Federico Vite
Febrero 06, 2024
(Segunda de dos partes)
Es decir: un trabajador de la CFE estuvo reparando una serie de conexiones de un transformador en la avenida López Mateos. Laboró ahí durante días y estas relaciones efímeras que nos permitió mantener Otis dieron algunas conversaciones extrañas, que a contraluz de “la normalidad” adquieren matices mucho más realistas. No amables ni esperanzadoras, sólo realistas. Este hombre decía que no entendía por qué lloraban tanto los acapulqueños si acá había mucho dinero. ¿Eso crees?, le pregunté. Sí, claro, dijo, yo he estado unos días y veo que viene la ayuda, llega el dinero, no sabes, gente con mucho dinero nos pide que les arreglemos instalaciones. Son casas grandotas, son departamentos lujosos. Nos ofrecen buen billete. Acapulco tiene santos y ponen mucho dinero. ¿Me entiendes? No, respondí y pregunté: ¿Santos? Sí, hombre, dijo, son los de acá. Los santos, ¿me entiendes? Suspendí la charla porque adquirió matices oscuros. En especial en este barrio, donde queman las camionetas Urvan de ruta a cualquier hora, cuya terminal está en una esquina del mercado Santa Lucía, donde cobran por derecho de piso a muchos locales, a muchas tiendas, a muchos, pero muchos comerciantes. Aquí aparecen muertos los vecinos, aquí desaparecen los vecinos; sobre todo a oscuras, porque recuerde que en esos días —recién pasado Otis— todo era noche desde las 6 de la tarde hasta las 7 de la mañana. Él hablaba, sus rasgos se perdían en la oscuridad, pero volvía a cobrar forma cuando los faros de los vehículos lo iluminaban. Hay gente que quiere este lugar de pie, porque han invertido mucho y van a seguir invirtiendo, comentó. Era una charla extraña, cierto, pero con el paso del tiempo adquiere matices neorrealistas. Los apoyos llegaron, siguen llegando, no han parado, tanto del gobierno como de las sociedades civiles y, por supuesto, los santos de los que él hablaba siguen acá: los que controlan todo y logran el milagro de la “normalidad”. Para ellos es Acapulco, comentó, para los demás, como nosotros, las miserias. Yo ahí suspendí la plática. Volví a casa y he pensado que nada es casual. ¿Por qué trabajaba con ahínco un empleado de la CFE durante horario nocturno?
En la medida que avanzo por el puerto, entre los aciertos de La Nao de China y las filas interminables de gente que recoge despensas y enseres como si fuera un llamado a misa, entiendo que vivimos un impass. Uno terrible y longevo, maquillado por la política. Pero vamos, ¿quién puede hablar de su papel histórico sin ínfulas?
Para muchas de las personas en las filas no hay otra forma de salir adelante si no es con ayuda, estirando la mano, recogiendo los bienes y el dinero. Trabajar es un problema. Para ellos trabajar es el infierno. Después de mostrarnos ante el mundo como una sociedad que aprovecha las catástrofes para robar todo tipo de empresas, supermercados, tiendas y oficinas de gobierno se revela nuestra condición de abusivos. Algunas personas en las filas hablan de las mercancías que trajeron a Sanborns del Centro, abierto 100 días después de Otis. Hablan también de los vales de las despensas y del futuro político que les espera, porque muchos aventuran que con el año político en ciernes habrá más despensas, más vales y más apoyos. ¿Qué tipo de sociedad impone una agenda política así? Es tan complicado estar de acuerdo con ellos. Después de ser conocidos como saqueadores, aparecemos ahora en varias notas del país como tramposos, pero leales a un gobierno que no tiene rumbo ni certezas. Un dato, por ejemplo, para enfatizar mi aseveración. En la Feria Internacional de Turismo (Fitur) celebrada a finales de enero en Cancún, Acapulco no fue presentada con la importancia adecuada. Se deja leer entre líneas que este puerto no es una prioridad para el turismo nacional. Y eso es lapidario.
Tal vez nos convertimos en lo que tanto odiamos, en los chilangos que abusaban de nosotros, de nuestra casa, de nuestra forma de vida y la convirtieron en el patio trasero de la Ciudad de México. Tal vez ahora ni siquiera a eso debamos atenernos. Nuestro futuro puede leerse en torno a los apoyos gubernamentales, somos un apéndice y eso no es halagador ni promete una larga vida.
Cien días después de Otis no hay cines; pero sí tenemos casinos funcionando. Los puntos de encuentro siguen siendo los bares, las cantinas; nunca hemos tenido muchas cafeterías, ahora es evidente que nos gusta reunirnos mucho más en torno a los apoyos federales. Pensaba también que hace 20 años Playa Hornos era la sede de conciertos masivos; ahora se ha convertido en un sitio donde muy seguido asesinan gente. Eran conciertos de televisa y del PRI, cierto, pero dígame usted, ¿qué tenemos ahora en esa playa?
El neorrealisno nos regala esta opción de análisis, encontrar las verdaderas emociones de esto que para efectos prácticos denominamos sociedad. Pasaremos a la historia como la sociedad que toleró que un presidente de la República propusiera que para erradicar la violencia los padres de los delincuentes debían reprender a los hijos. Pasaremos a la historia como la sociedad que tuvo una gobernadora que llegó a un cargo político importante por nepotismo, sin más, sólo para hacer más convulsa nuestra realidad y para crear un nuevo cacicazgo. Pasaremos a la historia como la generación que oyó a una alcaldesa aseverar que la violencia que flagela este puerto se debía al calor. Todo es tremendo, pero el neorrealismo ayuda justamente a asir lo que escapa de las fachadas. Pienso también en la novela Uomi e no, de Elio Vittorini, donde los italianos debían, forzosamente, aceptar que morirán a manos de los armados durante la guerra o que morían de hambre, estaban en un callejón sin salida. Para gente así, ¿qué es la libertad? Obviamente no las despensas ni los enseres, pero esto describe un poco lo que somos. No porque estemos a unos pasos del colapso (pero nos vamos acercando rápidamente), sino porque no reaccionamos ante nada. Y lejos de parecer indolentes, lucimos más bien como abusivos y flojos.