Silvestre Pacheco León
Enero 31, 2016
El hotel monumental, en forma de pirámide, que se había puesto de moda en la Costera de Acapulco para los eventos partidarios y gubernamentales, lucía lleno aquel mediodía.
El gobierno del estado había preparado meticulosamente el escenario donde funcionarios de la SEG, maestros y estudiantes de la UAG, eran los protagonistas para que luciera abarrotado.
Los lugares del salón preparados para los intelectuales estaban casi todos ocupados, menos las tres primeras filas donde se veían sillas vacías destinadas a funcionarios y dirigentes partidistas acostumbrados a llegar de última hora para atraer los reflectores.
Todo el aparato publicitario y de comunicación social, prensa, radio y televisión se veía listo para documentar y replicar el acontecimiento.
Yo, como lo hacen casi todos los periodistas, rompí con el protocolo y me acomodé en una de esas filas reservadas, pese al mohín de la bella edecán encargada de asignar los lugares, quien contuvo su disgusto cuando me adelanté a su reclamo.
–No te acuerdas de mí, pero estás más linda que de costumbre.
–Gracias, me dijo con una sonrisa forzada.
Suria
Ya relajado me propuse a escuchar las opiniones de los intelectuales llegados del altiplano, y fue cuando hablaba el investigador social Sergio Zermeño sobre la penetración del narcotráfico en la economía local de Atoyac cuando me llamó la atención la cabellera bien peinada de una mujer sentada delante de mí.
Algo familiar era lo que atraía a mi vista aquella figura que observaba de espaldas distrayéndome de los discursos, hasta que la caída de la tapa de la lente de una moderna cámara fotográfica la descubrió:
Era Suria, mi amiga periodista venida de la Ciudad de México, la que reconocí en cuanto se agachó para recoger del suelo el objeto caído.
No perdí ni un instante para acercarme a ella, que parecía empeñada en no perder detalle de lo que se hablaba. Volteó a mirarme cuando le puse mi mano sobre la suya.
Sorprendida del encuentro me abrazó complacida a modo de saludo y en adelante los dos nos dedicamos a comentar casi en voz alta lo dicho por cada uno de los intelectuales.
–No habrá boicot a las elecciones, sentenció mi amiga cuando José Woldenberg enfatizaba que la cancelación de la vía electoral sólo agravaría la pobre situación del estado.
Su afirmación me hizo evocar la vez que la conocí. Hablaba con tanta suficiencia que era imposible no reparar en ella, más por su freses (“o sea, wei, qué plan”) que la delataba como egresada de la Ibero.
Yo buscaba un poco alejarme de ella por su actitud arrogante y a veces provocadora, aunque reconocía que estaba bien enterada de lo que pasaba en el estado.
Terminamos acercándonos en aquel viaje colectivo a la sierra, organizado para entrevistar a los campesinos defensores del bosque.
Ahora, mientras ella me hablaba de la imposibilidad del boicot electoral, mi mente volaba como vértigo hasta la zona boscosa donde Suria aparecía como una ninfa rubia bajo la sombra de los pinos.
Mientras esperábamos la llegada de los dirigentes campesinos caminamos por el río tratando de que conociera los langostinos, que son como camarones gigantes, hasta que llegamos a la poza azul, frente aquella veloz caída de agua.
–Según mis fuentes, son muy pocos los guerrerenses que apoyan la propuesta de boicot, wei.
–Gobernación dice que, para empezar, pocos de tus paisanos están familiarizados con la palabra boicot, ni siquiera saben su significado, o sea.
–Esa es una postura racista de los pinches nerds que trabajan para el gobierno, le dije en broma, mientras mi cabeza volvía al rumor del torrente que formaba aquella violenta caída de agua en la poza allá en lo alto de la sierra, bueno, más bien al espectáculo que miré cuando Suria me propuso meternos a nadar, riendo de mi inicial titubeo y jugando después a las desinhibiciones.
En aquel río descubrí a esa mujer que no sólo era certera en sus juicios políticos, sino también perfecta en sus formas y osada hasta la lujuria.
–Gobernación hace encuestas a diario sobre la situación en Guerrero. Todo está controlado, insistió sin reparar en que yo seguía en otra parte.
–Oye, pero la violencia está dondequiera, la gente vive asustada, encabronada, acerté a contestar.
–Y triste, wei, eso dicen las encuestas, agregó.
–Pero yo veo que en los hechos avanza la formación de los consejos municipales, le repliqué tratando de dar indicios sobre la ingobernabilidad.
–Verás que tengo razón, respondió juntándose a mí cariñosamente.
Mientras escuchaba a Suria recordé que la única vez que acerté sobre un hecho trascendente en el estado fue en la nominación de Ángel Aguirre a la gubernatura por parte del PRD, cuando dicho partido parecía no tener salida.
Después, en la campaña electoral del 2011, Ángel Aguirre tuvo oportunidad de agradecerme el comentario, aún cuando el epílogo era una predicción dramática que al final se cumplió:
–El gobierno de Aguirre Rivero terminará entregando el poder al PRI, decía en mi artículo.
Era una simple elucubración mía deseando quizá el castigo divino contra la perversidad de los políticos.
Otra vez Suria
Ahora estaba nuevamente con Suria y sin proponérmelo vino a mi mente aquel acto que compartimos en el 2005.
Había ganado la gubernatura Zeferino Torreblanca y mientras sus seguidores lo ovacionaban en aquel mitin que abarrotó la plaza municipal de Acapulco, recuerdo que Suria me dijo al oído, alzando la voz para que la escuchara en medio del griterío:
–La euforia perredista se acabará en cuanto se conozca la lista de quienes acompañarán a Zeferino en su gobierno.
Sucedió tal como lo predijo mi amiga, al PRD le entregó la dirección de panteones, y cuando le pregunté cómo sabía lo que iba a suceder solamente me respondió:
–Zeferino es un empresario que apenas puede con su ego, piensa que es él quien está ayudando al PRD y odia a quienes no saben vivir de otro modo más que de la política.
En aquella ocasión nos acompañó Adela a cenar con el tumulto de periodistas. Mi mujer formaba parte de las acapulqueñas entusiasmadas con la candidatura de Zeferino para la gubernatura y ese tema ocupó el diálogo de sobremesa.
Cuando nos despedimos de Suria, Adela me preguntó mirándome a los ojos,
–¿Andas con ella?
–¡Házmela buena!, le respondí bromeando.
–¿Por qué dices eso?, la seguí con el juego.
–Se le van los ojos contigo y se queda embobada escuchándote.
Esa noche no pude dormir bien tratando de descubrir las señales de las que Adela hablaba, pues a menudo sucedía que sus celos por alguna mujer realmente tenían sustento, y yo primero vivía sus arranques y luego hacía que tuviera razón respecto a las aludidas.
Eso mismo sucedió con Suria después de aquel comentario de Adela, de modo que para mí fue una señal cuando me dijo que había apartado un lugar junto al suyo en el vehículo alquilado para subir a la sierra, y después al pedirme mi hombro para dormitar durante el viaje. Lo que luego sucedió en el río fue la consumación de nuestras ganas.
Ahora la tenía nuevamente cerca y en condiciones personales de soltería que nos igualaban, bueno ése era su estatus hasta que nos dejamos de ver, lo nuevo estaba por descubrirse.