Adán Ramírez Serret
Abril 13, 2018
Luego de una larga convalecencia, falleció ayer el Premio Cevantes 2006 Sergio Pitol (Puebla, 18 de marzo de 1933 – Xalapa, 12 de abril de 2018), uno de los más grandes escritores mexicanos de los últimos tiempos. Muere de una terrible afasia que lo atacó de manera cruel, pues dejó de encontrar las palabras uno de los escritores más exquisitos y lúcidos. Incluso, hizo precisas reflexiones que después parecerían malas bromas del destino, como “La inspiración es el fruto más delicado de la memoria”. Sin embargo, más que hablar de la terrible enfermedad que lo asedió, me gustaría recordar la maravillosa obra que dejó; la cual, sigue fresca el día de hoy, dialogando con los autores más brillantes del presente, dimensionando la ficción y en espera de los nuevos lectores, jóvenes, que se vean reflejados en sus libros.
Sergio Pitol a la manera de Alfonso Reyes u Octavio Paz tuvo una larga carrera diplomática, la cual le fraguó un exilio voluntario y pudo desarrollar plenamente su espíritu cosmopolita. Vivió en China, Bulgaria, Hungría, España, Francia, la Unión Soviética y Checoslovaquia. Pitol, con un gran virtuosismo para los idiomas fue un lúcido y preciso traductor de Henry James, Joseph Conrad, Robert Graves, Jane Austen y Witold Gombrowicz, por tan sólo mencionar algunos.
La obra de este autor, no fue en un principio fácil de asimilar para el público mexicano al grado que casi podemos decir que fue en otros países en donde fue descubierto, leído antes que en México. Y lo que sucedía es que fue el puente entre dos aguas, entre corrientes literarias como la generación del Medio Siglo y la del Lago. Relatos como Victorio Ferri cuenta un cuento son ficciones que asimilan otras ficciones. Un juego de espejos en donde escritor, personaje y lector se despliegan en reflejos multidimensionales. Sí, Pitol es un escritor complejo, apasionante, que exige relecturas y que está en contacto directo con diferentes literaturas como la polaca, rusa o argentina, por tan sólo citar unas cuantas.
Otro de los cuentos memorables de Pitol, es Nocturno de Bujara. Un relato que en unas cuantas páginas pone en conflicto la relación entre ficción y realidad. A la manera del Quijote hace que lo real penetre en la ficción y permea esta última con realidad. Lo que se inventa y lo que sucede son dos caras de una misma moneda. Pues el narrador de este cuento es tan huidizo, tan hábil, que nunca descubrimos quién es.
Este juego de ficción se hizo tan profundo que se transmitió no sólo a otros libros de Sergio Pitol sino que contagió la obra de otros autores; de Enrique Vila-Matas, sobre todo. En algunos de sus libros, Pitol está presente como personaje y como autor de una obra que es la causa, el detonante, de toda la ficción.
En relatos más largos, en novelas; es posible apreciar la sutil y perfecta prosa de Pitol. Su oficio de traductor le dio herramientas para construir novelas complejas, plagadas de pausas y silencios. El desfile del amor, por ejemplo. Una novela irónica y divertida sobre la aristocracia mexicana.
Por último, me gustaría hablar de mi libro predilecto de este autor, El mago de Viena. Un texto en donde la biografía y la ficción confluyen y crean una mezcla única. Es una especie de autobiografía soterrada, como él mismo la llamó, en donde cuenta su construcción, su gestación como lector y luego como autor. Es un libro deslumbrante de crítica literaria también. Sus caudalosas lecturas son iluminadas por apasionados pensamientos como este, “Uno es una suma mermada por infinitas restas”.
Ayer murió Sergio Pitol, quien amaba unas líneas de Hamlet de William Shakespeare. Me gustaría terminar estas palabras sobre él con ellas, “Sabemos lo que somos pero no lo que podemos llegar a ser”. Quizá para Pitol, escribir era eso, llegar a ser aquello que ni siquiera imaginamos.
(Sergio Pitol, El mago de Viena, Bogotá, FCE / Pretextos, 2006, 280 páginas).