Lorenzo Meyer
Enero 12, 2017
El problema político de fondo del gobierno actual es justamente la naturaleza del fondo de su política. La protesta nacional por el aumento en el precio de las gasolinas simplemente ha hecho esto evidente.
“¿Qué hubieran hecho ustedes?” preguntó un presidente ante el rechazo a un espectacular aumento en el precio de la gasolina. La respuesta: varias cosas, pero habría que haberlas hecho antes, bastante antes, y bien, muy bien.
El problema político de fondo del gobierno actual es justamente el fondo de su política. La protesta nacional por el aumento en el precio de las gasolinas ha puesto de manifiesto lo disfuncional del sistema vigente para llevar a cabo la gran tarea histórica nacional: arraigar la democracia y elevar el nivel de vida de la mayoría. No ha podido o no ha querido eliminar los obstáculos erigidos el pasado siglo cuando, concluida la Revolución Mexicana, los ganadores se dieron a la tarea de crear, mantener y explotar en su beneficio personal y de camarilla, una larga estabilidad autoritaria, sostenida por un partido de Estado y una Presidencia sin contrapesos.
El sistema de poder que hoy opera en México –y por sistema se entiende el conjunto de las partes interdependientes que forman ese todo que la Constitución identifica y legitima como los poderes públicos que asignan recursos e imponen un orden– simplemente no sirve para llevar a cabo las tareas que se requieren para hacer de la nuestra una sociedad razonablemente segura, justa, próspera y relativamente independiente. El aparato político del que disponemos ha demostrado desde la segunda mitad del siglo pasado que ya no sirve para alcanzar las aspiraciones nacionales.
Hoy México opera con un sistema político híbrido donde mal conviven demasiados de los elementos de un viejo régimen con algunas prácticas e instituciones nuevas, de corte democrático, pero que aún no arraigan y se encuentran en vilo.
El gasolinazo. El aumento de alrededor del 20% los precios de las gasolinas decretado por el gobierno de Enrique Peña Nieto (EPN) al inicio de este 2017, ha producido no sólo el rechazo del 99% del público, sino un cuestionamiento del gobierno y del sistema político mismo por sus efectos negativos sobre la mayoría de los ciudadanos, pues el 93% considera que en este sexenio su nivel de vida ha empeorado (Reforma, 9 de enero).
En un intento de legitimar la decisión de poner fin a un subsidio en las gasolinas que se calcula en alrededor de 200 mil millones de pesos anuales, EPN lanzó a los ciudadanos un desafío al preguntar: “¿Qué hubieran hecho ustedes?” La invitación da pie a una gama de réplicas.
La historia. Dos de las grandes revoluciones que dieron la señal de arranque de la época contemporánea, la norteamericana de 1776 y la francesa de 1789, tuvieron como causa inmediata el descontento ante nuevas cargas impositivas. En su momento, las coronas de Inglaterra y Francia consideraron impostergable decretar nuevos impuestos que de inmediato fueron rechazados por sectores clave de sus sociedades.
Si hoy los fantasmas de Jorge III y de Luis XVI nos pudieran lanzar ese“¿Qué hubieran hecho ustedes?” la respuesta sería clara: antes de imponer nuevas cargas a sus súbditos debieron de haber llenado su depósito de legitimidad. Modificar la naturaleza misma de sus respectivos sistemas políticos a fin de haber dado representación efectiva a los voceros de las clases subordinadas. Debieron de haber eliminado privilegios insultantes para la mayoría. Debieron, también, modificar la naturaleza del gasto público, donde las guerras motivadas por los intereses monárquicos –justamente como la llamada “de los siete años” entre Francia e Inglaterra– desembocaron en gastos enormes en causas muy ajenas a los intereses de las mayorías y en situaciones donde, como en Francia, la economía se encontraba estancada o en recesión.
Para Jorge III o Luis XVI, la cuestión del qué hacer para evitar el descontento debió de haberse planteado mucho antes de 1776 o 1796. Lo mismo le ocurre ahora a EPN. Para sanear las finanzas mexicanas con nuevos impuestos, pero sin hacer estallar la ira ciudadana, se debió de haber actuado años atrás y en muchos campos además del meramente fiscal.
La extracción sin conflicto de recursos equivalentes a miles de millones de pesos anuales, requería contar de antemano con una gran dosis de legitimidad política, no muy diferente de la que tuvo el gobierno británico cuando en 1940 Winston Churchill requirió de los gobernados “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas” para enfrentar a la Alemania nazi.
Desafortunadamente, en México hoy esa legitimidad no existe. La mató la corrupción y la impunidad espectaculares de este sexenio y los anteriores; la ofensiva falta de solidaridad mostrada por los altos gobernantes frente a los gobernados con su estilo de vida ostentoso, sus salarios y prestaciones fuera de proporción; la manera irresponsable en que se dilapidó la renta petrolera, el descaro con que se abusó de Pemex hasta dejarlo casi inservible, la privatización del petróleo a favor de un puñado de grandes empresas; el crecimiento imparable de la inseguridad y del crimen organizado, el raquitismo crónico de la economía, la corrupción e incapacidad de los partidos para representar a la ciudadanía y un largo etcétera.
En conclusión “¿Qué hubieran hecho ustedes”? Pues antes de atreverse a extraer más recursos de una sociedad muy irritada, y desde hace mucho con sus gobernantes, atreverse a atacar a fondo los temas -e intereses– que deslegitiman al poder.
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