Jorge G. Castañeda
Octubre 31, 2016
No tengo nada contra Raúl Cervantes, en lo personal. Ni contra Arely Gómez. Esta última ha sido amable y afable conmigo, y Cervantes es amigo de buenos amigos míos. Ni siquiera le reclamo a Peña Nieto haberlos propuesto para los cargos que ahora detentan. La Función Pública es una nulidad de institución, y nadie le tiene el menor respeto como tal; Cervantes, en la próxima Fiscalía General le garantiza a EPN y a sus amigos que cualquier investigación de su régimen será realizada de acuerdo con los cánones establecidos por ese prócer de la patria y de la probidad llamado Virgilio Andrade. ¿Para qué tiene uno amigos, correligionarios y empleados si no para nombrarlos en puestos de confianza y que le cuiden a uno las espaldas?
El problema es quien los hizo compadres, en particular a Cervantes. De convertirse en fiscal –y la legislación así lo marca, a menos de que renunciara antes de que entraran en vigor las leyes secundarias de la Fiscalía– durará en el cargo nueve años; como dijo Carlos Puig, trabajará bajo tres presidentes. Siendo senador del PRI, abogado del candidato presidencial del PRI y del propio PRI en campaña, y buscando afianzar la autonomía de la nueva institución con nombramientos que inspiren confianza, es incomprensible que los senadores del PAN y del PRD hayan votado a favor de ambos ex colegas suyos. ¿En qué estaban pensando?
Es cierto que cuarenta y un senadores se ausentaron de la votación: casi la tercera parte. Y muchos fueron del PAN (por ejemplo, Juan Carlos Romero Hicks), y del PRD (aunque la página de internet del Senado no da la votación nombre por nombre). Pero es increíble que algunos sí hayan votado a favor (al PRI no le alcanza solo para llegar a los 83 en cuestión), sobre todo sabiendo que si el PAN y el PRD se hubieran opuesto en un solo bloque, los nombramientos no pasan.
Con una oposición de esta naturaleza, la democracia no puede funcionar. En todas partes se negocian puestos, pero a cambio de algo, y no en temas tan sensibles para la sociedad como la corrupción y los derechos humanos. No haber impuesto candidatos neutros o apartidistas, no haber sacado la segunda vuelta como quid pro quo, haberse prestado al compadrazgo de Peña y a la “cuotización” de los cargos, son actos imperdonables. Después se preguntan porqué la gente los alucina.