EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Rastrear al maligno

Federico Vite

Julio 11, 2017

Alexander Kluge es un escritor y cineasta alemán que trabaja con grandes aciertos una veta de la narrativa breve; el tipo de relato que elabora es una fusión entre el ensayo y la ficción especulativa. Regularmente breves, no superiores a las cinco páginas, los textos reunidos en El hueco que deja el diablo (Traducción del inglés a cargo de Daniel Najmías. Anagrama, España, 2007, 377 páginas) rastrean, casi como una utopía, los espacios por donde el chamuco se cuela. Por ejemplo, el día en que el matrimonio Pfeiffer se presentaría en el juzgado para divorciarse en términos amistosos un incendio arrasó el bosque por el que debía cruzar la pareja, simple y sencillamente fue imposible consumar la separación. El matrimonio se estabilizó sólidamente después de ese hecho. El diablo, dice Kluge, suele cometer buenas acciones. Y Kluge se encarga de problematizar en este libro esa tesis que arroja al inicio del documento. Las buenas acciones del maléfico conducen a tremebundas revueltas humanas. Define el alma como una criatura subacuática. Trabaja página por página para demostrarlo. La plasticidad de su proyecto abarca un sinnúmero de hechos históricos que permiten suspicacias acerca de la intromisión del diablo: un accidente automovilístico en el que pudo morir Hitler, la catástrofe de Chernóbil, el ataque a las Torres Gemelas, la muerte del archiduqe Francisco Fernando que derivó en una guerra mundial, los diversos intentos por asesinar al presidente de Estados Unidos de Norteamérica, las falencias en la carrera espacial entre Rusia y Estados Unidos, los excesos de confianza del Imperio romano e inevitablemente el posible nacimiento del Anticristo y la Parusía.
Los 173 relatos nos sirven para entender la búsqueda estética del autor, es decir, para acercarnos a esa orientación narrativa que Kluge define como la cuota fantástica de los hechos subjetivos. Al leer este documento comprendemos que la realidad posee un árbol imaginativo que abre constantemente las posibilidades de interpretación de un mismo hecho; en este caso, la multiplicidad de historias cuaja la expresividad y la especulación se cincela con altas dosis de poesía.
Los libros son, afirma Kluge en este volumen, la última barrera de los carros de subjetividad; en las viejísimas historias que nos cuentan podemos encontrar las armas más eficaces contra lo que la realidad tiene de falso y gracias a ellos encontramos la letra pequeña de lo que realmente ocurre en el siglo. Y de lo que se trata, contando tantas historias en un libro, es de hacer una revisión histórica y así comprender en ese horizonte que se entiende como siglo, ¿cuáles fueron los errores que condujeron a ciertas catástrofes? ¿Cómo rastrearlos? Justamente se trata de ficcionar los principios de eso rastreos y ayuntarlos con lo real.
Lo interesante es el ensamble de cada texto, pues cada hecho histórico del libro está fusionado con capital cultural diverso: cine, música, arquitectura; pero sobre todo, con nuevos implementos tecnológicos que agrandan la ranura por la que se filtra lo maléfico. Dicho de otra manera, el autor crea un contexto y pone en funcionamiento a los personajes, los confronta contra esas novedades.
Una de las satisfacciones mayores del libro, antes de volcarse en una empresa tan laboriosa y reflexiva, es la asombrosa elección del tema, pues para ello se deben invertir muchísimas horas en las anchas y oscuras aguas de la historia. Aparte de los relatos, fragmentos del rompecabezas, descubrimos ilustraciones (fotos, dibujos) que expanden el significado de lo expuesto: las fisuras por donde escurre el mal. ¿Cómo lo expanden? Justamente utilizando como báculo la Dialéctica de la ilustración, una obra escrita por Theodor Adorno y Max Horkheimer, un clásico de la Teoría Crítica o Escuela de Frankfurt, libro que analiza desde la dialéctica al fascismo y a los medios masivos. Ofrece una mirada sociológica a los mass-media. Estamos, seguramente lo ha pensado, ante la variante literaria de Apocalípticos e Integrados, de Umberto Eco. Aunque debo precisar que W.G. Sebald ya había enseñado ese sendero narrativo tomado por Kluge.
El hueco que deja el diablo muestra al escritor como un filósofo que se desempeña como historiador. Y Kugle, un discípulo de la Teoría Crítica, entiende el ejercicio de la literatura como la reconstrucción de hechos que enfatizan la confusión habitual del ser humano.
Este hombre, también autor de Crónica de los sentimientos, fue asistente de Fritz Lang; un trabajo que definió como altamente decepcionante. Entre 1960 y 1962 dirigió varios cortometrajes. En 1963 creó la productora Kairos y en 1966 hizo su primer largometraje: Una muchacha sin historia. La película es una adaptación de un relato escrito por él. Es conocido como uno de los redactores fundamentales del Manifiesto de Oberhausen.
A propósito de la publicación de El hueco que deja el diablo, un reportero le preguntó, casi en broma, si él creía en el diablo. El escritor y cineasta sonrió. “Creo que los humanos, al no asumir nuestros actos, inventamos diablos, muchos diablos y aún faltan algunos por inventarse”, dijo.