EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Rafael Arles Ramírez. Un recuerdo cariñoso para mi maestro y amigo a 50 años de su partida

Anituy Rebolledo Ayerdi

Noviembre 26, 2020

(Primera de dos partes)

Dormir en ataúd

El que Rafael Arles Ramírez durmiera dentro de su propio ataúd no acusaba ningún desequilibrio mental o suerte alguna de perversión macabra. Tampoco se podía acusar al escritor y periodista venido de Chiapas de aproximarse a un síndrome draculesco o de imitar a personajes buñuelianos. Se trataba de algo tan simple como la pertenencia de un muy agudo sentido previsor.
Sin ningún pariente o allegado en Acapulco, el hombre se negaba a convertirse al momento del guadañazo en una pesada carga para colegas y amigos. Lo presentía implacable a la vuelta de la esquina vía enfisema pulmonar, agravado por el consumo diario de cuatro cajetillas de Delicados. ¿Pesada carga? Le divertía mucho el chasco que se llevarían los gusanos panteoneros frente al banquete de 40 y pico de kilogramos de hueso con pellejo. Al reír ocultaba con la mano sus escasos dientes en jirones y sus ojos vacunos jamás empequeñecían . Una tos dramática, cavernosa, frustraba inoportuna su gana por la carcajada.
Aquella frágil humanidad, magra y encorvada, albergaba sin embargo un talento excepcional, una sabiduría profunda, pues no fue en balde que en algún momento se le identificara con el propio escritor B. Traven, escondido en la selva chiapaneca. Frente a la máquina de escribir usaba únicamente sus índices largos y huesudos produciendo cuartillas a ritmo de vértigo. Redactaba lo que hiciera falta: boletines de prensa, artículos de fondo, columnas, discursos políticos y en alguna ocasión la presentación de una quinceañera en sociedad o la despedida para un difunto. Todo condicionado, por supuesto, a que no anduviera en el agua o lo afectara una cruda de pupila fija. Rafael Arles, digámoslo pronto, sobrevivía a base de café, cigarrillos y alcohol. En este o en cualquier otro orden.
La historia del ataúd de Arles es contada por el cronista Enrique Díaz Clavel (Relatos de Acapulco, 1955). Revela que la caja mortuoria le fue donada por el líder de la colonia La Laja, Alfredo López Cisneros, El Rey Lopitos, con quien el periodista mantenía una relación profesional de antigua data. Se la solicita Martel Alvarado Medina, entonces dirigente municipal del PRI, con estas palabras: “El maestro Arles se siente morir y no desea ser sepultado envuelto como taco en un petate”.

Flecos y flequitos

–¡No, por favor, eso no!, rechaza alterado el propio Alvarado Medina un ataúd metálico como sarcófago egipcio, idéntico al que llevó a Italia el cadáver del conde Cesare D’aquarone, asesinado aquí por su suegra Sofía Bassi (se dijo que ella se culpó para salvar de la cárcel a su hermosa hija Claire). Lo ofrece Reynaldo Manzanares, de la funeraria de su apellido. El maestro, refuerza Alvarado, es el hombre más sencillo sobre la tierra y jamás aceptaría lujo tal. El mismo me encargó una caja de maderas de pino u ocote, cepilladas o no.
Finalmente, la comisión fúnebre integrada, además, por el periodista Díaz Clavel y Francisco Nava González, este enviado por López para pagar la cuenta, escogen un ataúd de 2 mil pesos. Sus interiores son mullidos y capitonados con un forro exterior del que cuelgan muchos flecos y flequitos. Uno del trío les encuentra similitud a los que nunca llegan a cubrir la pelvis espasmódica de Ninón Sevilla, bailando rumba en la película Sensualidad.
Haya o no ocupado Rafael Arles su féretro como dormitorio –nos consta que estaba colocado junto a su catre, cerrado– la versión macabra durará muy poco tiempo. Una vez ahuyentada La Catrina, el periodista volverá a las andadas y entonces los apremios económicos lo obligarán a rematarlo, en lo que le den. Lo compra Ramiro Gómez, de la funeraria de su apellido, quien se quejará de haber tenido que lavar la almohadilla blanca, para posar la cabeza del muerto, manchada con brillantina Glostora.
La presencia de Rafael Arles Ramírez en Acapulco no comienza ni termina con la anécdota macabra de su ataúd anticipado. El periodista, en realidad jalisciense pero de querencia chiapaneca, había sido pieza importante en la preservación del enigma de B. Traven y lo será más tarde de la fundación de la colonia La Laja.
Alfredo López Cisneros atiende personalmente una “fonda chiquita que parecía restaurante” llamada La Chinita, en la avenida Cuauhtémoc, centro de reunión de un grupo importante de periodistas del puerto. Además del fiachi-panopa (fiado para no pagar) el otro poderoso atractivo para aquellos eran las glorias de la cocina de la Costa Chica: el bazo relleno, el caldo y los tamales de tichinda (variedad de almeja de laguna) y las chicatanas asadas (hormigas culonas). Es así como López se liga con el periodista Ignacio de la Hoya Pinedo, director del diario La Verdad, del que aquel llegará a ser gerente general. En realidad, mecenas.

El Rey Lopitos

Los vuelcos del destino ubicarán años más tarde a López Cisneros al frente de una turba furibunda dispuesta a prender fuego a las instalaciones del diario La Verdad, en Cinco de Mayo 75. Para rescatar del inminente rosticero al director Pedro Huerta Castillo y a Miguel Sánchez Martínez, cronista deportivo, sus únicos ocupantes en aquel momento, no llega la policía ni el Ejército. Llega un trío de periodistas, Manuel Galeana, Enrique Díaz Clavel y Manuel Ávila, quienes logran disuadir al líder enloquecido de sus intenciones piromaniacas. Y era que La Verdad había bautizado a López como El Rey Lopitos. Ello a la vista de una fotografía en la que el dirigente es ceñido con una corona de flores en ocasión de su cumpleaños, según costumbre de la Costa Chica. Y Rey Lopitos se le quedó per sécula seculorum.
Rafael Arles es habitué de La Chinita, pero por supuesto. Junto con Mauro Jiménez Mora y el propio Ignacio de la Hoya estimulan las inquietudes sociales de López Cisneros. Se trata de defender a los jodidos de las tarascadas de los acaparadores de tierras y voraces rentistas, logrando para ellos un pedazo de tierra donde vivir. Arles será, finalmente, quien logre estructurar la llamada Unión Inquilinaria de Acapulco, mediante la elaboración de sus documentos básicos y el diseño de las estrategias de lucha.
La Unión Inquilinaria de Acapulco, fortalecida mediante una intensa promoción por parte del diario La Verdad, resulta instrumento eficaz para aglutinar a miles sin tierra y, sin pretenderlo, endiosar al luego crudelísimo líder. El periódico contestatario hace las veces de boletín de la organización, llamando a los precarista de Guerrero a unirse al movimiento acapulqueño. Ofrece incluso la información precisa sobre la próxima invasión de tierras.

La barranca de La Laja

La primera gran invasión masiva de tierras urbanas, convocada por la UIA, se produce a finales de 1957 en terrenos del fraccionamiento Mozimba, frustrado inmediatamente por el Ejército. El desalojo con garrotina lo dirige el general Práxedes Giner Durán, comandante de la 27 Zona Militar. Terminada la acción el jefe militar se acerca a López Cisneros:
–No sea pendejo, chaparrito, mejor invada la barranca de La Laja . De allí no los voy a poder sacar porque son terrenos en litigio y de plano porque el preciso no quiere a los dueños. Y cómo digo yo: de que se los chingue un gachupín sanababiche, mejor chínguenselos ustedes. Le advierto que voy a negar cualquier plática con usted al respecto. ¡Ande vaya y no se me desapendeje!”.
La invasión de la barranca de La laja por la muchedumbre capitaneada por López Cisneros se produce puntualmente el 6 de enero de 1958, como un regalo de Reyes para los sin tierra. Al consumarse la ocupación, el dirigente ordenará una misa secreta de agradecimiento para el general Giner Durán, en tanto que el presidente López Mateos le aparta la gubernatura de Chihuahua (1962-1968). La colonia La Laja será a partir de entonces una bendición para miles de familias y estimulará las migraciones campesinas hacia el puerto. Más tarde se convertirá en enclave al servicio del partido en el poder, PRI, con la oferta generosa de 4 mil votos.
(La célebre barranca de La Laja era reclamada, efectivamente, por el empresario hispano Manuel Suárez y su esposa Raquel Ruiz de Suárez. Habían pagado la superficie a razón de 50 centavos el metro cuadrado y en ella proyectaban un fraccionamiento estilo Mediterranee. Perdidas las esperanzas de recuperación, los Suárez –Asbestos Eureka, Casino de la Selva, World Trade Center y Polifórum Cultural Siqueiros– aceptarán los 2 millones de pesos ofrecidos por la presidencia de la República).
(A Giner Durán, gobernador de Chihuahua (1962-1968), se le recordará por mucho tiempo por una acción perversamente cruel e impía. Prohibió el uso de ataúdes para sepultar a los jóvenes caídos en el asalto al cuartel militar de Ciudad Madera, el 23 de septiembre de 1965. Ladró: “puesto que era tierra lo que peleaban, denles tierra a esos cabrones hasta que se harten”. No faltaron, desde luego, las condecoraciones al valor y al heroísmo.

Bienestar social

La convicción de que las ideas y la acción de Rafael Arles determinaron el éxito del movimiento inquilinario de López Cisneros, tiene sustento real. Nuestro hombre venía de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, donde había fundado, al despuntar los años 50, la colonia Bienestar Social para dar cobijo a miles de campesinos sin tierra y trabajadores urbanos apiñados en vecindarios insalubres.
Cuando se produzca la ruptura entre Arles y López se hablará de desviación de los fines sociales por parte del líder, enfermo ya de poder y de ambiciones de lucro. El periodista preferirá adjudicarla al enojo que provocó en Lopitos su negativa a escribirle una biografía con el título preciso de Mi Lucha, (Mein Kampf, de Hitler). Nuestro hombre se alejó de La Laja temeroso y preocupado porque López sabía muy bien de lo que hablaba.

B.S. Tamila

La experiencia chiapaneca calará tan hondo en Rafel Arles que le dedicará una “pequeña novela, cuento o lo que sea”. La titula B.S. Tamila (BS Bienestar Social y Tamila, el nombre de una de las mujeres dirigentes de la colonia) El personaje central, autobiográfico , sin duda, se llama Tdoto que quiere decir papel en lengua indígena.
“La muerte de Tamila –dicen los editores– precipita acontecimientos que ponen de relieve los intereses y pasiones de los colonos. Tdoto, el líder, dolorosamente se da cuenta de que la utopía ha caído en manos de la burocracia y la maledicencia decidiendo por ello alejarse. Nos dejará, sin embargo, su memoria, su testimonio”.

Arles sostiene:

“Si hemos de predicar ahora el amor a la Patria y al Terruño, no es posible aceptar que ese amor se circunscriba a besar la tierra que pisamos. Porque de tanto besarla, sin ser dueños de ella, se nos ulcerarán los labios y se nos desollarán las rodillas. Muchos son los pasos que damos y es muy larga y muy ancha y muy ajena la tierra que se acumula en pocas manos. Y una forma de amar a la Patria y al Terruño es, sin la menor duda, dar tierra de su propia tierra, aunque sea un pedazo mínimo, al que no la tiene y la pisa con las suelas rotas o descalzo”.