EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Quechultenango, reducto de los yopes (XI)

Silvestre Pacheco León

Mayo 28, 2017

Los misioneros agustinos en Quechultenango

La evangelización de indígenas en Quechultenango estuvo a cargo de los frailes agustinos, cuyo arribo al estado de Guerrero se registró en el año de 1533, después de que los franciscanos y dominicos llegaron a México.
Como los primeros encargados de convertir a los indígenas a la religión cristiana los misioneros mendicantes como se les llama a quienes viven de limosnas, contaron con un poder directo del rey de España, lo cual les permitió en muchas ocasiones suplantar y actuar por encima del poder civil.
Las congregaciones de indios como medida para abatir la dispersión de sus viviendas fue una idea de los misioneros con el objeto de controlar mejor el proceso de evangelización, vigilando que los conversos dejaran sus prácticas paganas y asumieran la disciplina de escuchar la misa dominical vinculada a los sacramentos del bautismo y el casamiento.
Tanto en Chilapa como en Quechultenango se conocen testimonios del cobro de multas y castigos corporales a quienes faltaban a misa. La cárcel y los azotes parece que fueron prácticas comunes para hacer entrar en razón a los que se negaban a la adopción de una nueva religión.
Con todo y ello a los frailes agustinos se les reconoce su confianza en la capacidad espiritual de los indígenas, porque fueron ellos los religiosos que calificaron a la conquista como una acción injusta frente a quienes la justificaban como medida necesaria para salvar a los nativos que “carecían” de razón.
Si carecen de razón, de la capacidad de pensar, entonces es imposible acusarlos de que cometen pecados, razonaban así los misioneros.
Para su obra evangelizadora los agustinos cuya orden tiene como regla “vivir en la casa unánimes, con el alma y corazón orientados a Dios” tuvieron a Chilapa como el principal lugar de asiento donde fundaron su convento en 1545, introdujeron el agua, desarrollaron la industria del rebozo y de mantelería, las dos actividades que dieron fama a la ciudad y que se mantuvieron vivas hasta el siglo pasado.
Se carece de datos sobre el año en que los miembros de esa Orden llegaron a Quechultenango, pero se supone que eso aconteció a finales de 1500 porque en 1603 fue el año en que se produjo a instancias suyas la congregación de indios en torno al convento que después se convertiría en la sede de la actual parroquia.
En su trabajo de tesis Evangelización y contraevangelización Agustina en la Montaña de Guerrero, Georgina Alfaro González, egresada de la facultad de Filosofía de la UNAM, dice que entre los pueblos que en vez de convento contaban apenas con una ermita a la que esporádicamente asistía un misionero para oficiar misa estaba Quechultenango, pueblo al que hace referencia fray Juan de Grijalva con una anotación en 1604 refiriéndose a que “tiene poca tierra fértil”.
Por su parte el dominico fray Alonso de la Mota y Escobar, obispo de Puebla, quien durante 1608 y 1624 recorrió la región, dijo que visitó Quechultenango donde encontró muy mermado de salud al misionero agustino fray Francisco de Ledezma, encargado del convento.
En la información contenida en Catedral, la revista de la Diócesis de Chilapa del 20 de septiembre de 1953, en su página 150 se consigna que en 1650 Mochitlán era pueblo filial de Tixtla (ya como parte del clero regular) y que esa cabecera se erigió como Vicaría Fija en el año de 1764 y fue hasta 1835 cuando se convirtió en Parroquia.
Como se sabe, después de la labor del clero secular representado por los misioneros, el relevo en el tema religioso fue el clero regular representado por el poder eclesiástico de los curas y obispos.
Una manera simplificada de explicar la diferencia entre esos dos conceptos de regular y secular, es que el clero regular sirve al pueblo y el secular a la iglesia.
En Mochitlán el clero secular se hizo cargo del relevo de la labor de los misioneros a mediados de aquel siglo dependiendo de la parroquia de Tixtla como pueblo filial.

El origen del santo patrón de Quechultenango

Se ha documentado que en la región de la Montaña, en Zoyatlán, Tototepec, Igualita, Xalatzala, Zacatipa y Tlacotla, los frailes agustinos coronaron su trabajo de conversión indígena al cristianismo dejando en cada pueblo las imágenes de los santos patronos y sus cofradías o hermandades como medio de fortalecer la fe en los pueblos evangelizados.
Como pueblo congregado en 1603 Quechultenango recibió de parte de los religiosos la imagen de Santiago Apóstol que en adelante sería el santo patrón, tal y como lo hicieron en muchas otras poblaciones donde además del santo organizaron a la población en cofradías o hermandades, que fue el método más eficaz de involucrar a los nuevos creyentes en las festividades, al tiempo que fortalecían su fe porque todo formaba parte de la aculturación.
Como complemento a la labor de las hermandades o cofradías los frailes crearon las mayordomías desde las cuales se abordaba y resolvían los problemas de los gastos para la festividad anual del santo patrón.
El método consistía en elegir a las mayordomías entre los vecinos más acomodados y con ascendencia moral, para hacerse cargo de los gastos de la festividad, todo al margen de las autoridades eclesiásticas, que si bien resultó eficaz para afianzar la cohesión comunitaria y garantizar la permanencia de la tradición, fue siempre un punto de conflicto social frente al poder de los curas quienes reclamaban para sí el control de las limosnas.
En el caso de Santiago Apóstol la relevancia milagrosa que adquirió en la comarca no se dio antes de la independencia, sino durante la revolución de 1910 cuando la situación de revuelta producía zozobra en la vida de los pueblos y las familias que buscaban la protección de sus miembros recurrían a los santos en solicitud de un milagro.