EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Quechultenango, reducto de los Yopes (V)

Silvestre Pacheco León

Abril 16, 2017

En mi entrega anterior escribí sobre el fin del hostigamiento mexica contra los yopes que cesó con la conquista de Tenochtitlán por parte de los españoles, y sobre el primer contacto que tuvieron los conquistadores con los yopimes cuando en su exploración de la mar del sur en 1521, se enteran de que en sus confines hay una raza de indios diferentes a los que ellos conocen, valientes y aguerridos, que “no muestran miedo ni complejos frente a los conquistadores”.
Narré la preocupación de los españoles por la inestabilidad que los levantamiento indígenas provocaban en la región de la mar del sur como reacción por la invasión de sus tierras, haciendo un recuento de las acciones de los españoles para someterlos como vasallos de Carlos V.

El diablo dice que es tiempo de llegar hasta México

En una carta escrita en marzo de 1531, cuya reproducción íntegra está contenida en el libro de Francisco Vidal Duarte, Los Yopis en el estado de Guerrero, las autoridades del pueblo español de San Luis Acatlán solicitan al contador de México, Diego de Albornoz, que intervenga ante el presidente y los oidores de la Real Audiencia para que les manden auxilio (a sus habitantes) porque hay miedo entre la población debido a las cada vez más frecuentes incursiones de los yopes contra sus bienes y posesiones.
Y dicen explicando la situación de su padecimiento ante la continua amenaza, que los yopes “traen un diablo consigo que les aconseja que ahora es el tiempo de llegar hasta México”, y que en respuesta a sus reclamos por la violencia desatada contra los españoles han dicho que si no sabían que ellos (los yopes) nunca habían aceptado servir ni obedecer a Moctezuma, que era el mayor señor de los indios, menos lo harían con los cristianos (españoles); que ellos (los yopes) siempre tuvieron guerra, y en guerra quieren morir (para) probar quiénes son.
Concluían la carta detallando una serie de sucesos que ponían de manifiesto la inestabilidad que se vivía en la región que ameritaba venir en su socorro, y firmaban, Diego Pardo en su carácter de autoridad civil y Cristóbal Carrasco como clérigo.
Por otra parte, resulta creíble la respuesta de los yopimes expresando claramente su decisión de pelear y morir frente a quienes han invadido su territorio y amenazan con avasallarlos.

La táctica de tierra arrasada

Conociendo el llamado de auxilio de los pobladores españoles en tierra de los yopes, Hernán Cortés toma la determinación de ir en su apoyo y acabar totalmente con el foco de desestabilización que se ha generado en la zona para dejar a salvo su proyecto anhelado de llegar a las Indias por el océano Pacífico.
Con el armamento más sofisticado de entonces y la orden de aniquilarlos marchan los conquistadores contra las posesiones yopimes mostrando tanta o más crueldad en sus ataques que la acusada de sus adversarios.
La guerra se inicia en el mismo mes de marzo de 1531 con el tiempo a favor de los invasores, cuando aún no ha llegado la lluvia y el clima les favorece.
No se conocen los detalles de la guerra ni el tiempo de su duración pero la crueldad que mostraron los españoles matando cuanto indígena podían, bajo la táctica de tierra arrasada, quemando pueblos y destruyendo todo lo que pudiera servirles para resistir, desbordó los confines del territorio suriano y provocó la reacción de la propia Audiencia de México (la encargada de oír y atender las quejas de los pueblos) ante el Consejo de Indias, que a punto estuvo de culminar en el ahorcamiento del comandante español responsable de la matanza.
La horca como castigo contra el capitán Vasco Porcallo de Mendoza, capitán en jefe del ejército, fue cambiada por cárcel. Uno de los delitos mayores que le hicieron cargo fue la esclavización de jóvenes yopes, que en cantidad de dos mil fueron capturados y repartidos entre sus soldados. La ejecución del jefe militar se detuvo en la Corte imperial con el argumento de que la masacre empleada en la guerra respondía a la ferocidad de sus oponentes.
Se cuenta que fue don Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán, en su calidad de oidor, quien investigó los hechos y pudo liberar a los yopes esclavizados.

Dispersos, enfermos y empobrecidos

Los yopes que pudieron salvar sus vidas buscaron refugio en la zona más intrincada de su territorio, y mezclados con otros pueblos se les identificó como Tlapanecas, por hablar una lengua popoloca, que en náhuatl significa “incomprensible”; también llegaron a la zona mixteca de Oaxaca, y otros grupos hasta Nicaragua en Centroamérica, ocupando la región conocida como Suptiaba, nombre que ellos mismos adoptaron de aquella parte del país que actualmente pertenece al departamento de León.

La filosofía de los yopes

Releyendo la segunda parte de las aventuras de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha me encontré con el diálogo que éste tiene con su fiel escudero cuando liberados ambos, de la pretensión de Alquisidora el primero y del compromiso de gobernar la isla Barataria el segundo, caminan libres sobre los campos de Zaragoza:
“La libertad (dice el Quijote a Sancho) es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.

Santiago el valiente santo

En la misma segunda parte de la afamada novela de Miguel de Cervantes, en el capítulo LVIII, aparece una referencia a Santiago Apóstol bastante reveladora. En el camino ambos personajes alcanzan a un grupo de campesinos descansando de cargar unos retablos de santos, labrados en finas maderas que llevan a entregar al pueblo vecino.
Al pedir que se los muestren, el Quijote descubre que los tres son jinetes y también caballeros como él, “aunque ellos fueron santos y pelearon a lo divino, y yo soy pecador y peleo a lo humano” comentó.
Uno a uno el caballero andante pasó revista a los retablos: éste es San Jorge, puesto a caballo con su lanza atravesando la cabeza de una serpiente, el otro es san Martín que comparte su capa con un indigente, y el tercero Santiago, también a caballo, “la espada ensangrentada, atropellando moros y pisando cristianos”, “uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y ahora el cielo” exclamó.
Ése mismo santo, como la imagen descrita en la novela que se publicó en 1605 había llegado a México 74 años antes, traído por los españoles como parte de sus creencias y su fe, haciéndolo partícipe de su empresa de conquista.