EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Quién llora nuestra muerte?

Tlachinollan

Septiembre 05, 2016

Después de haber ido al hospital de Tlapa, Rogelio García Martínez, decidió salir con su esposa y sus cuatro hijos menores a los campos de Jiménez, Chihuahua para enrolarse como jornalero agrícola, en el corte de chile jalapeño. Sufría de fuertes dolores en el estómago. Con la medicina que le recetaron en el hospital confió que iba a mejorar. El dinero que gastó en medicamentos, comidas y pasajes de su pueblo a Tlapa lo obligó a adelantar su salida a mediados de junio. Este año no pudo sembrar maíz por los conflictos agrarios que tienen con la comunidad de Zilacayotitlán, que les impiden barbechar una superficie donde hay suficiente agua. Ante la imposibilidad de cosechar algunos kilos de maíz, optó por pedir dinero prestado a uno de sus compadres. Tenía que pagar lo de tres pasajes desde Francisco I. Madero, municipio de Metlatónoc hasta Jiménez, Chihuahua. La travesía duró más de 30 horas, con un costo aproximado de dos mil 100 pesos por persona. Los pocos pesos que le quedaron, de los 7 mil que pidió, los ocupó para comer mientras conseguía trabajo.
Durante varios días Rogelio quedó postrado en su cuarto por el dolor que le impedía caminar. Su esposa María tuvo que cargar con la responsabilidad de sostener a toda la familia. Por las mañanas se iba a la unidad deportiva a esperar a los patrones que llegaban en sus trokas en busca de trabajadores para llevarlos a sus campos. Les pagan 40 centavos el kilo de jalapeño. La destreza y la condición física de cada jornalero o jornalera se pesa con los kilos de chile que echan en las arpillas. Los que ya tienen práctica llegan a pizcar más de 300 kilos, logrando percibir entre 120 a 150 pesos diarios. Los menos diestros o diestras tienen que esforzarse mucho para cortar 250 kilos, lo mínimo que se requiere para poder comer. María y en ocasiones Rogelio juntaban 250 pesos al día. Ella cargando a su bebé de 3 meses y él soportando el dolor de la vesícula. Sus tres niños de 7, 9 y 11 años se quedaban en el cuarto hasta que regresaban de la labor, después de las 5 de la tarde.
Vivir en un cuarto sin los servicios básicos cuesta a las familias de la Montaña 3 mil pesos al mes. Diariamente gastan entre 100 a 150 pesos para medio almorzar y comer. No tienen trabajo seguro los siete días de la semana. Los patrones contratan a los jornaleros siempre y cuando los compradores lleguen a los campos con sus camiones. Por eso sus ingresos son inciertos. Mientras tanto las familias tienen que gastar lo poco que ahorraron de la semana anterior, para comprar frijol, chiles en vinagre y tortillas.
El pasado martes 30 de agosto, Rogelio con su esposa María, se levantaron a las 4 de la mañana para estar desde las 5 en la deportiva, en espera de los patrones para ser contratados. Rogelio sintió nuevamente el dolor que ya traía por varios días, no lo iba a soportar para sacar la tarea. Como a las 9 de la mañana se dobló y sus compañeros prefirieron llevarlo al hospital general de Jiménez. Le recetaron unos calmantes y con ello lo dieron de alta. Rogelio permaneció postrado sobre los cartones donde duerme en su cuarto, sin probar alimento. Al día siguiente volvieron al hospital al ver que su situación se agravaba. Lo operaron de urgencia durante la noche. Nadie de su familia supo realmente qué pasó en la intervención quirúrgica. Solo les informaron que lo trasladarían a Parral porque se encontraba muy grave. A las 4 de la mañana del pasado viernes les dieron la noticia de que Rogelio había muerto.
No hubo mayor explicación por parte del personal médico. Su esposa que habla el me phaa fue ignorada. No supo realmente por qué murió Rogelio. Personal del hospital se encargó de trasladarlo a una funeraria para deshacerse del caso y dejar el cuerpo en sus manos, para que se arregle con los familiares sobre el costo del traslado. Los paisanos de Rogelio salieron al frente para pedir apoyo a las autoridades municipales. El DIF de Jiménez les informó que no tenía recursos para llevar a su familiar hasta Guerrero; 30 mil pesos cuesta trasladar un cuerpo desde Chihuahua al estado. Ninguna familia jornalera de la Montaña cuenta con esos recursos para solventar este gasto. Se han dado muchos casos en que las familias no tienen otra alternativa que enterrar a sus seres queridos en el lugar donde fueron a sufrir para no morirse de hambre.
Con el apoyo de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (Cdi) se ha podido trasladar el cuerpo de Rogelio hasta su comunidad. Sus pequeños hijos y su esposa han regresado a su casa de adobe y piso de tierra para velar el cuerpo de Rogelio. Desde el viernes en la madrugada María y sus cuatro hijos nunca habían sentido tan fuerte el desprecio y la indiferencia del personal que supuestamente atendió a Rogelio en el hospital, y de la misma gente de la funeraria. A nadie le duele su muerte. Son extraños dentro de un mundo hostil que no se compadece de su dolor. Están solos a cientos de kilómetros de su pueblo. Lloran sin encontrar consuelo ni apoyo.
A cuatro días de que inició la temporada alta de la migración de las familias jornaleras de la Montaña, la muerte de Rogelio marca de nueva cuenta el destino funesto de la gente pobre que cada año se ve obligada a salir de su pueblo en busca de trabajo. Bajo sus espaldas cargan a sus pequeños hijos e hijas, también sobre su cuerpo enfermo tienen que soportar los abusos y engaños de los mayordomos; el trato discriminatorio de los contratistas y choferes y el estigma que se impregna en su ser como una herida viva, por ser portadores de otra cultura y por hablar una lengua materna.
Este caso y muchos que han sucedido durante la administración de Héctor Astudillo, lo desconocen, más bien no les interesa ni les afecta. Nada les dice el sufrimiento, el trabajo semiesclavizante y las muertes de las y los jornaleros indígenas, porque no representan ningún costo político ni genera un deterioro en la imagen del gobernador. Es más, los jornaleros y jornaleras agrícolas ni siquiera existen en las estadísticas oficiales, mucho menos son visibles ante la opinión pública. En algunas ocasiones han sido objeto de conmiseración por parte de contadas autoridades, que a regañadientes destinan ciertos recursos para dar despensas o apoyar en la compra de insumos para el comedor comunitario.
En la semana pasada que inició la visita a nuestro país del Grupo de Trabajo de Empresas y Derechos Humanos de la ONU, también en la Montaña inició el peregrinar de las familias jornaleras a los estados del norte de México. El día en que Rogelio era trasladado al hospital, el Grupo de Trabajo conocía de viva voz los testimonios de jornaleras agrícolas de la Montaña, acerca del trabajo semiesclavizante que realizan en los campos agrícolas y las violaciones a los derechos laborales que padecen miles de familias jornaleras por parte de las empresas extranjeras y nacionales. Este sector goza de muchos privilegios, tantos que la Secretaría del Trabajo se ha hecho cómplice de las condiciones infrahumanas en que viven los jornaleros y jornaleras. En ningún campo agrícola se garantiza un salario justo ni se cumplen las prestaciones de ley. Las familias jornaleras viven acasilladas dentro de los mismos lugares de trabajo y son víctimas de vejaciones por parte de los capataces que amenazan y someten a las trabajadoras y trabajadores que reclaman sus derechos.
La situación que enfrentan las familias jornaleras es de suma preocupación para el Grupo de Trabajo de la ONU que realizará en esta semana visitas en algunos estados del país. Su visita a Guerrero no fue posible por la situación de inseguridad que persiste en la entidad y porque la violencia que no para, no garantizaba los estándares mínimos de seguridad para el Grupo de Trabajo. De cualquier manera cuentan con los testimonios de jornaleras agrícolas de la comunidad nahua de Ayotzinapa y el informe denominado México; empresas y derechos humanos que la coalición de organizaciones de la sociedad civil entregamos a los representantes de la ONU.
Este lunes el Consejo de Jornaleros y jornaleras agrícolas hará llegar a la oficina del gobernador una carta para solicitarle una reunión urgente con la finalidad de que pueda atender esta problemática que obliga a centenas de familias jornaleras a deambular por el país. La población más pobre de la Montaña demanda un trato digno y no discriminatorio, para prevenir hechos que atenten contra su dignidad como personas. Lamentan lo que pasó con Rogelio García Martinez, que murió en Chihuahua porque no tuvo una atención médica adecuada en Tlapa y porque las autoridades del estado no se han preocupado por atender las necesidades básicas de las familias más pobres de la Montaña. Lo más duro para las familias jornaleras es que ante situaciones trágicas como la de Rogelio, ninguna autoridad se hace presente para amainar el dolor. María y sus cuatro niños lloran desconsoladamente por la muerte del esposo y del papá. Su sufrimiento es mayor porque nadie que dice defender a la población indígena hace sentir su apoyo y solidaridad. Nadie de ellos siente la muerte de Rogelio. ¿Quién llora por nuestra muerte?