Federico Vite
Diciembre 19, 2017
En Costruire il nemico e altri scritti occasionali, Bompiani, Italia, 2011, 420 páginas (Construir la enemigo y otros escritos ocasionales), Umberto Eco relata que hace años viajó a Nueva York. Abordó un taxi que era conducido por chofer paquistaní cuyo nombre le fue complicado repetir y descifrar. “Me preguntó de dónde era yo y le contesté que italiano. Me preguntó que cuántos éramos y se quedó asombrado de que fuéramos tan pocos y de que nuestra lengua no fuera el inglés. Por último, me preguntó cuáles eran nuestros enemigos. Aclaró despacio que quería saber con qué pueblos estábamos en guerra desde hacía siglos por reivindicaciones territoriales, odios étnicos, violaciones permanentes de fronteras, etcétera. Le dije que no estábamos en guerra con nadie. Con aire condescendiente me explicó que quería saber quiénes eran nuestros adversarios históricos, esos que primero nos matan y luego los matamos nosotros o viceversa. Le repetí que no los tenemos, que la última guerra la hicimos hace más de medio siglo, entre otras cosas, empezándola con un enemigo y acabándola con otro. No estaba satisfecho. ¿Cómo es posible que haya un pueblo que no tiene enemigos?”, detalla el autor de El cementerio de Praga. La posibilidad de moldear al adversario es tentadora. Sobre todo, porque nos ayuda a definirnos. ¿Quién será el enemigo de los creadores guerrerenses?
Nos basta con enumerar el contexto paupérrimo y dramático de este sitio. No es casual que se llame Guerrero ni criticable que los creadores de esta región se vayan por un tiempo a donde hay opciones reales de vida para quien oficia la literatura de manera decente; es decir, cobrando por su trabajo. Porque nunca sobra decirlo que todo lo quieren de a gratis, son tan cínicos que esperan la muerte de alguno de los creadores para aprovechar políticamente ese hecho, ni de broma se asoman a la obra de nuestros difuntos, ni de broma se preguntan de qué vive la gente que ellos ignoran (todos aquellos que nos sentimos sin voz ni voto en el estado). ¿Por qué no funcionan de manera adecuada las instituciones ya existentes? ¿Por qué siguen viendo a los creadores como hippies tardíos, como bohemios agrios o como jóvenes con indecisiones profesionales, casi ninis? ¿Por qué los ciudadanos siguen pensando que no se necesita dinero para “hacer cultura”, que basta con buena voluntad y con bastante tiempo libre? ¿A quién se le debe toda esta mitología artística en Guerrero? ¿Por qué no piensan que un creador necesita una fuente constante de ingresos para insumos culturales, comida y seguro médico? ¿Por qué cuando se exige un buen pago por la obra realizada suelen responder (los que gestionan los pagos y los familiares de los creadores) que uno ya sabía que en esto no hay dinero? ¿Es válido descalificar la miseria económica de un creador arguyendo una errónea vocación en el capitalismo salvaje? ¿Políticos y sociedad creen que los creadores son güevones?
En el siglo XXI, en Guerrero, seguimos pensando que las actividades de expresión estética son decorativas. Concebimos que ser escritor (director de escena, actor, pintor, escultor, etcétera, etcétera) es algo para gente rica y básicamente para personas ociosas, porque la tradición oral nos dicta que quien lee es alguien que no está haciendo algo útil (a ver, tú qué estás leyendo, ponte a hacer algo de verdad).
Quien oficia la literatura sabe que su trabajo es crear insumos culturales. Hablamos de contar o de cantar historias; la tarea consiste en hacerlos de la mejor manera posible, porque escribir no sólo es imaginar vidas sino consumar lecturas, traducir la realidad, agrandar la visión que tiene el hombre de su mundo. Escribir lo mejor que se pueda, lo más claro posible, es importante para dar un testimonio de esta horrenda situación que no permite crecer a un estado sureño tan rico como éste. Publicar lo hecho en casa, por tanto, es indispensable.
La gente que trabaja seriamente la expresión estética por escrito (no me gusta usar el término artista) con frecuencia perfila a su adversario, lo busca con ahínco. En ciertas ocasiones ignora la mano del ogro filantrópico, como bien decía Octavio Paz, y se aferra al trato meramente decorativo que brinda el Estado a las actividades culturales. No olvidemos nunca que la obligación del Estado (no sólo con las expresiones estéticas sino con la salud, el empleo y la seguridad sociales, entre otros tantos rubros) es brindar apoyo, preservar los baluartes que animan el alma de la sociedad (burla aparte es que en Acapulco entendamos que las actividades de expresión estética son hechos similares a los festivalines de fin de curso veraniego, donde basta con disfrazarse de algo para ser alguien, basta con aprenderse de memoria un verso para ser poeta o llamar escritor a un tipo que lee dos libros al año y escribe una página en doce meses. Claro, también es patético que no se use el presupuesto etiquetado para ciertas actividades culturales, como el caso del Festival de Letras Acapulco, o el hecho de que no se haga pública la convocatoria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Guerrero para el 2018), pero con todo y el apoyo, a veces el Estado es su enemigo.
También es prudente refrescar la idea que tenemos de los creadores, porque a los creadores (eso que llamamos gremio) no les basta con hacer bien su trabajo (escribir, actuar, dirigir, etcétera), necesitan una etiqueta más, probablemente herencia de la generación anterior, es decir, hacen su trabajo y aparte son rebeldes, son contestatarios, son amorales, son divertidos, son mordaces, son algo más que su oficio. El ego del gremio exige una catalogación que no es precisamente estética, logra que los iguales se clasifiquen por el impacto de su imagen, por los premios, por las becas y por la popularidad, no por lo que han hecho estéticamente. Casi nunca son conocidos por la obra. Es decir, el mismo gremio va demonizando al otro, retuerce las virtudes, exalta los vicios: construye al enemigo. Trabaja exactamente igual que los políticos, aunque en la política sí hay dinero a manos llenas.
En el gremio, la construcción del enemigo es mutable. Por ejemplo, un grupo usa el vituperio como fuete, ordena la diatriba y ataca, ataca hasta hacer daño. No siempre el gremio de creadores es el enemigo del gremio de creadores; a veces, son las instituciones oficiales, los mojigatos, los defensores de las buenas costumbres, el Estado (¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!).
También creo que sin desearlo uno adquiere el uniforme, el papel del enemigo. Quizá mientras usted amablemente lee esto, y eleva la mirada, descubre que es el enemigo del que no lee, el que está al frente y piensa que los intelectuales, por permitir tantos abusos del poder, son los responsables de todo el mal de nuestro tiempo. Tal vez tenga frente a usted a un alcalde que le teme a los libros, a un director de cultura que no dirige, si es así, pregúntele, ¿quién es su enemigo? La respuesta de los caballeros nos conducirá a los sinuosos pasillos de una obra de Franz Kafka.