Federico Vite
Noviembre 12, 2024
En 2017, el libro que más se vendía en Estados Unidos era justamente 1984, de George Orwell. La distopía más famosa de la historia se releía constantemente por el arribo del nuevo gobierno trumpista. Luego vino López Obrador, supuestamente para poner en su lugar a Trump, pero resultó que se volvieron amigos. Ahora Trump regresa al poder; en México la presidenta es Claudia Sheinbaum. 1984 vuelve a subir considerablemente sus estándares de venta. Eso nos indica algo. Y atrae mi atención un hecho, Sheinbaum empezó con una serie de novedades para el rediseño del país que bien podrían formar parte de esa ficción que Orwell ensambló cuidadosamente para advertirnos lo que sigue después de crear instituciones invasivas y desaparecer las que abogan por el acceso a la información, como el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI). Ahora se propone la reforma de “Supremacía Constitucional”, se creará también el “Servicio Nacional de Identificación Personal”, la “Agencia de Transformación Digital”, la “Secretaría Anticorrupción y Buen Gobierno”. La opacidad como reino. Eso se prevé a simple vista.
Es decir, Orwell nos advierte que la aplanadora de Morena (y cualquier partido mayoritario del mundo) no tiene reparo alguno en aplastar todo aquello que le impida hacer lo que se le antoja. Tiene todo y va por más, ¿para qué quiere el poder?
En n1984 se ponen en perspectiva ideales amorosos que contrarrestan el poder de los tiranos. Describe sistemas de gobierno que controlan todo y, nunca sobra decirlo, nulifican toda disidencia, toda crítica, toda independencia, porque podría perfilarse una oposición. Y eso es inconcebible. El Estado, como lo denunció George Orwell, evita incluso que uno pueda elegir a la persona que ama. Y amar libremente es, en ese mundo, una omisión capital.
En la relectura de 1984 encuentro algunos aspectos sobresalientes, por ejemplo, el sexo recreativo (y a veces amoroso) como un acto político en el que se contraviene la orden de un gobierno totalitario. Es una idea preciosa que debería permanecer en la mente de cualquier lector. Obviamente, no escribo este texto porque encuentre un símil entre esa realidad de la novela y la nuestra, sino porque hay señales, más bien, encuentro síntomas de la misma enfermedad: autoritarismo. Primero, nos advierte Orwell, viene todo ese numerito de retorcer el lenguaje para que las palabras oculten aspectos perniciosos: “La guerra es paz/ La libertad es esclavitud/ Ignorancia es fortaleza”. Estas líneas nos ayudan a comprender cuán confundida estaba la sociedad en ese mundo. El protagonista Winston Smith empieza a cuestionarse si todas esas frases que se proyectan en pantallas omnipresentes no son más que una serie de esquemas que ayudan a perpetuar un gobierno intimidatorio y totalizante.
Otro rasgo que destaco es el siguiente: “La pluma fuente fue un arcaico instrumento, a menudo usado para firmar, y él (Winston) ha procurado usar una, de manera furtiva y con algunas dificultades, simplemente a causa de sentir que la bella cremosidad del papel merece ser escrita con una cuña real en vez de ser arañada con un lapicero”. Esta modernidad tecnológica nos distancia de nosotros, de tareas encantadoras, como la descrita en el fragmento anterior. Y nos advierte también, de la dependencia de las máquinas, de la dependencia de la inteligencia artificial. Aunque, el otro aspecto, es mucho más atractivo: no olvidemos que escribir es una actividad de pleno goce personal. No importa si se publica o no. Acá el asunto es que escribir –goce personal– le conduce a una certeza bien delineada: “Derrumba a Big Brother”. Un pensamiento que le atravesó la cabeza y el corazón. Más que un reto, esa frase es una invocación. Y así pone en marcha otro engranaje del relato.
A mí me sigue sorprendiendo no sólo el envidiable estilo directo de Orwell, sino la auténtica visión (me refiero al esfuerzo sostenido para cincelar en los pasajes literarios un mundo) de una sociedad sumamente controlada. Más allá de la mención distópica, lo que el autor puso sobre papel es realista y, ¿por qué no decirlo?, fatalista, pero es una admonición fenomenal para todo aquel que piense ilusamente que los problemas ciudadanos se acaban cuando el Estado se hace cargo de todo. Aunque siendo un poco más incisivo, Orwell no habla del Estado per se, sino del brazo militar de un Estado que controla a los civiles mediante la inserción de personas con mentalidad armisticia en la gestión pública (piense también en la cantidad de empresas del ejército en este país y le propongo algo, responda estas simples preguntas: ¿a quién le rinden cuentas esos negocios? ¿Para qué necesita más dinero una institución, como el ejército, con enorme presupuesto?). Otro aspecto es el espionaje a civiles, son un objetivo militar por el simple hecho de parecer sospechosos, esto en la novela; pero en la vida real ya hay pistas de “seguimiento de inteligencia miliar” a quienes han criticado desde diversas tribunas al gobierno actual. Por ejemplo, el caso del activista Óscar Kabata (puede verificar la historia El caso de la soldado infiltrada como periodista en el canal de youtube de Casa de América, publicado el 10 de octubre de 2024). Big Brother es tan obvio y eso tal vez le confiere una apariencia inofensiva.
Winston Smith trabaja en el Ministerio de la Verdad reescribiendo y retocando la historia para un Estado totalitario que somete de forma despiadada a la población; de pronto, siente que no quiere contribuir más a este sistema perverso y decide rebelarse; en ese proceso encuentra el amor de una mujer más joven: Julia. Y eso modifica la vida de ambos personajes. Lo más interesante es que en el interludio amoroso, mientras se esconden para amarse, Winston visita un pub de bohemios, quienes vivieron algunos tiempos que los libros de historia ya no mencionan y si lo hacen es sólo para agrandar la imagen que se tiene de Big Brother. En la escena hay una reunión entre el protagonista y un viejo parroquiano. Winston invita unos tragos y pregunta: “Lo que yo realmente quiero saber es esto, ¿tú crees que tienes más libertad ahora de la que tuviste en aquellos días? ¿Antes te trataban más como un ser humano?. El anciano parece pensar profundamente. Bebe un cuarto de su pinta antes de responder. Sí, él dice, sí.”.
1984 cumple 75 años. Luce muy joven y crítica con ferocidad un sistema de gobierno que, como el nuestro, empieza a pintarse cada vez más y más y más de verde olivo. Cada vez tolera menos la crítica. Y lo que comunica Orwell es una gran advertencia sobre el daño que producen los movimientos totalitarios. Lo que más me atrae y lo que yo quiero compartir es un hecho que Orwell subrayó con énfasis: la manipulación. Gracias a esta herramienta se legitiman muchas decisiones políticas que convierten a 1984 en una novela de vigencia estremecedora: “La palabra que estás tratando de encontrar es solipsismo. Un solipsismo colectivo, si prefieres. Pero es una cosa diferente a la metafísica; de hecho, es la oposición. El poder real, por el que nosotros debemos pelear de día y de noche, no es el poder sobre las cosas, sino el poder sobre los hombres. Él hizo una pausa y por un momento asumió ese aire de maestro de escuela cuestionando a un prometedor pupilo.
¿Cómo un hombre detenta su poder sobre otro, Winston?
Winston Smith pensó: Haciéndolo sufrir.
xactamente. Haciéndolo sufrir. La obediencia no es suficiente. A menos que él esté sufriendo. ¿Cómo puedes estar seguro que él está obedeciendo tus deseos y no los suyos? El poder está en infligir dolor y humillar. El poder está en desgarrar las mentes humanas en pedazos y juntarlos otra vez en una nueva forma de tu elección” .
Gracias a esta clase magistral del agente O’Brien, el antagonista de Winston, entendemos por qué es tan importante cambiar el significado de las cosas. Recordemos las primeras aseveraciones del texto: “La guerra es paz / La libertad es esclavitud / Ignorancia es fortaleza”. Sobre esa tesis de Orwell usted fácilmente puede entender: “Abrazos, no balazos”, “Austeridad republicana” y “El pueblo bueno y sabio”. Si la quiere actualizar, pues diga como perico: “Hay una campaña mediática en contra de Evelyn Salgado”.
Hablo de un síntoma que afortunadamente para nosotros, Orwell diseccionó a la perfección en una novela que le ayudará a entender que la hipervigilancia sólo tiene un objetivo: controlar. Pero no me crea, mejor lea 1984 y saque sus propias y poco optimistas conclusiones del tiempo que nos toca vivir.
PD.- Para la escritura de este artículo releí 1984 (England, Penguin Books, 1989, 326 páginas). La traducción de las líneas entrecomilladas es mía.
@FederìVite