EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Rectificar

Arturo Martínez Núñez

Abril 28, 2005

 

Dice el refranero popular que es de sabios rectificar. El golpe de timón dado ayer por el presidente de la República, no puede ser más que aplaudido y felicitado. En la vida y en la política, lo más difícil, pero también lo más satisfactorio, es alcanzar acuerdos. ¿Y con quién se hacen los acuerdos? ¿Quiénes firman la paz en un conflicto armado? ¿Quiénes tienen que sentarse a entablar un diálogo? ¿Los amigos? ¿Los que están de acuerdo? ¿Aquellos que comparten visiones y proyectos? No. El punto de partida en una negociación política, implica reconocer en primer término que el que se sienta del otro lado de la mesa no piensa como uno.

En sus memorias, George Stephanopolous, entonces colaborador cercanísimo del presidente Clinton, cuenta cómo antes de la firma de los históricos acuerdos entre los hoy fallecidos Yaser Arafat e Isaac Rabin, éste se negaba insistentemente a estrechar la mano de Arafat, que los israelíes nunca dejaron de considerar un vulgar terrorista. La negativa del premier judío estuvo a punto de dar al traste con años y años de secretas y sigilosas negociaciones. Se decidió entonces que las partes firmarían el documento, pero que no habría choque de manos. La ceremonia transcurrió con emotividad en los jardines de la Casa Blanca y tras la firma, Arafat tendió la mano a Rabin que no pudo o no quiso evitarlo y contestó al saludo que quedó importalizado en las placas de los fotógrafos y en la memoria del mundo. Más tarde, Stephanopolous preguntó a Rabin por qué había cambiado de parecer y Rabin, paisano al fin del rey Salomón, contestó que durante el desarrollo de la ceremonia había estado reflexionando y había llegado a la conclusión de que la paz se firmaba con los enemigos, no con los amigos.

Después de muchos meses de andar dando tumbos, Vicente Fox decidió convertirse en el Presidente de la República y dejar de ser el líder de una fracción de su partido. Hoy, el Presidente de la República ha recuperado el liderazgo del país y puede aprovechar para convocar a la reforma del Estado que de una vez y para siempre, solucione los vacíos que persisten en nuestra incipiente democrácia, aún expuesta, como lo vimos estos infaustos meses, al capricho y voluntad de unos y otros.

Son muchas las áreas en las que el país puede avanzar tan sólo con la voluntad presidencial. Un pequeño ejemplo: las comisiones que se crearon para regular la actividad del país en algunas áreas económicas (Comisión Federal de Telecomunicaciones, Comisión Reguladora de Energía y Comisión Federal de Competencia, entre otras), son híbridos con mayor o menor grado de independencia, pero cuyos consejeros son aún nombrados y pueden ser removidos por el Ejecutivo. Dotar a éstos órganos con una auténtica autonomía, sería un paso gigantesco en la ciudadanización de instituciones fundamentales para la vida nacional.

Durante el gobierno de Fox se ha avanzado mucho en diversas áreas, quizás la más importante sea la no partidización de los programas sociales. Vale la pena preguntarse entonces, en qué momento se torció el camino. Vicente Fox apostó demasiado a las elecciones legislativas del 2003. Alguien, presumible y paradójicamente el encargado de lograr los acuerdos, convenció a Fox de que ni con el PRI ni con el PRD era posible avanzar y que la única manera de “quitarle el freno al cambio” era alcanzar una mayoría suficiente en la Cámara de Diputados. Al no lograr el objetivo anhelado, las baterías apuntaron entonces hacia el competidor puntero en la carrera presidencial. Los resultados del intento de pescar al Peje están a la vista: Andrés Manuel permanece en la cima de la popularidad: no cabe duda que el mejor publicista del país sigue siendo Vicente Fox, tanto para bien, como para mal.

Desde la semana pasado lo advertíamos: tanto Macedo de la Concha, como Vega Memije, se dieron cuenta demasiado tarde de que estaban siendo utilizados como peones de un ajedrez mayor. La Procuraduria General de la República, la oficina del abogado de la nación, ha sido nuevamente ultrajada y utilizada por tirios y troyanos. Es necesario intentar por enésima ocasión, que la procuración de justicia en el país sea ejercida por un ciudadano capaz, recto y libre. Me resisto a creer que no haya en el país al menos una veintena de mujeres y hombres capaces de afrontar el reto con éxito.

Mientras tanto, en la acera de enfrente, todo es alegría y se celebra como victoria propia el reconocimiento del error ajeno. Serenidad y paciencia, recomendaba Kalimán. El jefe de Gobierno de la ciudad de México –conocido fugazmente como el señor López– tiene que ver con atención las barbas de su vecino y remojar las propias antes de la pelea.

Andrés Manuel López Obrador estará en la boleta de julio del 2006. Ahora no queda ninguna duda. Sin embargo, por el bien de la nación y del proyecto alternativo que éste dice representar –porque el libro donde dice sustentar el cómo, no es más que un catálogo de buenas intenciones sin ningún rigor intelectual–, es necesario que López Obrador mande señales claras sobre temas concretos.

Transparencia. A los pocos días de iniciada su gestión, el gobierno del Distrito Federal, sin necesidad de que para ello mediara ley alguna, subió a su sitio de internet, las percepciones netas y brutas de todos sus funcionarios, así como la declaración patrimonial de los titulares de las dependencias, y los ingresos y egresos diarios de la ciudad. AMLO es un ser que dice detestar la corrupción e incluso sustenta que con el simple hecho de corregir este mal, se pueden conseguir recursos suficientes para la obra pública. Andrés Manuel ha sido implacable al revelar en su libro Fobaproa, expediente abierto, la lista de los empresarios y las empresas beneficiadas directa o indirectamente por el rescate bancario, según sus propias palabras, “el desfalco más grande en la historia de la patria”. Más aún, es públicamente conocida la austeridad en la que vive, que francamente raya en la exageración monacal. AMLO odia la ostentación y la opulencia en la que suelen vivir los funcionarios públicos. Nadie, nunca, ni en los momentos más ríspidos del proceso, ha podido atacar a Andrés Manuel culpándolo de riquezas mal habidas. Por estos y otros antecedentes, llama la atención la obcecación del jefe de Gobierno, al impedir que el Consejo de Transparencia y Acceso a la Información del DF se convierta en una institución autónoma. ¿Hay algo que ocultar? ¿Hay alguna cuenta que no cuadre o alguna adquisición fuera de lugar? ¿Existen cochinitos ocultos o trapecismos financieros que necesiten ser ocultados? Si no es así, por qué demonios no poner al alcance de todo aquel que así lo desee, la información pública. No es suficiente que Andrés Manuel jure y perjure que es limpio y puro. Es necesario que los ciudadanos podamos constatarlo.

Corrupción. AMLO debe de fijar una posición clara frente al tema. Si creemos que Andrés Manuel no conocía de los movimientos de Gustavo Ponce, aunque este ludópata viajara cada quince días a Las Vegas y gastara carretadas de dinero de dudosa procedencia en las mesas de Black Jack, es necesaria una respuesta contundente que aún no se ha dado. Intentar culpar al mensajero y tratar de deviar la atención alertando sobre un complot orquestado en su contra, no excluyen la responsabilidad de los órganos de control de la ciudad de México al no saber lo que hacía el empedernido jugador. Porque Ponce, hay que recordarlo, no era un funcionario de segunda. Era el secretario de Finanzas del gobierno del Distrito Federal. Salvadas las distancias, era el secretario de Hacienda de AMLO. ¿Nadie sospechó de un funcionario que solía ausentarse el jueves y volver hasta el lunes? Yo confío en que verdaderamente Ponce les tomó el pelo a todos sus compañeros de la administración capitalina. Pero para salir de toda duda, todos los funcionarios que rodean a López Obrador, deberían de someterse a sendas auditorías para ratificar que aquél era un frijol en el arroz. Andrés Manuel tiene que desmarcarse clara y contundentemente de René Bejarano y su red de corporativismo corrupto.

Bienvenida la concordia y el diálogo. Ojalá que los tambores de guerra permanezcan sordos por un buen tiempo. Es tiempo de construir en beneficio de México. El señorito de Bucareli, dificilmente aguantará por más tiempo el reclamo nacional –incluso desde su propio partido– contra su doble papel de secretario-candidato.

 

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