EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Salir o no salir, he ahí el dilema

Abelardo Martín M.

Julio 28, 2020

Después de los meses de disciplinado y abnegado confinamiento mucha gente, miles y miles de personas comienzan a salir a las calles, a visitar las plazas, parques y jardines; a caminar por las calles, sigilosas y medrosas por encontrarse, a la vuelta de la esquina, con el contagio que los haga formar parte de las estadísticas de infectados y, peor aún, de las defunciones por Covid-19, que tanto miedo han generado en el mundo.
El avance de los números adquiere cada día proporciones geométricas, es como una bola de nieve que rueda por la ladera, arrastrando lo que encuentre a su paso. La incertidumbre priva en la salud, pero también en la economía, en la sociedad, en la familia. La decisión de enclaustrarse por temor al contagio, se ha convertido en un largo proceso de sorpresa, reflexión y azoro por los cambios experimentados, desde el hecho mismo de permanecer en encierro voluntario hasta ser testigo de cómo la economía va adquiriendo una relevancia superior a la pandemia.
Muertos pero con la barriga llena y no muertos de miedo y con el estómago vacío, expresó una mujer desesperada porque las reservas familiares se agotan irremediablemente y las estadísticas de contagio y muerte crecen día a día.
Atrapados en la tormenta del Covid-19, cinco meses después de la detección del primer caso en nuestro país, la enfermedad ha demostrado ser más pertinaz que nuestros deseos.
Más allá del reparto de culpas, acusaciones y suposiciones con tintes políticos por la persistencia de la infección, si se analiza el mapa global, el virus se ha aclimatado en el continente americano como en ningún otro confín del mundo, con las consecuencias que todos estamos padeciendo.
En medio de la pandemia, sin embargo, la vida transcurre y se reajusta, pues el confinamiento no podría ser eterno, ni siquiera extenderse mucho más, toda vez que la mayoría de la población vive al día, y la secuela del enclaustramiento prolongado sólo puede traducirse en mayor empobrecimiento, hambre y el florecimiento de otras enfermedades.
Por ello es que el país, sin que se generen aún las condiciones ideales de caída pronunciada de contagios y fallecimientos, ha debido emprender el retorno a la normalización de sus actividades, hasta donde se puede, y con la adopción de medidas preventivas para evitar que la epidemia se descontrole. Y es que las preocupaciones de lo inmediato no deben arrinconar las estrategias que a largo plazo cambiarán de raíz las expectativas de vida de la población.
Uno de los retos mayores en este sentido se había detectado ya desde hace años, y finalmente el gobierno se decidió a afrontarlo ahora, pese a que en las condiciones a las que nos referimos líneas arriba, podría haber postergado su solución.
Por fortuna no se hizo así, y la semana pasada el Presidente de la República anunció su proyecto para reformar el sistema de pensiones de jubilación, mediante el cual se aumentarán sustantivamente las aportaciones por trabajador, pero no a costa de éste, sino pagadas por el patrón, y se flexibiliza el esquema para ofrecer desde facilidades para una pensión con menos semanas de cotización, hasta condiciones para dar beneficios dignos a quienes concluyan su etapa productiva.
Aunque el proyecto tiene bondades innegables, el gran reto de la economía mexicana es incorporar a la seguridad social y a sus beneficios, a la mayoría de los trabajadores que actualmente se desempeñan en la economía informal.
A nivel nacional éste es ya un grave y creciente problema, pues cerca de seis de cada diez trabajadores labora en la informalidad, pero en entidades como Guerrero el panorama es todavía más severo, pues ocho de cada diez personas se encuentran en esa situación.
A la reforma de pensiones deberá seguir un plan de inclusión de la población marginada a los beneficios de la seguridad social, que en nuestro estado y en otros del sur del país realmente hará la diferencia.
Mientras ello ocurre, también aquí hay una batalla que aún no se gana al coronavirus. Hemos rebasado ya los diez mil casos comprobados de contagios, y los fallecimientos se acercan a los mil 400.
Como la mayor parte de los estados de la República, Guerrero se encuentra en el semáforo epidemiológico naranja, con la expectativa de transitar en breve al color amarillo, antesala de la normalización plena.
Pero ello no debe ser motivo de optimismo o confianza en exceso, riesgo que puede observarse en la despreocupación con que la gente acude a los mercados en Acapulco o en la capital, Chilpancingo, sin guardar las precauciones recomendadas y que todos nos sabemos de memoria, básicamente usar correctamente cubrebocas y guardar la sana distancia.
Esperemos que, pese a todo, pronto salgamos de la pandemia. Entonces, en Guerrero nos enfrentaremos a la realidad que no se ha ido, parte de ella la inseguridad y la violencia descontrolada.
Las acciones criminales no han cesado, como nos lo acaba de hacer patente el reciente y absurdo asesinato de la doctora Heréndira Honorato Gabriel, directora del Hospital Básico Comunitario de Huamuxtitlán, en la Montaña Alta, que indignó al estado y al país. La de la violencia, la delincuencia es la pandemia que ha azotado al país en los últimos casi cinco lustros sin que haya avance, al contrario, no nada más frente al crimen organizado, sino frente a la violencia misma, la respuesta y los resultados han sido más que negativos.
Preocupa aún más que la pandemia, la crisis económica subsecuente que lleva aparejada la previsión de mayor recrudecimiento de la violencia en todo el país, bajo el pretexto de la pérdida de empleos o el empobrecimiento de más personas. En este rubro las estadísticas mexicanas van mucho más rápido que en muchos otros países del mundo.
El dilema se vuelve apremiante, miedo a la pandemia o miedo a la crisis económica que ya implica, difícil solución cuando la incertidumbre caracteriza cualquier análisis, cualquier escenario o previsión. El estado de ánimo parece empujar la decisión a correr riesgos, pero recuperar el dinamismo económico, lo que no se ve cerca, al contrario, el posible agravamiento del contagio obligaría a tomar la indeseable medida del semáforo rojo de regreso, lo que equivaldría a un retroceso sumamente grave, que ojalá no ocurra.
Esa otra epidemia, la de la delincuencia organizada, lleva ya mucho tiempo, y se llevará más controlarla, porque el ambiente allí tampoco ayuda mucho.