EL-SUR

Lunes 02 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

Ricos a la cabeza de pobres

Lorenzo Meyer

Octubre 27, 2016

Hoy, como en los 1930, un buen número de los norteamericanos menos afortunados han optado por respaldar a líderes políticos surgidos de las antípodas sociales –las clases altas– pero que prometían un cambio sustantivo: Donald Trump y Franklin D. Roosevelt, respectivamente. Sin embargo, en discurso y proyecto, son antípodas.
Roosevelt provenía de una familia a la que le había ido bien desde el siglo XVII. Sus antepasados, comerciantes y políticos prominentes, periodistas, artistas y académicos de la Nueva Inglaterra, incluían a un presidente de la república: Theodore Roosevelt, (1901 a 1909), primo suyo y tío de su esposa, Eleanor. La riqueza de la familia Trump no es de origen histórico, pero es sustantiva: su fortuna personal se calcula en 3 mil 700 millones de dólares, (Forbes 400, http://www.forbes.com/donald-trump/#7abcd2ff790b).
Al asumir la presidencia de Estados Unidos en 1933, Roosevelt propuso a sus conciudadanos que vivían los terribles y desmoralizadores efectos de la Gran Depresión, que a lo único que realmente “debían de temer era al miedo mismo”, pero si lo superaban y apoyaban su proyecto, pronto se recuperaría la prosperidad, (la recuperación tardó siete años en llegar). Trump les propone, en lo inmediato, lo contrario: ahondar sus miedos a casi todo: al fisco, al “obamacare”, a la deuda pública, a los mexicanos indocumentados, a los musulmanes, a China, a la actual política exterior, a la OTAN, al libre comercio, al Estado Islámico, a la candidata demócrata, al proceso electoral, a la prensa y a la clase política en su conjunto. Claro, se supone que cuando él, Trump, desaloje a los demócratas de la presidencia, rediseñará al país, acabará con las causas de esos miedos y recuperará la prosperidad.
En los 1930, Roosevelt propuso a Estados Unidos un “Nuevo Trato”, (“New Deal”). Hoy Trump propone “hacer grande de nuevo a América”, (“makeAmericagreatagain”) combatiendo las políticas de Obama. En ambos casos el mensaje es para los electores afectados por un mal funcionamiento de la economía. En 1933, los 12.8 millones de desempleados, (24.7 por ciento de la fuerza laboral), fueron resultado de la caída del PIB a casi la mitad de lo que había sido cuatro años antes. Hoy se dirige no tanto a desempleados –éstos son apenas el 4.9 por ciento de la fuerza laboral– sino a aquellos cuyos ingresos en términos reales han caído en los últimos 25 años y que consideran que sus intereses simplemente no han sido tomados en cuenta por la clase política actual, (The Atlantic, 1° de marzo, 2016). Y es que la economía globalizada de Estados Unidos ha concentrado en apenas el 1 por ciento de la población el 40 por ciento del ingreso y el cambio demográfico amenaza con reducir a la población “blanca” no latina del 62 por ciento actual a menos del 50 por ciento en 30 años, (Pew Research Center, “10 demographic trends that are shaping the U.S. and the world”, 31 de marzo, 2016).
Las diferencias. Roosevelt optó por apelar al optimismo y a la solidaridad con los golpeados por la crisis. Les propuso un cambio radical: activar al Estado y usar el gasto público para salir de la depresión. Trump también ofrece a sus seguidores un cambio, pero éste consiste en disminuir tanto el gasto público como los impuestos y ahondar en los miedos antes de volver a ver la luz al final del túnel. Para alcanzar tiempos mejores, dice Trump, primero hay que expulsar a los indocumentados y construir un gran muro que aísle a México y cerrarse al libre comercio, (Thomas Frank, Millions of ordinary americans support Donald Trump. Here’s why, The Guardian, 7 de marzo, 2016).
Pero hay más, en una encuesta elaborada en la Universidad de Massachusetts, Matthew C. MacWilliams sostiene que la característica más sobresaliente de quienes apoyan a Trump, no es tanto su bajo ingreso y sentimiento de marginalidad, sino su personalidad autoritaria, su temor y desprecio frente a los que son diferentes a ellos –mexicanos, musulmanes, afroamericanos–y su confianza en líderes fuertes, (Politico Magazine, 17 de enero, 2016). Así, en la coyuntura actual, el concepto de “personalidad autoritaria” –desarrollado por Theodor W. Adorno después de la II Guerra Mundial y que buscaba entender las características de los que apoyaron al antisemitismo y a Hitler– vuelve a adquirir importancia en Estados Unidos y en otras partes del orbe, (T. W. Adorno et. al., The authoritarian personality, (Nueva York, 1950).
En su tiempo, Roosevelt fue calificado por la derecha como “traidor a su clase” y ese es el título que H. W. Brands dio a su libro sobre el tema, (el subtítulo es: La vida privilegiada y la presidencia radical de Franklin D. Roosevelt, Nueva York, 2008). Hoy, las clases altas también se están alejando del partido republicano, pero no porque Trump les traicione –él ofrece al 1 por ciento más rico de la población bajarles los impuestos en 25 por ciento–, sino porque temen las consecuencias de su improvisación, inexperiencia y demagogia, (The New York Times, “The rich vote republican? Maybe not this time”, 22 de octubre).
El liderazgo contradictorio de estos dos personajes también se reflejó en México. La “Buena Vecindad” de Roosevelt facilitó, y mucho, el proyecto cardenista. En cambio, la muy mala vecindad que ofrece Trump no sólo fastidió a Peña Nieto, sino que va dejar como herencia en Estados Unidos un vivo sentimiento antimexicano al sur del Bravo.

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