EL-SUR

Lunes 06 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Se acabó la pesca?

Efren Garcia Villalvazo

Junio 10, 2006

Seamos realistas: la pesca, como actividad productiva, llega a su fin. En el planeta, este recurso que ha sido pilar del desarrollo de muchos pueblos y piedra fundamental para el arranque de muchas civilizaciones, por fin ha sido sobreexplotado hasta llegar a un punto de no retorno. ¿Increíble, no? Quién iba a pensar que el mar, tan grande, tan profundo, tan lleno de peces, algún día iba a quedarse sin producción.
Es del conocimiento público que, desde hace años, se trae el pescado de Acapulco desde la ciudad de México, porque en Guerrero no se produce lo suficiente para cubrir nuestras necesidades. En los restaurantes es común la decepción al olfato cuando se cocina pescado: huele mal, a producto muy refrigerado. Y ni mencionar cuando llega el momento de probarlo. Poco a poco hemos cambiado una ventaja competitiva y hemos ido comprando los paquetes ultracongelados de mariscadas y de recortitos de los filetes buenos –que están en otro congelador, a otro precio– para atender a la clientela. Sí, es más barato, pero aunque en gustos se rompen géneros, no es mejor.
¿Dónde habrá quedado esa imagen que plasmó don Rosendo Pintos en su libro de Acapulco, de que a las 6 de la tarde en todo el pueblo flotaba el aroma del ojotón recién pescado friéndose para la merienda, acompañado de arroz a la morisqueta y frijoles negros?
Antes había tanta pesca que hasta deporte era. Ahora hay tan poco que más bien es un paseo marino al arrullo de un motor que perfuma la brisa con olor a diesel o aceite de 2 tiempos. Hace mucho que no voy, pero debe ser tan frustrante como jugar futbol sin porterías, o basquetbol sin canastas, o golf sin hoyos. No existe la mínima oportunidad de anotar.
Y ni hablar de la calidad del pescado; los buenos eran la sierra, el pargo, el huachinango, el guajo, la bonita, el marlin. Había hasta variedades de pargo: coconaco, dientón, colorado, y muy grandes, los de 5, 10 y 25 kilos no eran raros. Un jurel, aunque deseado como trofeo de pesca, no era considerado “bueno”. El barrilete ni siquiera contaba en las pláticas de café sobre la captura del domingo anterior. El pez vela contaba bien, pero nadie lo comía, se tiraba en el malecón.
Ahora hasta las vértebras con restos de carne son servidas como “morritos” en los restaurantes, y a muy buen precio. La primera vez que los pedí pensé que eran postas; cuando los vi y pagué me admiré de la capacidad del restaurantero acapulqueño para venderte caro algo que antes se tiraba. Sólo hacía falta inventarle un buen nombre. Y qué decir del ceviche; antes era de sierra exclusivamente. Ahora el popoyote es el rey. ¿No lo conocen? Imaginen un renacuajo superdesarrollado tanto en imagen como en textura de piel. De ese pez estamos hablando.
En este ambiente de agotamiento de un recurso tan importante como es la pesca, no se explica cómo es que un pescador de oficio crea que con más redes, más lanchas y más motores va a pescar más. Puede aumentarse la flota actual 10, 20, 30 veces, y ni así se va a pescar más; puede tecnificarse la pesca con ayudas electrónicas –ecosondas y navegadores por satélite– y ni así se va a pescar más.
El problema no es el método de captura, o la infraestructura, o el equipamiento. El problema es que el recurso está casi agotado. ¿Vale la pena tratar de salvarlo? No se puede estar regulando las capturas excesivas o por debajo de la talla legal por medio de inspectores de Sagarpa o el Ayuntamiento. No hay presupuesto suficiente para habilitar a todos los que se necesitarían.
Pero a fin de cuentas, los pescadores debieran ser los más interesados en conservar su propios recursos, sus propias fuentes de trabajo. ¿Porqué piden ayuda para acelerar al tope este proceso de extinción? ¿Se arrojan con ojos cerrados, voluntariamente, a un futuro sin pesca y se esfuerzan, con ayuda del gobierno, a capturar el último pescadito pescable el día de hoy? En el discurso de los pescadores se manifiesta una preocupación por el futuro de sus hijos, pero a la vista de los acontecimientos sólo queda pensar que es un argumento más para ganar un lugar en los medios impresos.
Alternativa la hay. Es la acuicultura, el cultivo de organismos acuáticos. Peces, moluscos, crustáceos, algas. Países de la Cuenca del Pacífico, como Japón, China y Corea, tradicionalmente grandes consumidores de pescado y ahora productores de mariscos y algas vía acuicultura, iniciaron hace años un proceso de sobrexplotación de los recursos pesqueros, de manera muy similar a lo que está ocurriendo ahora en México. Y llegó el momento en que tuvieron que dar el gran paso: convertirse de cosechadores-recolectores-cazadores del mar, lagunas y ríos, a sembradores y cosechadores de los mismos.
No fue fácil, por supuesto. Hubo que revolucionar y reinventar toda una cultura pesquera similar a la que tenemos nosotros. Del mar solo se sacaba producto. Era impensable introducir algo, para después criarlo, cosecharlo y consumirlo. Pero finalmente el proceso se dió y ahora hay espectaculares resultados.
Es el turno de México, y especialmente de Guerrero, de caminar dentro de esta nueva ruta que llevará a grandes resultados después de haber pagado un doloroso noviciado largamente aplazado. Ahora no hay opción. O se le entra, o se le entra. Ya algunos pescadores y cooperativistas han empezado, pero aún les falta. Requieren de mucho apoyo y de inversiones importantes para transferencia y desarrollo de tecnología, pero al final el resultado puede ser muy importante.
Si se quiere, digo, seguir teniendo pescado de la región. Si no, seguiremos trayéndolo de la ciudad de México, hasta que también se agoten las provisiones de lugares que de seguro están sobrexplotados.
Y la pregunta que sigue es: ¿Y después, ¿de dónde?