EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Sandro Veronisi: la inmovilidad del colibrí

Adán Ramírez Serret

Mayo 28, 2021

Sandro Veronesi (Florencia, 1959) pertenece a una familia rara de autores, que son capaces de meter muchas historias en un solo libro. Tiene el talento, en su más reciente novela, El colibrí, de construir una historia de amor fallida, un matrimonio fracasado, una paternidad destrozada, una fraternidad rodeada de distancias y tragedias; un círculo de amistades excéntrico, amoroso y paranormal; una ascendencia mítica, asociada a las creencias aztecas sobre la muerte y los colibríes. Una novela, en fin, muy parecida a la vida, por lo que a pesar de todo lo dicho, es una historia en la cual, durante muchas páginas, cabe la belleza y la felicidad.
El colibrí cuenta la historia de Marco, un hombre italiano de mediana edad que un buen día recibe en su despacho de oculista a un hombre, que es el sicoanalista de su esposa, quien le dice que está dispuesto a romper el potente código de confidencialidad que demanda su profesión, por la sencilla y acuciante razón de que su vida está en peligro, si es que acaso su esposa, durante las horas de terapia, ha dicho la verdad. La vida de Marco corre peligro.
Lo primero que se dice Marco a sí mismo es que siempre ha sentido un gran recelo por los sicoanalistas, pero, extrañamente, todas las personas que lo rodean, su esposa, su amor platónico, su hija, son proclives a ir a esta clase de terapia.
A partir de aquí, la novela comienza el viaje hacia el pasado y el futuro de la vida de Marco, un hombre con una madre con una gran voluntad y que la ejerce a diestra y siniestra; y un padre que cede ante todo, menos ante una condición de Marco, quien es guapo, inteligente, atlético y carismático, pero es extremadamente pequeño, por lo que le apodan El Colibrí. Su madre, sobre todo, es quien se niega a hacer un tratamiento de crecimiento al niño, pues dice que su pequeña estatura es parte esencial de su hijo. Mientras su padre, desobedeciendo por primera vez a su esposa, se niega a admitir esta característica, y lleva al niño a un tratamiento hormonal que da un gran resultado, y Marco llega incluso a superar la estatura promedio de Italia.
Marco comienza a vivir su vida, hace amigos, juega tenis, se enamora profundamente de una mujer; fracasa con ella; se enamora de otra, tiene una hija, y cae en un matrimonio desastroso… Sin embargo, más allá de una vida desafortunada, de una gris senda de perdedor, Marco tiene una característica que se va dibujando cada vez más clara: su vida es más la de un testigo que la de alguien implicado. Una vez está a punto de despegar en un avión, pero un amigo suyo cae en un ataque de pánico, y para vergüenza de Marco, detiene el despegue y bajan los dos del avión bajo las miradas furiosas de los otros pasajeros. Naturalmente, el vuelo cae en medio del océano y todos los tripulantes mueren.
Es un extraño estigma el que persigue a Marco, una gran suerte, pero también la agilidad de aletear a mil por hora manteniendo el equilibrio, como un colibrí, precisamente. Es por esto que no puede concretar su amor platónico (con quien hace una promesa de castidad), ni ser un esposo normal o un buen padre, por mantenerse a flote observando el mundo.
Esto se lo dice toda la gente que lo rodea, mientras todos siguen avanzando, viviendo, tú te mantienes en el aire como en una pausa continua. Su amor platónico le cuenta en una carta: “A diferencia del hinduismo, del islam y del cristianismo… en las cuales la reencarnación, el pa-raíso o infierno, depende de cómo hayamos vivido… para los aztecas, el destino dependía de cómo y cuándo se moría… los guerreros caídos en combate y las víctimas sacrificadas se reunían con los ayudantes del sol en batalla contra las tinieblas, pero a los cuatro años, se convertían en colibríes o en mariposas”.
Marco llega a crecer normal, pero su personalidad de colibrí se mantiene toda su vida.
Sandro Veronesi, El colibrí, Barcelona, Anagrama, 2020. 314 páginas.