EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Quechultenango, reducto de los yopes II

Silvestre Pacheco León

Marzo 26, 2017

En mi entrega anterior escribí sobre la fiesta patronal de Quechultenango y la danza de Las Cueras, esa representación teatral que ha sobrevivido a lo largo de los siglos como parte de la festividad en la que el espíritu rebelde de los indios yopes se manifiesta.

La aculturación o cultura de
conquista

En su libro La danza de moros y cristianos, el antropólogo Arturo Warman Gryj, explica el fenómeno social que se produjo en el contacto de la cultura española con la indígena a raíz de la conquista.
La aculturación o acomodo de las dos culturas en contacto, donde una impone y la otra acepta mediante un proceso de opresión y resistencia, la analiza el autor a través de las transformaciones que sufre aquella danza de la cultura popular española traída a tierras mexicanas.
Sin embargo, en ninguna otra parte de México se conoce que alguna de estas danzas que sirvieron como herramienta de la evangelización a los misioneros, los indígenas hayan incorporado su propia cosmogonía como sucede en Quechultenango.
En la danza de Las Cueras que es una variante de Moros y cristianos, el papel protagónico del Macehualzintli como representante del pueblo llano, muestra una fuerza inusual que va más allá de lo que los misioneros querían trasmitir.
En todas esas obras de bailes y danzas de la cultura de conquista, lo que se pone de relevancia es el poder militar invencible de los conquistadores que cuentan con el apoyo de Santiago, el santo milagroso convertido en guerrero y que sumado a sus fines aparece aliado de la religión que propagan.

La danza como método
evangelizador

La danza de Moros y cristianos que aún se puede ver en infinidad de pueblos del centro de la república, formaba parte de la tradición popular en España porque era alegórica de las luchas por la expulsión de los moros, pero su representación en tierras mexicanas fue una manera de curar la nostalgia que los soldados sentían por encontrarse lejos de su patria.
El contenido belicoso, mítico y milagroso de esa danza encontró tierra fértil en el México colonial porque los indígenas también participaban de eventos similares como parte de su cultura.
Las peregrinaciones, danzas y desfiles eran comunes en las festividades indígenas donde los sacrificios humanos se convertían en el clímax de la celebración.
Esa costumbre de los indígenas fue la que aprovecharon los misioneros para lograr la dominación espiritual mediante la puesta en escena de las obras de teatro elaboradas para mostrar el poder militar de los conquistadores y la supremacía de su religión debido a los milagros de Santiago.
Fue en ése proceso evangelizador que los indígenas adoptaron dichas representaciones a las que agregaron sus propias danzas, alguna indumentaria y la música ejecutada con sus propios instrumentos.
Pero en mis observaciones no cuadraba el activo papel del Macehualzintli como representante indígena en esa danza de manufactura española, ni siquiera bajo el argumento de que encarnaba el ingrediente local en dicha representación porque, en todos los casos, el aporte artístico indígena a esas danzas nunca iba más allá de la música, el baile y la indumentaria.
Se sabe que el uso de los instrumentos musicales prehispánicos como el tambor y la flauta daban el toque local a las danzas u obras de teatro puestas en escena, pero no hay antecedentes de que en algún lugar los indígenas hayan modificado la orientación de las obras evangelizadoras para hacer que prevaleciera su propia cosmogonía.
Si bien la indumentaria de los danzantes, siempre tan colorida y festiva, es un elemento de corte local, igual que las máscaras y penachos, los personajes y sus parlamentos se ceñían siempre al libreto que los misioneros elaboraban para cumplir con su objetivo evangelizador.

Los Moros Santiagos y los Moros Chinos

Lo anterior se puede corroborar con el trabajo de Maclovio Ariza en su libro El teatro de evangelización en Chilapa, editado por la UAG en 1989, donde el contenido de los textos de las danzas que se propuso recuperar muestran la extrema intención de los misioneros que propagaban la fe católica.
El Macehualzintli en la danza de Las Cueras, viste igual que el Santiago, y es el único desprovisto de máscara. Su indumentaria es también de rojo intenso que se aviva con el amarillo del bies que tiene cosido en los bordes de su traje, y las lentejuelas con su nombre en el centro de la capa.

Danza sin narrador ni diálogos

Pero a diferencia de aquellas, ésta danza que se organiza y ejecuta cada año, exclusivamente en honor del santo patrón, carece de diálogos y no se conoce que haya habido un narrador como es el caso de los Moros Santiagos.
La danza de Las Cueras en tan peculiar en su ejecución que no requiere de narrador ni de diálogos, apenas una guturización de los danzantes para poner énfasis en alguna de las escenas.
Cada son, o escena teatral, van marcados por la flauta y el tambor que los danzantes reafirman con estudiados giros y movimientos con los que forman una variada cantidad de figuras, lo que habla de la intensidad y fuerza de la representación.
Uno de los parecidos con los Moros Chinos es que la danza se ejecuta con la música del tambor y la flauta. Aquí el Santiago lleva pegado a él un caballo de madera para hacer la representación más acorde con la mítica figura del santo, pero en la danza de Las Cueras el Santiago baila sin caballo y todos los actores usan máscara, aunque se distinguen en el color y la expresión de cada una de ellas, pues mientras el Santiago es de tez blanca, ojos azules y barba prominente, los capitanes y soldados del ejército pagano portan máscaras de color, negras y rojas que recuerdan la costumbre de sus ancestros los yopes quienes para entrar en campaña teñían su cuerpo con bermellón y cinabrio que les daba un aspecto de fiereza terrible a la hora de pelear.
La expresión de la máscara de Santiago es de bondad y dulzura aunque mate a espadazos, mientras la máscara de los paganos, es de fiereza y crueldad.
Pero la distinción especial en la danza de Quechultenango son las cueras que cada danzante lleva puestas, como si fuera la piel de un desollado, semejanza inusual con la figura del dios Xipe Tótec de los yopes, representado con su atuendo totalmente rojo.
El contexto del ritual tiene relación con aquella cultura de agricultores porque se celebra entre julio y agosto, cuando el paisaje ha estrenado traje nuevo por las lluvias recientes, todo de profundo significado con el cambio de piel, y el renacimiento adjudicados a Xipe Tótec.