EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

RE-CUENTOS

Silvestre Pacheco León

Enero 03, 2016

Haz lo que yo, cuando puedo ni vengo

Es fin de año en San Vicente, allá en la sierra de Atoyac, los hombres chancean bajo la sombra del árbol donde se distraen jugando dominó. Ya ha pasado el bochorno del medio día y para muchos es la hora de la siesta.
Entonces llega corriendo el chamaco y se para frente al padre para decirle el recado:
-Dice mi mamá que vaya pronto a la casa porque lo ocupa.
El hombre se levanta, no sin cierta pena, buscando el pretexto de dejar a medias la partida, levanta su sombrero del suelo, se pone los huaraches y dice a manera de despedida:
-Bueno, si puedo vengo.
-Mejor haz como yo, replica el amigo: cuando puedo, ni vengo, dice provocando la risa de sus compañeros de juego.

Puro garnil

Como sucede en las familias donde existen palabras que son como parte de un código que sólo los iniciados entienden, así en la nuestra, aprendimos que un lavadero para la ropa podía nombrarse como cojomate, si estaba construido de madera, y que un silbido de mi padre era uno orden perentoria de pasar revista.
Mi madre solía ordenarnos ir al mandado con el exhorto de ponte tus pies en tu cabeza, que nosotros debíamos entender como el sentido de la urgencia.
Cuando por negligencia alguno de nosotros desatendía una orden o la cumplía a medias, a la hora de una gratificación, salía a relucir el defecto, recordándolo con la frase: a fulano le vamos a dar puro garnil, que nosotros debíamos entender como la sanción a la que uno se había hecho acreedor, conformándose de que en el reparto no le tocara nada.
Claro el garnil es un término común que se usa como la tirincha de los costeños, sinónimo de bolsa con una asa; dicen que era propia del uso de los cazadores, destinada para cargar en ella la pólvora y el parque.
Pero en nuestro código familiar el garnil era una palabra para definir algo sin valor, como una bolsa vacía.
Con el tiempo ese término, como muchos otros, fue quedando en desuso, tanto que para las nuevas generaciones, escucharlo resultaba una novedad, y a veces daba pie a situaciones simpáticas como la que nos sucedió hace poco cuando mi hermano le urgía a su mujer que se decidiera por la comida que quería para su cumpleaños.
-Si no te apuras y nos dices pronto lo que quieres comer en tu festejo, te vamos a dar puro garnil.
Al escucharlo, su hijo mayor se metió en la plática:
-Yo también quiero garnil Papá, dijo el niño sin saber el significado del término y quizá porque la expresión se le hizo llamativa.
Y como en las disputas entre hermanos por el cariño o la atención de los padres permea todos los terrenos, en seguida intervino el hermano menor.
-¡No, a ti no te van a dar garnil porque ése ya es de mi mamá!, dijo el niño en tono de advertencia.
Después de la risa generalizada que provocó el comentario, hubo que explicar a ambos niños lo que debían entender como garnil, y desde entonces creo que nadie quiere compartir ese deseo.

Los Chicos Malos

Esa tarde Noel decidió pasar de su trabajo a comprar la cena para ya no tener que salir por la noche como lo recomendaba el buen juicio, porque en la ciudad todo mundo andaba ciscado con la presencia de la pandilla de escuincles desalmados que en cuanto oscurecía, parecía que los soltaban para hacer desmanes.
Noel estrenaba camioneta y la manejaba con tal celo que ni su mujer le disputaba el volante, porque era como su juguete favorito.
Compró las quesadillas que le hicieron de encargo y en cuanto subió a la troca notó que un carro lo seguía. Para no apanicarse quiso cerciorarse primero que no lo traicionaban los nervios, dándose vuelta intempestivamente en el primer retorno, acelerando luego en la avenida hasta que comprobó que efectivamente lo seguían. Era un jetta blanco con cuatro mozalbetes que no se le despegaron.
Entonces Noel optó por una medida desesperada que él consideró que podía ser disuasoria contra sus perseguidores, y enfiló rumbo a la academia de policía como si su pretensión fuera entrar en esa fortaleza, pero con temor se dio cuenta de que esa artimaña no le funcionaba, pues aún cuando se detuvo frente a la entrada, los del jetta blanco pararon tras él, hasta que no tuvo más remedio que reanudar su marcha.
Después decidió tomar el boulevard pero ya no tuvo tiempo de llegar porque en cuanto accedió a la lateral, los del jetta se le cerraron, le apuntaron con sus armas y lo obligaron a pasarse al asiento trasero, luego uno de ellos se hizo del volante y los otros dos sometieron a Noel.
No le cubrieron la cara ni lo obligaron a ocultarse, únicamente comenzaron a interrogarlo sobre sus datos personales y la propiedad del vehículo. Mientras confirmaban con su credencial de elector si concordaban sus datos, llegaron a la casa de seguridad de los maleantes donde lo despojaron de todas sus pertenencias y lo encerraron en una habitación donde no había menos de diez personas también detenidas.
Como Noel quiso saber la razón de su detención, los pandilleros le explicaron que estaban investigando si lo podían dejar libre o si tenía algún pendiente con ellos, mientras tanto vamos a hacer algo para que no te aburras.
Luego lo sacaron al jardín interior de la casa donde dos mozalbetes lo comenzaron a golpear en la espalda con una tabla.
Noel de veras sufrió con impotencia la golpiza porque el primer impulso que tuvo fue devolverles los golpes, pero cuando razonó que de esa manera podría irle peor, se aguantó el coraje y resistió el castigo hasta que los mocosos convertidos en verdugos se cansaron.
Noel se sintió salvado cuando le dijeron que podía irse, aunque tuvo que dejar su camioneta, a cambio le devolvieron la cena que había comprado.
En su casa su mujer estaba desesperada porque de Noel no supo más después de que le encargó las quesadillas de cuitlacoche y flor de calabaza. En las tres horas transcurridas desde la última vez que hablaron, la esposa lo había buscado en el hospital, la Cruz Roja y la cárcel. Lo único que ella pedía era que su marido estuviera bien donde se encontrara.
Cuando los dos vivieron el milagro de volverse a encontrar, se abrazaron y lloraron, dando por bien perdida la camioneta nuevecita que les despojaron.
-Que me hallan robado la camioneta lo puedo pasar, pero con lo único que no voy a quedar conforme es con que hallan sido unos desgraciados mocosos los que me tundieron a golpes, repetía con coraje.