EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Rachel Cusk: el mundo fuera de nosotros

Adán Ramírez Serret

Junio 25, 2021

Aldous Huxley, en algún relato que no recuerdo, dice que en cierto momento de su vida, era tan joven y tan tonto, que pensaba que la gente no era interesante, que lo apasionante estaba en el arte y en el mundo de las ideas. Yo leí esas líneas, también muy joven, y me di cuenta que en efecto: yo era tan tonto que pensaba que la gente que me rodeaba era aburrida y que era mejor estar acompañado de libros y discos.
A partir de allí mi vida cambió, pues me di cuenta que todos tenemos la posibilidad de conocer a grandes personajes sin necesidad de viajar o de pertenecer a exóticas cofradías; tan sólo hace falta abrir los ojos, y voltear a ver a nuestros vecinos.
A todos nos ha pasado varias veces en la vida estar hablando con alguien y pensar, “esto lo debo escribir”, o “esto es una auténtica novela”. Muchísimas personas tienen vidas apasionantes. Al calor de una conversación, se han escrito muchos libros. Fabrizio Mejía Madrid cuenta que su libro Disparos en la oscuridad nació durante un viaje en coche junto al escritor Javier Cercas, pues este último le preguntó quién había sido Gustavo Díaz Ordaz. Se enfrascó de una manera tan profunda en el relato, y a Cercas le interesó tanto, que cuando se despidieron horas después, Fabrizio se dio cuenta que allí había un libro.
Es con este impulso de la conversación de la gente que está al lado nuestro, con el que Rachel Cusk (Canadá, 1967), escribe su novela A contraluz. Justo como dice la definición de esta palabra, “Aspecto de una cosa o persona visto desde el lado opuesto a la luz, de modo que queda oscura”. Ver las historias no con una luz cenital, sino opacadas por una luz externa.
Se trata de una novela extraña escrita en estos días en donde estamos acostumbrados sólo a vernos a nosotros mismos. No hay que hacer un análisis muy profundo para darnos cuenta que en nuestras vidas todo son imágenes y más de nosotros mismos para nosotros mismos. Este impulso narcisista ha alcanzado, por supuesto, a la literatura, lo cual no es necesariamente malo, incluso varios de mis autores favoritos del momento, como Emmanuel Carrère o Karl Ove Knausgard, comienzan con un análisis superfluo sobre sí mismos y están saturados de narcisismo.
Ha permeado tanto que, un amigo crítico literario, Guillermo Espinosa Estrada, ha llamado a esta escritura que sólo puede verse a sí misma, literatura selfie.
A contraluz hace el camino contrario, pues se dedica a explorar a la gente que tiene al lado. Observar la cara más próxima. La novela comienza con la narradora contando el momento ¿emocionante/anodino? en que aborda un avión en Londres con dirección a Atenas. Se dirige a esta ciudad para dar un curso de literatura. Su vecino de asiento tiene ganas de charlar, intercambian algunas palabras, y en poco tiempo ya están sumergidos en la vida de su vecino quien es un hombre de más de setenta años. Comienza el relato aquel hombre que es griego pero que ha vivido mucho tiempo en Inglaterra. Habla un buen inglés con algunas fallas que la narradora se encarga de reparar con amabilidad. El hombre cuenta su infancia en una pequeña isla griega, el amor de sus padres y su primer matrimonio con una bella mujer inglesa de quien siempre se sintió lejano. Aparece esa profundidad y universalidad extraña, que hay en cada relato familiar. El hombre se vuelve tan cercano, que ya en Atenas la invita a andar en barco, y entre otras cosas, le cuenta que una vez fue de noche al panteón en donde estaban sus padres, para reacomodar sus ataúdes, que se quedó encerrado, y pasó parte de la noche en la cripta.
La narradora reflexiona en su propia vida mientras escucha a los demás, y va soltando frases de gran profundidad y belleza. “Supongo, añadí, que es una definición del amor, creer en algo que sólo dos personas pueden ver”.
En su estancia en Grecia, hace un retrato de la mujer que le presta el departamento tan sólo por ver sus discos, muebles y decorados. También habla con un escritor irlandés de un solo libro. Un hombre que odia su país, que no fue hasta que estuvo en Estados Unidos que descubrió la vida. Bajó veinte kilos y se puso a escribir.
Uno de los capítulos más divertidos es cuando va con un par de escritores, quienes sólo pueden hablar de sí mismos y contar lo famosos que son. En unas líneas que ejemplifican bien esta novela, dice uno de ellos: “Tengo la impresión que hasta aquel momento, y sobre todo durante mis años de matrimonio mi mujer y yo mirábamos el mundo a través de un teleobjetivo de ideas preconcebidas”.
Rachel Cusk nos da la oportunidad de ver el mundo a contraluz, de observar los extraños personajes que nos rodean.
Rachel Cusk, A contraluz, Barce-lona, Libros del Asteroide, 2016. 217 páginas.