EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ruidos en el laboratorio español

Federico Vite

Junio 25, 2019

 

Elvira Navarro explora la fragilidad síquica, el autoengaño y las variantes de la inestabilidad emocional en los 11 cuentos reunidos en La isla de los conejos (Random House, España, 2019, 155 páginas). La escritora española recurre a la ficción fantástica para dar un correlato de los desequilibrios de la conducta. Usa la realidad para anclar sus historias en un aparente costumbrismo, pero todos estos textos van signados por la inconsciencia de sus personajes, por la sombra, diría Carl Gustav Jung.
Este libro describe el desmoronamiento de los sueños del hombre contemporáneo: la felicidad conyugal, el empleo bien pagado y el crecimiento laboral. La mirada de esta autora escudriña la densidad de la sombra. Sus personajes parecen sacados de un molde (quizá el gran problema sea la obsesión por la irracionalidad) que prodiga la voluntad por el escrutinio de los daños irreparables de la sique.
Navarro forma parte de ese canon que dos narradoras argentinas, Mariana Enríquez y Samanta Schweblin, se han empeñado en desarrollar, quienes abogan por crear historias de la mano de lo abyecto. En el caso de las sudamericanas hay una proposición sólida por darle un rostro y un cuerpo al mal, no por definirlo, o asirlo, como una energía que trastoca el equilibrio de la razón. Elvira describe el mal, las sudamericanas confrontan ese energía oscura. Las tres autoras apuestan por dar un diagnóstico de nuestros tiempos.
La prosa de Navarro (bien trabajada por cierto, con amplia competencia lingüística y elegante uso del punto y seguido) habla del enorme empeño dispuesto para construir un estilo en el que la geografía también determina la locura de estos personajes. Los poblados y las urbes que aparecen en estos textos son elementos que cobran especial relevancia cuando cada uno de los protagonistas de estas unidades narrativas luchan por recobrar la estabilidad de su sique. Los escenarios vivifican el extravío.
Navarro construye los cuentos como si todos supiéramos exactamente cuáles son los misterios que anudan las tramas; nunca revela el misterio, lo bordea desde diversos ángulos desafocados para evitar así el ingreso a ese núcleo (se agranda aún más el parecido entre la obra de Samanta Schweblin y la de Navarro). Pero queda perfectamente claro un hecho: las voces narrativas elegidas para contar cada historia de La isla de los conejos parecen negarse a detallar el núcleo de los relatos y esa recurrencia a no abordar la historia principal consuma una obsesión gustosa en el lector, angustiante a veces, pero siempre justificada en la estructura de la obra.
Lo mejor de este volumen está en Las cartas de Gerardo, La habitación de arriba, Regresión y Encías. Releer estos artefactos me genera suspicacias, pues este libro fue finalista del premio de narrativa breve Ribera del Duero 2017. Las dudas nacen porque en La isla de los conejos hay muy buenos textos que superan por mucho la ligereza del libro ganador La vaga ambición, de Antonio Ortuño, volumen que se ha convertido en un éxito en ventas; el problema es que La isla de los conejos exige mucho al lector, es profundamente demandante, como los personajes que habitan en él. Ergo: se premió un libro pensando en el mercado, pero eso no debe sorprender a nadie. A estas alturas del partido sólo debemos agradecer que haya finalistas para leerlos y deleitarnos con ellos. No más.
Las cartas de Gerardo describen sitios inusuales “donde adquirir algún conocimiento o experiencia insólita, que suele ser sinónima de sórdida y que forma parte de nuestro llevarlo todo al límite”. En este cuento una pareja que pretende salir de un bache emocional termina por reconocer las enormes fisuras que consuman la separación en una ciudad asfixiante, justo la que eligieron para intentar resolver todo de una manera amable.
Encía da cuenta de una pareja que después de un simulacro de boda se va de luna de miel a Lanzarote. La odisea se convierte en una pesadilla debido a una infección bucal que padece el varón; el único problema es que termina siendo una variante (más larga, pero no tan afortunada, pues hay un exceso de pirotecnia en recrear la fetidez de la infección y las caricias que se prodiga esa pareja con las purulencias que arroja la encía infectada) de Las cartas de Gerardo. Las dos historias parecen haber sido escritas para disecar las emociones atrofiadas de los amantes.
Regresión y La habitación de arriba buscan desesperadamente rasgar las manidas formas del relato de fantasmas. Regresión logra con creces su cometido e incluso cuestiona la fidelidad de la memoria. Detalla las trampas del recuerdo de quien vio un espectro o cree que presenció una aparición paranormal en la casa de su mejor amiga. La habitación de arriba aborda la percepción de un hermano muerto y todo lo que detona en los personajes esa vital cercanía energética.
Me llama mucho la atención “Myotragus”, texto que recrea la figura histórica del archiduque Luis Salvador de Austria y su estancia mallorquina; desgraciadamente no está bien resuelto el artefacto, pero apunta a una región ignota de la narrativa ibérica: la mitología criptozoológica.
No todos los textos de este volumen poseen la virtud perturbadora requerida para cimbrar el panorama cuentístico de habla hispana; pero hay material de alto calado. La isla de los conejos podría considerarse una forma de literatura elusiva, aquella que pone en práctica todos los recursos del autor para prolongar la confrontación entre el protagonista y el antagonista, sondea los recovecos del suspenso con clase.
Me temo que estamos ante uno de esos libros que anuncian la metamorfosis de su autora, pero en conjunto, la valía de este documento estriba en la voz narrativa, porque todos los cuentos (ya sea en primera persona, segunda o tercera) poseen ese sello que nos habla ya de un estilo; estamos pues ante una escritora obstinada que pretende descollar en el continente literario.