EL-SUR

Martes 16 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Reformarse o morir

Florencio Salazar

Septiembre 10, 2019

Los males endémicos de los principales partidos políticos de nuestro país son su sectarismo, fraccionalismo y pérdida de identidad. Morena está en vías de pasar de movimiento a partido pero la disputa por su dirigencia va más allá de las saludables propuestas y los debates del caso. Ya veremos los resultados.
Los partidos deben refundarse por la simplísima razón de que los electores –unos más, otros menos– los rechazaron en las urnas. Se necesitan nuevas formas de hacer política, discursos que alcancen la inteligencia y la emoción del ciudadano y rostros nuevos. No se trata de hacer un barrido y vaciar a los partidos de sus actuales componentes, pues sin experiencia lo más probable es que la operación política sea un fracaso.
Renovarse no es empezar de cero. Exige, sin duda, un proceso de revisión y consulta, que arroje acuerdos para tener sintonía con la compleja sociedad contemporánea. Para los jóvenes la historia patria es lejana y los episodios nacionales remotos. El discurso basado en la epopeya resulta anacrónico para la mayoría inmersa en la tecnología de la comunicación.
Consultar a las bases es necesario pero insuficiente para impulsar los cambios. Hoy, para proyectar un modelo político eficaz, se debe recurrir a la asesoría externa, a las encuestas y grupos focales, para enseguida propiciar un modelo acorde con la demanda del electorado. Se trata, primero, de tener un mayor rango de compresión y luego de generar las estrategias necesarias. Poner las herramientas al servicio de las ideas.
Lo anterior no significa que los barómetros de opinión determinen la reconstrucción de un partido, éstos serían medios para conocer el humor social. Ahí el papel fundamental toca a dirigentes e ideólogos, para pasar de la propuesta a la acción política. No se trata del traslado servil de los resultados sino del análisis de la trayectoria y los fines de la organización partidista. Este trabajo intelectual y de planeación debe ser ético, ya que de lo contrario el cambio pretendido sería pura simulación.
A partir de sus programas los partidos establecen las reglas de su institucionalidad. Partes fundamentales de dichas reglas son programas, afiliación, renovación de dirigentes y designación de candidatos. Son esos espacios en donde deben converger los intereses partidistas, para lo cual también se necesitan los mecanismos contenciosos a fin de resolver conflictos sin poner en riesgo la unidad; unidad que se funda en la disciplina (sin disciplina no hay partido posible). En síntesis: la renovación de un partido hace indispensable un proceso de instrospección, sentarlo en el diván del siquiatra para corregir y mejorar el rumbo.
Hay que registrar que los métodos, modelos, procesos, estrategias, etc., carecerán de significado sin la voluntad de cambio, y esa voluntad requiere de conducción y acuerdo entre los influencers. Los dirigentes deben pasar a la condición de líderes y ser capaces de provocar una catarsis que encauce hacia la transformación con futuro. Sin futuro, sin ver hacia adelante, la transformación sería involución.
Las elecciones intermedias en México se llevarán a cabo en el 2021. Para entonces se habrán de elegir 14 gubernaturas (43.7 por ciento), 24 congresos locales (75 por ciento) y más de mil 772 alcaldías (72.1 por ciento) (El Universal, 17 de julio, 2019). Los partidos tradicionales dispondrán de un año para transformarse. No hacerlo significará un alto costo para la democracia. Ningún partido sale adelante sólo con su voto duro. Es indispensable captar el voto de la gran mayoría sin partido, de los que eligen por simpatía o propuesta. Pero si la oferta es escasa, la tendencia natural del elector es ir con el más fuerte y esto último sería igual a la eliminación de los contrapesos, que son los principales estabilizadores del sistema político.
Necesitamos vigorizar la pluralidad surgida de las reformas políticas, de ese proceso sostenido del gradualismo democrático que nadie puede regatear al régimen priista, pues si bien la olla de presión requería su válvula de escape, los detentadores de la olla abrieron la válvula. Esto es significativo porque demuestra que los pactos para las reformas político-electorales, entre todos los espectros ideológicos, han sido como deben ser: redistributivos del poder.
¿Quiénes ganan y quiénes pierden con la redistribución del poder? Ganan las oposiciones y pierde el partido en el poder, que al perder gana estabilidad para el régimen. Esto es así, pues de lo contrario se produciría una mayor concentración del poder. Redistribuir el poder significa equilibrar fuerzas, de manera que todos los partidos puedan acceder a los puestos de elección popular. Lo paradójico del PRI es que promovió sucesivas reformas políticas, pero cuando fue derrotado en el año 2000 se negó a hacer su propia renovación.
El poder es absorbente y expansivo. Son los contrapesos partidistas, el amago de hacerse del poder, los que establecen los límites indispensables para no asfixiar a la democracia. No pasemos por alto que los contrapesos de los poderes constitucionales tienden a centrifugarse en el hombre fuerte, como ocurrió en Venezuela antes de la actual asamblea legislativa mayoritariamente opositora. En otras palabras, si nuestros partidos políticos carecen de capacidad de convocatoria apuntalarán un neoautoritarismo.
Héctor Aguilar Camín opina que no hay nada en el PRD “que justifique la pretensión de ninguna superioridad moral, política o ideológica sobre sus adversarios” habida cuenta que surgió como un partido pragmático, fruto de “una escisión y fusión históricas”: la escisión del PRI y la fusión “en un solo cuerpo de todas las corrientes de izquierda” en el aluvión cardenista de 1988. Y, como todas las izquierdas del mundo, es fragmentaria (Pensando en la izquierda, 2008, FCE). Hoy, sin embargo, puede ser la opción de la izquierda, dependiendo de la ruta que asuma en su transformación.
“Bienvenido a la realidad”, me dijo Juan Molinar Horcasitas, cuando pregunté incrédulo si el PAN era de derecha. Fundado en 1939 por Manuel Gómez Morín, se pronunció por la conservación de las tradiciones, el respeto a la dignidad de la persona y la idea de que la nación es un órgano cooperante. Su evolución lo ha alejado de los principios de su fundador aproximándolo a un modelo al menos conservador. La derecha está a favor del libre mercado, por lo que constantemente se le cuestiona como el frente de empresarios y del clero católico, opuesto al aborto y a la diversidad sexual. (Para mejor conocimiento: Para entender el PAN, Víctor Reynoso, Nostra Ediciones, 2009).
El PRI entra en la gama de partidos centristas –más una posición pragmática que ideológica–, o mejor perfilado como social demócrata. Tuvo brillantes pensadores políticos: Agustín Yáñez, Jesús Reyes Heroles, Horacio Labastida, Octavio A. Hernández, Enrique Ramírez y Ramírez, María Urbina, Enrique González Pedrero, y en la curva de la estela los guerrerenses: Vicente Fuentes Díaz, Miguel Osorio Marbán y José Francisco Ruiz Massieu. Ensayos, coloquios, conferencias, seminarios, eran constantes para formar cuadros o examinar el rumbo del país. El priismo era contagioso por su vocación social y nacionalista, igual que alérgico a la presencia de empresarios en el sector público y a la participación política de las iglesias.
¿Cuáles de sus tesis pueden ser rescatadas y quiénes pueden dirigir a los partidos hacia su transformación? ¿Cuál sería el discurso para y de las nuevas generaciones? ¿Las propuestas de este siglo sorprendente y desafiante, cómo se integra-rían? ¿Cómo devolver prestigio a la política y creer en los partidos? ¿De qué manera hacer conciencia del valor de la democracia y de la formación ciudadana?
Esos son algunos de los retos de los partidos. El tiempo aún ofrece oportunidades.