Adán Ramírez Serret
Junio 30, 2023
La humanidad goza de un privilegio que en muchos momentos es una tortura: la libertad.
Si bien, como todas las especies, estamos cargados de un brutal código genético que condiciona nuestros actos y nuestra salud, nuestra apariencia, rasgos e impulsos están definidos por la genética.
Pero a diferencia de casi todos los animales, tenemos la posibilidad de elegir quiénes queremos ser en el terreno social. No podemos decidir nuestro color, estatura o ser diabéticos, pero sí nuestra sexualidad e identidad. Es aquí en donde nos transformamos en seres artificiales, pues a pesar de todos los códigos genéticos, se tiene que elegir, si no todo, sí de lo más importante.
Esta elección normalmente sucede en la adolescencia. Dentro de la cual, si bien está involucrado el albedrío, hay miles de reglas, miles de códigos que nos dejan claro lo que está bien y lo que está mal. En principio se tiene que admitir, asimilar más bien la orientación sexual y las obligaciones que esta encarna.
Pienso ahora en la novela La educación física, de Rosario Villajos (Córdoba, 1978), en donde cuenta la historia de una adolescente que mientras camina sola en medio de una carretera, pide un aventón para llegar a su casa.
Se encuentra en medio de la autopista entre dos pequeñas ciudades de España. Mientras levanta el dedo a cada auto que pasa, recuerda una noticia que leyó recientemente en el periódico en la cual tres jóvenes fueron raptadas al pedir autostop.
Catalina, la personaje principal del relato, recuerda la noticia, la violencia que sufrieron las jóvenes; la forma en que fueron encontradas muertas y violadas a la vez que piensa en su destino mientras se encuentra en la misma condición de aquellas tres jóvenes.
La educación física alude, en un principio, a la materia escolar. Al momento de ponerse ropa deportiva y cultivar no el intelecto sino el físico. Tiene un cierto grado erótico, sin duda, también de libertad el ponerse ropa más cómoda, menos seria para ponerse a saltar.
Esta alusión es el mar de fondo que no se debe olvidar mientras se lee la novela. Porque La educación física hace alusión explícita al acto violento que les sucede a los adolescentes, en donde se atenta contra su libertad y albedrío y se les dice quienes tienen que ser.
Porque en la adolescencia quizá sea más pesado el pasado cultural y sus exigencias, que la misma genética. El peso del deber ser es una condena.
Sobre el significado del nombre, por ejemplo, que aquello que significa, aunque no tengas la menor idea, dice de ti. Porque tu nombre, por supuesto, no es destino.
Escribe Rosario Villajos en la voz de su personaje adolescente, “Debería ser al revés, se dice ahora: primero ser quién se es y después dejar que tu nombre dé forma a un adjetivo, como el dios Eros tenemos erótico y de la hilandera Aracne, arácnido”.
Para la adolescente Catalina la vida se ha vuelto cada vez más una pesadilla desde que su cuerpo ha comenzado a cambiar. Sobre todo, la relación con su madre se ha vuelto cada vez más complicada. Porque es quien está a cargo de su educación física y sentimental. En la cual en un principio debe temer de todos los hombres, menos de su hermano y de su padre. Porque todos, sin excepción, son una amenaza constante a su integridad.
El elefante en la habitación es sin duda la sexualidad. Debe usar una faja para verse más delgada (aunque no tiene sobrepeso), debe ocultar la menstruación, el busto, los vellos…
Dice la novela, “las cerdas rebeldes que tanto molestaban a mamá, sumadas a la regla y al flujo que sigue apareciendo en sus bragas sin previo aviso, hacen que deteste un poco más esa cosa con brazos y piernas de casi metro ochenta que cada vez resulta más difícil de esconder”. Aquí habla, por supuesto, de sí misma.
La educación física es una clase deconstructiva del ser humano, de nuestra sociedad, para transformarla en eso artificial y doloroso que se entiende en la cultura occidental como ser una mujer.
Rosario Villajos, La educación física, Ciudad de México, Seix Barral, 2023. 299 páginas.