EL-SUR

Lunes 14 de Octubre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Quechultenango, reducto de los yopes (VIII)

Silvestre Pacheco León

Mayo 07, 2017

Los yopes, una visión de los conquistadores

De la raza guerrerense conocida como yopes o yopimes sabemos lo que en la época colonial se escribió de ellos.
La referencia más antigua de esa raza indígena que se estableció en los confines de la mar del sur, ocupando territorio de Acapulco, la región Centro, parte de la Montaña y la Costa Chica, es del franciscano Bernardino de Sahagún, llamado por los conocedores como el primer antropólogo de América, quien llegó de España en 1529 y fundó el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco donde se prepararon los jóvenes descendientes de la nobleza azteca (pipiltin) encargados de reconstruir la historia del México indígena, a quienes se denominaba tlahuilos.
En su obra monumental Historia general de las cosas de la Nueva España, escrita entre 1540 y 1585, el misionero franciscano habla de “Yopitzinco” como el nombre de la provincia donde habitaba la raza yopime, también denominada como “tlapaneca”, lo que a su juicio significaba “hombres almagrados” porque se embijaban el cuerpo con el mismo color de su dios y el de sus sacerdotes, aunque también se denotaban con ése nombre quienes hablaban la lengua que resultaba “incomprensible”.
En su libro fray Bernardino cuenta que los yopes eran cazadores nómadas y recolectores de plantas silvestres, que sus armas eran el arco y la flecha, y que vivían en cuevas y chozas hechas de zacate.
Vestían cueros de animales y llevaban tiras de piel con adornos de plumas como tocado, y una piedra como espejo en la parte posterior del cinturón.
Desde pequeños los niños eran adiestrados por sus padres en el manejo del arco y la flecha, con una disciplina tan estricta para convertirse en cazadores que sólo eran aceptados en sus casas si regresaban con una pieza de caza.
Todos los jaguares que cazaban se consideraban propiedad de su jefe tribal, y como nómadas que eran, los yopes se preocupaban poco por los enfermos y ancianos. Los que no podían caminar se les auxiliaba en la muerte por medio de una flecha que se les clavaba en su garganta.
El embijado de su cara y cuerpo con almagre o cinabrio que los relaciona con los antiguos apaches pieles rojas del norte de México, era parte del ritual para entrar en la guerra, y una seña particularísima que los hacía ver temibles frente a sus oponentes.
En la guerra el jefe militar vestía como su dios Xipe Tótec. Su atavío era una corona de plumas de garza rosada que simbolizaba la piel de un desollado, una de las prácticas acostumbradas contra sus enemigos.
Muchos historiadores hablan de ciertos misterios que encierra la cultura yopime, algo que los hacía distinguidos y respetables, quizá porque se conducían con desdén y sin temor frente a los conquistadores que llegaron a sus dominios, tanto de los aztecas como de los españoles.
No se sabe si era la defensa tenaz de su territorio en la que expresaban su profundo amor a la libertad, o su rebeldía frente a todo aquel que pretendiera dominarlos, el caso es que los yopes se mantuvieron independientes como pueblo durante toda la época del dominio azteca (1430 a 1521), sobreviviendo como tales diez años después de la conquista de Tenochtitlan.
Aunque se dice que vivían en lugares inaccesibles e inhóspitos, que nunca constituyeron grandes conglomerados humanos ni construyeron obras materiales monumentales, uno de sus adoratorios que puede ser visitado es el de Tehuacalco, municipios de Chilpancingo, en dirección al puerto de Acapulco, el cual se distingue por su ubicación entre cerros, construido en una amplia explanada, con su juego de pelota y su adoratorio de piedras labradas, estéticamente acomodadas, unidas con arcilla formando una pirámide.
A los yopes se les reconocían sus habilidades para la caza y su valentía guerrera, conocían el fundido de los metales y eran afamados orfebres; trabajaban el jade para hacer joyería, y dominaban el arte plumario.
En la cosmogonía yopime, Xipe Totec, “nuestro señor el desollado” era el dios principal que habitaba en la región donde se oculta el sol. Se consideraba la parte masculina del universo, la región de la juventud y de la aurora, también simbolizaba el maíz tierno, el elote.
La piel del desollado que viste Xipe Tótec representa la renovación, el desprendimiento de lo que ya no es útil, la regeneración en la naturaleza y la renovación espiritual en las personas, así como la conversión del suelo seco en suelo fértil, de ahí que se le reconozca también como la Primavera.

El códice Tudela

La información que complementa la contenida en el libro de fray Bernardino de Sahagún sobre los yopes está en un códice indígena mexica del siglo XVI que se encuentra depositado en el Museo América de Madrid, conocido como Tudela por el apellido del subdirector de esa institución quien lo dio a conocer en París durante el Congreso Internacional de Americanistas en 1947.
En ése Códice o libro “pictográfico mexica” –como lo define el especialista de la Universidad Complutense, Juan José Batalla Rosado– “realizado durante la Colonia por pintores indígenas anónimos, y comentado en castellano por un glosador desconocido que escribió el texto explicativo de las distintas escenas que contiene”, existe una referencia a los yopes que ha movido a los investigadores a tratar de entender la razón por la cual el glosador quiso dejar esa anotación en un libro dedicado a los mexicas.
Dentro de la primera sección del códice Tudela, dedicado a los retratos de indígenas mexicas, aparecían los de una pareja yopime, hombre y mujer, de la que sólo se conserva la del varón, que es el que ha llegado hasta nosotros para darnos una idea de su aspecto físico y de su indumentaria, así como parte de su cultura.

El retrato de un yope

El profesor Batalla Rosado dice del retrato yope que aparece en el códice, que “La figura yope tiene como atavío un manto con dibujo similar a una red y un maxtlatl o taparrabos. La primera de las prendas se sujeta mediante un pequeño nudo en el hombro derecho y está cogida en el otro extremo con otro gran nudo. Lleva también unas muñequeras y tobilleras en las que se han pintado pelos, con lo cual, es de suponer que sean de piel de animal.
Como resumen del análisis descriptivo realizado, dice el investigador– tendríamos que los hombres pertenecientes a este grupo cultural tienen como rasgos destacables o definitorios los siguientes: peinado con larga melena que nace detrás de la cabeza, recogida con un paño y parte delantera con el pelo muy rapado o afeitado; atavíos consistentes en taparrabos, manto decorado que cubre el pecho, muñequeras y tobilleras de piel, y como armas arco y flechas”.