EL-SUR

Viernes 10 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Qué pasó, señora Despentes?

Federico Vite

Febrero 21, 2017

Vernon Subutex (Traducción de Noemí Sobregués. Argentina, Penguin Random House, 2016, 352 páginas), de la fille terrible Virginie Despentes, es una extravagancia literaria que me hace pensar en múltiples sentencias, pero lejos de ser ingrato con una autora que me brindó gran emoción, en especial con Teoría King-Kong (Melusina, 2007) y el enfebrecido Fóllame (Mondadori, 1998), creo que a su reciente libro le faltó mucho trabajo.
Vernon Subutex es una saga de tres volúmenes, la primera entrega apareció en el mercado editorial en castellano a finales del año pasado. La novela se anuncia como una poderosa historia que reúne personajes marginales (travestis, reporteros, productores musicales, drogadictos, rockeros, modelos latinoamericanas, mulsulmanes en crisis existencial y actrices pornográficas), quienes intentan poner en jaque al sistema que los somete a ese papel en el teatro del mundo.
Se trata de un caldo de cultivo interesante, pero la resolución escritural, por paradójico que sea, es inocente. Parece que la novela es contada por el hermano gemelo maligno de Chespirito, una voz que intenta ser irreverente pero destila candidez, está plagada de clichés, de resoluciones fáciles y que evidencian el poco rigor intelectual de este proyecto. Podría ser, también, que estemos ante uno de los primeros actos desesperados por figurar, ¿no importa cómo?, en una industria donde la mediocridad comercial impera. También sé que hay portentosos escritores, claro, aunque tal vez sólo el 20 por ciento de todo lo que se publica en un año sea de gente que hace bien su trabajo, gente que no busca fama, ni escalar posiciones sociales, ni puestos políticos ni hacerse de amigos poderosos. Básica y estrictamente cuentan, agotando los recursos que poseen, una historia.
Despentes nos detalla la tragedia de un pícaro, Vernon, que al quedarse sin casa, viejo y desempleado, comienza su trashumancia por los departamentos de varios amigos, eventualmente liga con alguna jovencita, vía facebook, para no dormir en la calle, algo que terminará ocurriendo y precipitará la endeble estructura de la novela.
Furia, cinismo y contundencia, eso espera un lector de Despentes. Lo extraño, quizá debido a que la edad suaviza cualquier espíritu incendiario, es que en esta primera entrega de la saga encuentro un tema interesante desperdiciado. Al principio, la historia bordea la sustancia de una preocupación vital: ¿qué pasa cuando uno ya no es productivo para el Estado? Ofrece un apurado punto de vista sociológico sobre las personas que detienen su ingreso económico, así que comienzan a perder todo lo que mantenían heroicamente con empleos mal remunerados: departamento, servicios básicos, alimentación y salud. Veinte páginas después, vemos al protagonista coqueteando con una chica en un bar, departe con un viejo comparsa, casi como un homenaje a la salvaje existencia de tiempos perdidos, y todo el foco de atención de la real sustancia narrativa se difumina. No hay elemento transgresor; quizá regodeo con lo ya dicho, comodidad en el trazo sicológico de los personajes y prisa al desarrollar progresivamente los hechos, como si se tratara de una carrera a campo traviesa, como si el hecho de confrontar a los personajes, confundidos siempre y añorando el pasado, con lo que odian (a veces el mundo heteronormativo, a ratos el capitalismo salvaje, por ratos simple y sencillamente la frustración de ser viejos) fuera una dulce resolución melodramática.
Una vez que la autora desecha la reflexión por los desclasados, sin techo ni formas de ganarse la vida, personas que recurren a la mendicidad como última etapa de existencia, invierte muchos páginas, y palabras, en mostrarnos el celofán y la banalidad de un personaje que no asimila su tragedia. “A pesar de la vejez, tenía un aire salvaje, un buen cuerpo para revolcarse con él”, dice la autora acerca de Vernon Subutex, quien poseía una tienda de discos, quebró el negocio y buscó empleo, pero no tuvo fortuna, por la edad, por el rumbo que eligió en la vida; así que finalmente lo desalojan de su departamento. No pudo cubrir cuatro meses de renta. Tiene como último recurso la grabación de un amigo, un músico multimillonario, Alex Bleach, ángel caído del rock francés, el único de los amigos de Vernon que no pintaba para ser exitoso, quien muere por sobredosis de droga en la bañera de un hotel. Una desgracia para los fans, pero sobre todo para Vernon Subutex, pues Alex pagaba el alquiler y lo alivianaba con los gastos. Esta novela posee, en su mayoría, un tono rancio de comedia de enredos; la autora intenta hacerse la chistosa, detiene la narración, recurre a diálogos excesivos, sobrados; no cuenta, apenas entretiene, obstruye las vías de cognición que puede explorar el protagonista. Parece un documento de autoayuda para adultos mayores, para chavorrucos.
Despentes lleva y trae a su protagonista por París, vive de acostones y dinero regalado; hay un mundo tejiéndose en torno suyo, personas que le apapachan el alma y hospedan por un tiempo, reconfortan al doliente con sexo, dinero, comida y servicio de internet. Genera muy poco interés leer que un hombre en desgracia se conecta a internet, entra a Facebook y desde ahí reconstruye su vida; no se trata de que sea o no verosímil este hecho (conectar chica, casa y comida al mismo tiempo) sino que la autora desechó un mejor enfoque por apostarle a lo seguro, rentable y comercial.
Una novela con estas características la puede hacer cualquiera. Ojalá que Despentes, en otro momento, redefina los planos narrativos de este volumen que se va de boca por las andanzas de un pícaro. Al enlistar la sucesión de romances de Vernon, noto que suman aproximadamente 100 páginas; un exceso para un documento que intenta mostrar lo marginal, pero se hunde en lo superfluo. Otra falla, esencial, es que aparecen personajes forzados, gravitan en torno a casualidades, no tiene un motivo definido, son parloteo en el libro, no engranes en la progresión dramática de un relato que no se sostiene, sino que se desmadeja, casi tanto como el trabajo de la mayoría de los escritores mexicanos, los trending topic de esta bagatela que entendemos como el mercado de la literatura nacional.
Al terminar la novela, el lector adquiere por inercia una reconvención vital. Debemos envejecer con dignidad, con el aplomo que dan los años y con la ambición puesta en los detalles. La prisa no es buena consejera, mucho menos para alguien que se gana la vida perfilando personajes ridículos que se creen jóvenes en el momento más inoportuno, cuando el tiempo pasa la factura y sólo tienen un montón de pretextos para no asumir el fracaso con entereza. También creo que los escritores mexicanos lloran mucho, se suben rápidamente a un tabique y se marean. Deseo que tengan un martes sublime.