Federico Vite
Diciembre 08, 2015
Salvatore Niffoi es un narrador nacido y afincado en Cerdeña, población que al igual que Sicilia se siente ajena a Italia. Forma parte de esa curiosa mezcla de rencores sociales que edifican la identidad de La bota. Este narrador sardo* es autor de La viuda descalza (Traducción de Celia Filipetto. Malpaso Ediciones, España, 2014, 185 páginas), novela que por su propuesta estética busca hermanarse con libros del género noir. Mezcla con acierto el melodrama y lo violento del corazón humano.
Mintonia Savuccu, protagonista de esta historia, no es una mujer sensual ni atrevida sino una voraz lectora. Desde niña disfruta el acto de leer y gracias a ello da el siguiente paso: testimoniar la vida amorosa y virulenta que ha tenido. Da fe de su paso por el mundo machista y misógino de Cerdeña, detalla el hambre, la falta de empleo, la nula posibilidad de crecimiento económico, el castrante fascismo de la región y la característica injusticia de un contexto malogrado. Toma la pluma para invocar una historia real, no habladurías de la gente. Escribe desde una inocencia que abruma, progresivamente gana terreno en esa libreta la ira, la violencia y la venganza.
A Mintonia se le inquiere en la escuela, y en la casa, ¿por qué le gustan los libros si a la gente pobre le interesan otras cuestiones? Tanto la maestra como los familiares de la protagonistas dicen, como una admonición temible: “A ti te deben gustar otras cosas. Nosotros no hablamos italiano. El italiano es para ricos. Un idioma es para ricos. Nosotros juntamos una palabra tras otra, eso hablamos en Cerdeña, cosemos las letras”. De nueva cuenta, se evidencian los sicilianos y los sardos como hermanos de un mismo charco de sangre, gente que no se reconoce en el esplendor sino en la terca y poderosa intensidad del hambre, en la miseria.
Mintonia descubre que su esposo Micheddu tiene otro hijo con la mujer de un militar. Quizá algún día, señala, los dos vástagos se junten, convivan e incluso hablen de sus familias. La infidelidad no importa porque ella ama a ese hombre, y ese tipo merece ser perdonado, a pesar de sus errores, de su vida al margen de la ley, de la condición de hombre que lo favorece en todo, porque los hombres tienen derecho a estar ebrios, a matar, a montar mujeres sólo porque son hombres.
El problema es que, refiere Mintonia, “me lo trajeron a casa una mañana de junio, degollado, descuartizado a hachazos como un cerdo. Ni una gota de sangre le había quedado. Dos mitades que para unirlas no habría bastado un ovillo de bramante negro. ¡Malditos sean los que le abrieron el pecho para arrancarle el corazón con las manos y patearlo como una pelota de trapo!”.
¿Qué pasa después de este hecho? La trama de la novela, como hábilmente la engarza Niffoi desde el inicio del relato, mantiene la intensidad de una venganza, pero esencialmente critica las vejaciones de las mujeres sardas. Así que la turbada voz femenina habla desde un pasado lejano para advertirle a las mujeres de Cerdeña que ahí nada cambia. Nada. “Cuando el lugar donde vives se convierte en un nido de serpientes, resulta difícil soportar tanto veneno” , advierte la protagonista. También se permite anécdotas dulces en la libreta. Recuerda el movimiento en ralentí de los girasoles, esos relojes con pétalos que observan el sol con azoro y lo siguen, como si se tratara de una actividad no permitida a los sardos, empecinados en llenarse los ojos de oscuridad.
La pasión amorosa de Mintonia y Micheddu es una forma de revestir la historia para que el autor describa costumbres de Barbaglia, geografía que nos recuerda la Comala de Juan Rulfo, más que por el comportamiento de los habitantes, por las atmósferas lúgubres, temibles. Son vasos comunicantes de un mismo territorio gélido del alma.
La historia crece en el corazón abrupto, granítico, violento de Cerdeña, donde habita gente sometida al peso de la tradición. La capital feroz y trágica es la ciudad de Nuoro, cuna de la premio Nobel de literatura, en 1926, Grazia Deledda; de los escritores Salvatore Satta y de Marcello Fois. Incluso puede visitarse la casa natal de Grazia: un oasis en el esplendor sepia de la isla.
La consumación de la venganza es el último hilo narrativo de la trama, la piedra angular de ésta; no basta conocer al asesino de Micheddu, sino la forma en la que se perpetra esa deuda de sangre. El autor se encarga de que los mecanismos de la novela funcionen de manera adecuada (saltos temporales, cambios de voz narrativa, elipsis y secuencias narrativas bien resueltas) para emocionar al lector.
Mintonia se convierte en homicida. El autor recurre al truco más viejo de la historia: atrapar a la presa seduciéndola. A pesar de lo avejentado del recurso, la escena funciona muy bien. Crece la intensidad sin caer en el melodrama. Aunque el herramienta imaginativa para consumar la novela es un elemento manido, el trabajo estético de toda la historia, repito, se encuentra en el revestimiento del relato amoroso; de lo contrario, tendríamos una historia exactamente igual a las decenas de libros que se publican cada año en la industria editorial mexicana para espantar a las señoras de alto copete e ilustrar medianamente a los habitantes de un país que aún cree en la violencia como un cuento para que los niños se vayan temprano a la cama.
La viuda descalza no pretende explorar estructuras literarias ni la voz narrativa, cuenta una historia: amplia el horizonte literario, sondea pantanos del alma humana.
Salvatore señala los vicios de su región. El vínculo de amor y de odio entre un hombre y su ciudad. “En nuestra tierra te vuelves bandido deprisa. Basta decir no en el momento inoportuno, que te dejes llevar por el odio, el orgullo, el aguardiente o los celos”, dice a propósito de su pueblo, el que parece llevar signado fuego en la mirada.
Niffoi laboró como profesor de una secundaria hasta 2006 en Orani, pueblo cercano a Nuoro, en Cerdeña. Igual que el afamado Andrea Camilleri, Niffoi apuesta por una máxima minimalista: si la intención es describir el mundo, empieza hablando de tus vecinos, de tu barrio, de tu odio de tu pasión. Que tengan buen martes.
*Sardo o sarda.- Hablante nativo de la isla de Cerdeña, Italia.