Humberto Musacchio
Mayo 30, 2019
Es muy discutible que Santa Lucía sea un lugar adecuado para un aeropuerto civil, sobre todo si se piensa que la terminal aérea de Toluca está desperdiciada, pues se quedó con mínima actividad debido, sobre todo, a que las líneas que ahí operaban consiguieron pasarse al Benito Juárez para ocupar los lugares de Mexicana de Aviación, lo que saturó el puerto aéreo de la ciudad de México.
En buena hora se canceló el faraónico proyecto de Texcoco, pero sin proyecto ni la necesaria prudencia se anunció que el nuevo aeropuerto iba a construirse en Santa Lucía, pese a que no es el lugar más adecuado para el movimiento de aviones, carga y pasajeros que se pronostica con base en las tasas de crecimiento metropolitano de las últimas décadas.
Sin embargo, el aumento de los vuelos no será lineal, si se recuerda la promesa hasta ahora incumplida del entonces candidato Andrés Manuel López Obrador, quien durante su campaña dijo que las secretarías de Estado se irían a diversos puntos de la República, lo que resultaba plausible porque el crecimiento de la capital, en extensión, en habitantes y en contaminación lo hace recomendable.
Así comenzó el sexenio con el anuncio de que varias secretarías de Estado se iban a diferentes puntos del país, algunos situados en el altiplano, donde no hay agua y ya los problemas urbanos rebasan las capacidades de algunas de las ciudades escogidas como sede, por lo cual resultaba absurdo mandar secretarías a urbes como Tlaxcala, Querétaro o Puebla.
Sin embargo, al comenzar el sexenio cuando algunos miembros del gabinete se fueron a sus presuntas sedes con el fin de trabajar ahí. Pero al día siguiente regresaron porque en las ciudades escogidas no contaban con el personal necesario, además de que el año escolar estaba a la mitad y lógicamente los trabajadores y sus familias no estaban dispuestos a marcharse. Por otra parte, tampoco se contaba con los elementos materiales indispensables para hacer el trabajo ni con el presupuesto que se requiere para montar nuevas oficinas ni para construir el número necesario de viviendas, de escuelas, hospitales y otras instalaciones.
De este modo, la prometida descentralización se convirtió en el primer gran fracaso de este sexenio, lo que desde luego no significa que deba renunciarse a ese proyecto, sencillamente porque resulta indispensable cuando la productividad se va al caño si un recorrido urbano tarda varias horas y, si hiciera falta, porque la emergencia de hace unos días nos mostró que la contaminación sigue presente, que apenas la tercera parte del año contamos con aire respirable y que las enfermedades pulmonares van al alza, lo que ya representa un gasto creciente en la medicina social y en la otra.
Sería absurdo exigir a este gobierno el cumplimiento de sus promesas a toda costa, pues los recursos son siempre limitados y las necesidades no dejan de aumentar. Por otra parte, nadie ignora que las nuevas autoridades del país y de la capital llegaron a recoger los recoger los tepalcates de la fiesta prianista, lo que establece condiciones insoslayables.
Lo inadmisible es que el nuevo gobierno pretenda ignorar la situación y quiera llevar adelante ideas que amenazan el ya muy precario equilibrio de la zona metropolitana. Un botón de muestra lo ofrece el Programa Territorial Operativo de la Zona Norte del Valle de México, mismo que supuestamente convertirá en un emporio los alrededores del Aeropuerto Felipe Ángeles (el de Santa Lucía), lo que augura mayores problemas de movilidad en un área altamente congestionada y más contaminación para la ciudad de México, pues los vientos llegan desde el norte, además de que crecerá la zona metropolitana hasta juntarse con Pachuca, lo que no parece aconsejable.
Pero hay algo peor. El citado programa es irracional, suicida y genocida, sí, genocida porque a sabiendas producirá enfermedades y muertes en forma masiva. ¿No sería mejor impulsar polos de desarrollo en los lugares a donde deben irse las secretarías de Estado? Se gastarían menos recursos públicos y con más provecho, pues podría empezarse a dotar de infraestructura las futuras sedes federales, que así atraerían a los inversionistas privados. Las ocurrencias son malas consejeras.