Adán Ramírez Serret
Mayo 13, 2022
Por un extraño impulso, un tanto nacionalista, es usual preguntarse cuál o cuáles son los y las autoras más importantes de una literatura. ¿Quién es el mejor escritor del mundo? ¿Quién el mejor de un continente? ¿Quién el mejor de una lengua?, y, finalmente, ¿quién es el mejor de un país?
Es una herencia capitalista y cuestionable desde donde se quiera ver, sin embargo, por una necesidad de agrupar, puede ser útil algunas veces. La oportunidad de leer literatura de gran calidad.
Gracias a este impulso heredado, una vez que coincidí con un experto en literatura japonesa, ahora un amigo, Jordi Serrano Muñoz, no resistí la tentación de preguntarle quién era el o la mejor en la literatura en la que es experto. Respondió con elegancia a mi pregunta hecha a botepronto diciendo que se lo iba a pensar y que pronto me mandaría un correo.
El tiempo pasó, Jordi viajó por Japón y un buen día recibí un correo en el cual me recomendaba dos escritoras actuales. Se trataba de Pechos y huevos de Mieko Kawakami –sobre la cual escribiré pronto– y La dependienta, de Sayaka Murata.
En aquel correo dijo sobre esta novela: “Marcada por un humor a veces incómodo, pero que plantea muy bien qué significa ser ‘normal’, qué papel tienen las expectativas sociales y de género y cómo se vive la precariedad laboral”.
La dependienta trata sobre una mujer que a los veintipocos años ve que abrirán un Konbini –una tienda de conveniencia parecida a un Oxxo o un Seven Eleven– cerca de donde vive. Le parece buena idea acercarse para pedir trabajo. No está casada ni tiene hijos, así que puede hacerlo en lo que decide su vida.
Desde que está recibiendo la capacitación se da cuenta que aquella forma de comportarse, cómo decir hola, cómo dar los buenos días, cómo ofrecer el producto de temporada y cómo decir adiós; son un aliciente en su vida. Pues no debe nunca más preguntarse y conflictuarse por la manera en cómo se debe comportar, en saber quién es ella. Tan sólo hay que seguir las reglas y eso es suficiente, ser indispensable, lo imprescindible para vivir.
Entra al Kondini y sin que se dé cuenta cuándo ni cómo pasan quince años. Logra una comunión tan profunda con la tienda que deja de ser un trabajo por horas –pensemos en Japón un país hiper capitalista en donde hay pocos pobres y un trabajo pagado por horas es sólo para jóvenes– para convertirse en el objetivo y en el sentido más importante de su vida.
La vida de la protagonista sucede, así… pasa. No es ni infeliz, ni feliz. No tiene necesidad ni de tener hijos, ni de enamorarse, ni de tener sexo, ni de comprar un auto o una casa. Lo único que desea es mantenerse en esa tienda de conveniencia. Que se vendan los productos de temporada. Que siempre esté el pedido a tiempo y suficiente. Que los empleados se comporten a la altura.
La vida sigue, los años pasan y la presión social aumenta. ¿Se casará? ¿Tendrá hijos? ¿Un trabajo serio? ¿Un amante?
Pero la protagonista no desea nada de esto. Sólo quiere trabajar en la empresa. Incluso se olvida de sus padres, de su hermana y de sus amigos. Lo que en verdad le preocupa es dejar de ser útil a la tienda y entonces sí que entrará en crisis.
Con todo, la vida de la protagonista comienza a ser incómoda porque cada vez más la gente la increpa por no tener un trabajo digno de su edad, un esposo y una familia.
Y mientras vive esta crisis, entra un hombre de treinta y muchos, cercano a los cuarenta que está allí con la esperanza de conocer una mujer. Es el mismo caso de la narradora, pero, naturalmente es un misógino y busca una mujer joven y es despedido de la tienda por acosar a las clientas. Cree, por supuesto, que las mujeres son un peligro y que él es un gran candidato. Y le dice algo que cambia la vida de la dependienta, que entre la Edad de la Piedra y la Edad Moderna, no hay ninguna diferencia. ¿Será así?
Sayaca Murata, La dependienta, Barcelona, Duomo Nefelibata, 2016. 162 páginas.