EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Relojes

Gibrán Ramírez Reyes

Enero 03, 2018

“Vergüenza, robar y que te cachen”, deben pensar algunos de los miembros de nuestra élite política, tan dispuestos a continuar vidas de grandes lujos al amparo del poder, como de aprender métodos cada vez más sofisticados para que los robos sean imposibles de probar. Lo demás es accesorio, perdonable. El escándalo no tiene nunca consecuencias, y quizá porque no se conoce en la radio y la televisión, pero también porque el lujo es visto como algo bueno, deseable, por la mayoría de la sociedad.
Era más o menos natural que ante ciudadanos que argumentaron, para votarlo, que el PRI robaba pero repartía, los políticos se sientan autorizados para robar mientras hacen como que reparten. Eso sugiere la desfachatez de Miguel Ángel Yunes al lucir un reloj de 6 millones de pesos en una reunión pública, sin dejar de ser orgullo de la coalición PAN-PRD, ícono suyo de la lucha contra la corrupción por la feliz casualidad de que su antecesor, Javier Duarte, sea tan impresentable que ni el PRI pueda sostenerse en su defensa. Y no se trata sólo de Yunes, sino de buena parte de la élite política. Entre los juniors, el año pasado las redes se agitaron porque el hijo del encargado de combatir la pobreza –el bastante limitado Luis Miranda Nava– presumió dos relojes que sumaban un millón de pesos en su costo; entre los secretarios de Estado fue noticia el reloj de más de 300 mil pesos que robaron a Alfonso Navarrete y otros los declaran con bastante soltura, como Rafael Pacchiano, quien hizo saber que poseía una pequeña colección de relojes de más de 100 mil pesos, cada uno, en su lista de propiedades.
Yo también me pregunto para qué demonios sirve un reloj que cueste eso. Es obvio que no son relojes, que la hora es apenas un pretexto. Son joyas, de auténtico lujo, y son relojes y no brazaletes, anillos o pendientes por el simple hecho de que la imagen de quienes los portan debe ser de masculinidad y trabajo –quizá la costumbre de portarlos ameritaría más de psicoanálisis y menos de análisis político. Su única función, por lo tanto, es ostentar, identificarse con otros que son iguales a ellos, demostrar al resto que son diferentes. En el discurso de los fabricantes, se trata, también, de aspirar al gozo de la perfección, aunque muchos de los clientes sean incapaces intelectualmente para juzgar dichas piezas por su estética y funcionalidad. Incapaces también de cumplir bien con las labores de sus encargos públicos, se estresan en cambio porque su reloj se atrase un minuto cada mil años.
Como ya no existe la gloria política –el honor de hacer grandes cosas–, es muy importante para los políticos encontrar otros medios para hacer claro que son distintos a los demás, a los ciudadanos comunes. Y mientras el honor y la gloria fueron a la baja, el sistema de distinción de los ricos mexicanos, basado en el lujo, iba al alza, de modo que los políticos también lo tomaron para sí; eso sugiere el escándalo causado desde el lopezportillismo por las nuevas excentricidades del poder. Cada vez más, mientras se separa del resto, nuestra élite política ha ido asimilándose a la económica –y a la del espectáculo. Vistos en nuestras calles y en sus revistas –Club Reforma, Quién, Caras– es claro que vivimos en países distintos.
Como en la Francia pre revolucionaria, la ostentación del lujo se convierte en la distinción de quien no tiene otro argumento para destacarse que su dinero. Tratándose de burgueses, empresarios, esto no debería causar mayor escándalo pues su estatus depende de su caudal. En el caso de los políticos, sin embargo, es clara muestra del vacío de reconocimiento, de la falta de virtudes. La cultura priista quiso que ser un político pobre fuera igual a ser un pobre político, pero olvidó hacer claro también que un político que sólo tiene dinero es miserable.
Más allá de lo simbólico, hay también una cierta racionalidad en las joyas de súper lujo, que es más o menos así: se trata de artículos que difícilmente se devalúan, por lo que constituyen una especie de ahorro, y es mejor, más bonito, más útil, hasta más prestigioso –un símbolo de riqueza– tener y exhibir ese dinero en joyas a que esté muerto en el banco. Tratándose de políticos, eso es una confesión: no sólo de que el dinero les sobra, como para no saber qué hacer con él, sino de que, a diferencia de todos, se sienten seguros en sus espacios, desvergonzados. Si es mejor tener el dinero invertido en artefactos de esos que en el banco, es porque existe la seguridad de no perderlo, de que nadie lo robe. Y así, en un Estado sembrado de muertos y de inseguridad, el gobernador veracruzano parece decir que no sólo es capaz de hacer que el gobierno trabaje para su bolsillo, como lo ha hecho desde antes, sino que también es capaz de garantizar su seguridad, y la de unos cuantos más. En teoría clásica se diría que es un tirano, y jactancioso.