es una ruta de muchos pueblos habitados por gente pobre y pacífica donde la Iglesia católica tiene una amplia base social y gran influencia, pero que actualmente se encuentra abandonada.
La región donde los pueblos emblemáticos son El Zapotillal y El Parazal porque en ellos se desarrolló en la década pasada uno de los proyectos más ambiciosos de equidad de género, educación ambiental, reforestación, cuidado del bosque y siembra de hortalizas a cargo de la Organización de Mujeres Ecologistas, está siendo abandonada por sus habitantes debido a la presión y el terror que ejercen los cárteles que se han apoderado de cada extremo de la ruta.
A los habitantes de El Cajinicuilar, El Parazal, La Botella, Arcelia, Zapotillal, Banco Nuevo, Las Galeras, la Pasión, el Rincón del Refugio y Canalejas les resultó imposible mantenerse neutrales por más tiempo en esa lucha criminal en la que se señala a La Familia Michoacana como la organización que alienta el control de toda esa zona de la costa que colinda con el municipio de Coyuca de Catalán en la Tierra Caliente.
Quienes se han sobrepuesto al miedo y denunciado la violencia en la que viven hacen referencia a que su situación era mejor cuando no tenían camino y vivían completamente marginados que ahora cuando con su propio esfuerzo lograron la proeza de construir la carretera en la que invirtieron no menos de diez años de sus vidas.
En la ruta del río Petatlán cuyo acceso más cercano a la cabecera es el poblado de El Venado, entrando por la colonia El Barrozal, la gente aprendió a mantenerse y sobrevivir aprovechando los escasos terrenos de riego en los que se cultiva jitomate, sandía, calabazas, frijol, maíz y chile.
En la temporada de lluvias además del maíz, frijol y calabaza sembraban arroz de temporal cuyo cultivo era uno de los más generosos y populares en la región.
En la pasada década fueron las mujeres ecologistas quienes volvieron a recuperar dicho cultivo que casi se había perdido, reincorporándolo a su dieta familiar, y sus enseñanzas para la siembra de las más variadas hortalizas alcanzó a toda la ruta que ahora está siendo despoblada.
Fueron casi diez años de trabajo esforzado y exitoso en los que las mujeres combatieron el hambre y la desnutrición infantil al tiempo que aprendieron la cultura de los derechos humanos comprometiéndose como nadie en el cuidado y la defensa de sus recursos naturales, la limpieza de su río y el sembrado de miles de árboles de roble y cedro que ahora forman un abigarrado bosque.
Pero todo lo que se logró en una década de febril actividad, fue cortado de tajo por la llegada de la delincuencia organizada que comenzó corrompiendo a los jóvenes con el ofrecimiento de dinero, armas y droga, además de protección para la siembra de estupefacientes.
Hoy los pobladores de aquella región que vivió marginada pero en paz, están siendo obligados a dejarla sin que haya alguien que pueda contar su indecible sufrimiento por tener que abandonar su patrimonio, sabiendo que no habrá para ellos un obispo que hable en su nombre y mucho menos un gobierno que los escuche.