EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Pueden convivir los clones de escritores latinoamericanos en un municipio?

Federico Vite

Junio 13, 2017

La primera piedra del edificio literario del británico Ian McEwan, Primer amor, últimos ritos (Antonio Escohotado, Anagrama, Barcelona, 1975, 142 páginas), tiene una joya que condensa la poética del autor: Mariposas. De los ocho cuentos reunidos (Fabricación casera, Geometría de sólidos, El último día del verano, Pollón en el escenario, Mariposas, Conversación con un hombre armario, Primer amor, últimos ritos y Disfraces), me quedo con el más sombrío.
El libro de este gran novelista británico reúne algunas características que cualquier narrador joven debe poseer; aparte del talento, pienso en las indagaciones estéticas, básicamente lo que conduce al umbral de la conciencia narrativa. No hablo de la continuidad de discursos relacionados con los libros de los dioses literarios del autor, sino de una investigación que, por supuesto, abre las rutas de una pesquisa vital, abre las puertas al orbe más ancho. Dicho de otra forma, ¿qué pasos deben darse para narrar la historia que uno anhela escribir? No me refiero a la historia motivada por los libros que cambian la vida de los autores noveles. No, aunque también me pregunto, ¿cuántos clones de Rulfo, cuántos clones de García Márquez hay en Guerrero? ¿Es prudente tener más de cinco clones de algún escritor del boom latinoamericano en un municipio? ¿Qué subliman siendo la copia de alguien que ya dijo todo?
Bueno, para documentar nuestro optimismo literario, es importante mencionar que ya todo está escrito. Pero esos diálogos cincelados por el tiempo, si para algo sirven, es justamente para entender un poco más (y a lo mejor lo comprendemos luego) el espíritu humano.
Decía pues que Mariposas, a grosso modo, narra la atracción de un jovenzuelo por lo macabro, esa fuerza transgresora que se niega a la tranquilidad. El protagonista responde únicamente a los impulsos básicos de la fascinación, probablemente como los clones de Rulfo o de García Márquez. Es decir: las copias fieles se acercan felices al abismo de la reproducción, de lo manido, y sienten lo atractivo e irresistible que va destruirlos, lo que va a transformarlos en la prolongación de un abrazo literario que terminara asfixiándolos creativamente. ¿Qué habría pasado si la noción transgresora de McEwan fueran únicamente los asesinatos y las violaciones? ¿Los clones literarios ya están muertos desde antes de escribir como los originales?
El protagonista de Mariposas es un jovenzuelo hermético que sin premeditarlo engaña a una niña de 9 años; después, la asesina.
McEwan narra los hechos como si todos supiéramos la historia, así que una voz parca cuenta (otros, quizá académicos, quizá fanfarrones, dirán que hablo de la teoría del iceberg de Hemingway) lo catastrófico.
El lector se entera de acontecimientos que ponen luz sobre ciertas zonas oscuras. Recurriendo al flash back, McEwan describe un crimen. Utiliza la analepsis para impulsar, casi a manera de pistón, la diégesis, ese cuerpo narrativo que tanto moldean los escritores obsesivos.
El protagonista del cuento entabla una relación casual con la vecinita, hija de un matrimonio que vive a metros del domicilio del homicida. Es un chica muy vital, interesada por todo, obsesiva, curiosa y preguntona, casi un personaje de Salinger. “Se me colgó del brazo, inició una pequeña danza en la acera y trató de empujarme hacia la tienda. Hacía mucho tiempo que nadie me tocaba así, a propósito, desde que era niño. Sentí una oleada fría de emoción en el estómago y me temblaron las piernas”, escribe McEwan sobre el encuentro entre la víctima y el victimario. Bajo la promesa de que más allá del canal hay mariposas espléndidas, inolvidables, la niña acompaña a su verdugo. Es un sitio alejado, periférico, el jovenzuelo obliga a que la niña lo acaricie. Eyacula al primer roce; ella trata de escapar corriendo, pero choca con algo y cae desmayada. El verdugo avienta el cuerpo al río. Observa ese paisaje. Se aleja de la zona pensando en lo que siente, en cómo inició todo y cómo debe comportarse cuando salude a los padres de la niña. ¿Qué debe decirle a los policías que investigan el caso?
Al terminar de leer el cuento, convoco mentalmente a tres novelas de McEwan: Atonement, Chelsea beach, The comfort of the strangers. Pienso en ellas y descubro las diversas, cada vez más complejas, estructuras narrativas que el autor ha creado para mostrar las piezas (errores pequeños, fallas) que propician el nacimiento del error trágico. Pero sobre todo, pienso en el libro Sábado, un texto que nace como respuesta a lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001. En ese documento notamos la obsesión del británico por tratar de entender una serie de hechos, ¿qué nos llevó a ese punto culminante de la historia de la humanidad: un avión impactándose contra una de las Torres Gemelas? Es prudente, después de leer Primer amor, últimos ritos, preguntarse con absoluta seriedad, ¿puedo ser clon de varios escritores al mismo tiempo? ¿Es muy grave ser un clon? No creo. Sería desopilante negarme la posibilidad de existir literariamente, ya sea sublime o ridículo, pero existir sin adjetivos. A la literatura eso no le importa; de hecho, le importan muy pocas cosas. Que tengan un vital martes.