EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

Semana Santa en contingencia

Silvestre Pacheco León

Abril 13, 2020

 

 

Epidemias siempre ha habido en el mundo. La que más afectó a la vida de los mexicanos ha sido la viruela traída por los conquistadores en 1519, que mató al 90 por ciento de la población nativa. Y en cada caso, desde el ébola, la gripe porcina y el sida, la gente las ha encarado con los medios de los que dispone.
No se conoce ningún estudio que nos dé cuenta del cambio que estas pandemias han provocado en la conducta humana, lo cual nos indica que nuestro comportamiento hacia ellas seguirá siendo similar al que los guerrerenses tenemos frente a los temblores. Como en nuestro estado los movimiento de la tierra son tan frecuentes e intensos, los vivimos de las más diversas maneras, unos gritan y corren (aunque sea en su derredor), otros se hincan y lloran, algunos más rezan y muchos piden que suceda un milagro y se detengan.
Claro, los temblores suceden sin previo aviso para esperarlos preparados, pero como todos sabemos que son fenómenos naturales, los soportamos y punto, atropellándonos cuando tiembla.
Pero las epidemias y los terremotos que han provocado miles y hasta millones de muertos, tienen un seguimiento planetario que busca prevenirlas y controlarlas. Eso hace desde 1948 la Organización Mundial de la Salud, que informa y orienta a los gobiernos para tomar las medidas conducentes. En el caso de México donde tenemos un gobierno que, como nunca antes, se ocupa primero del bienestar de los que menos tienen, se ha visto urgido de superar las graves deficiencias con las que se encontró en el sector Salud donde también la corrupción sentó sus reales para imponer los intereses de las grandes cadenas de laboratorios y farmacias que coludidas con el personal médico y administrativo dejaron de lado el objetivo principal de prevenir y curar las enfermedades de los mexicanos para hacer negocios privados.
Ahora, contrariamente a lo que sucedía en los tiempos del neoliberalismo, cuando los gobiernos actuaban favoreciendo primero las iniciativas de los ricos, primero se ha fortalecido la economía de los más pobres para garantizarles los medios para su sustento a través de los diversos programas federales como la pensión universal, las tandas sin intereses, las becas y los apoyos para cultivar la tierra.
Mientras tanto, el contagio de la epidemia no se detiene en el país, y aunque ahora somos ejemplo en el mundo sobre su correcto manejo, hace falta esforzarnos en respetar las medidas preventivas para que su impacto sea menor.
Ya sabemos que lo anterior no es una tarea fácil y que puede más la vieja costumbre de vacacionar en la Semana Santa (ahora aprovechando la cuarentena) viajando para visitar a la familia, que guardarse en sus casas por una causa de fuerza mayor, sin reparar en que nuestra movilidad pone en riesgo a los propios parientes que uno quiere ver porque estando frente a ellos puede más el instinto natural de saludar y abrazarse que mantener una sana distancia.
En este tiempo de celebraciones religiosas hemos visto que muchos fieles creen que la pandemia es un castigo divino y actúan como si fueran ellos culpables de lo que sucede, pero en vez de cuidarse para ser ejemplo ante los vecinos, actúan siguiendo al pie de la letra sus tradiciones de salir a la calle en sus procesiones, creyendo torpemente que entre más riesgos corran será más posible que un milagro los salve.
Entre los visitantes y las personas que continúan saliendo a la calle por mera costumbre o por falta de información, se está creando el caldo de cultivo para que el coronavirus pueda llegar hasta los lugares más alejados, porque todos ellos, junto con quienes salen de sus casas para cumplir con sus obligaciones sustanciales, impiden que la estrategia diseñada para retardar y aminorar su impacto sea eficaz.
En Zihuatanejo mientras la autoridad local ha encontrado una manera ingeniosa y eficaz para informar de la epidemia a la población del municipio usando los camiones del servicio de recolección de basura para el perifoneo recomendando quedarse en casa después de sacar la basura, el puerto sigue recibiendo visitas como si fueran tiempos de vacaciones.
En Chilpancingo, en plena sede del obispado los fieles del barrio de la Santa Cruz pasaron por encima de las recomendaciones oficiales y también clericales durante el “triduo pascual” como Julio Hernández de Astillero nos recuerda que se llaman en la liturgia católica los tres días que duraron el sacrifico de Cristo.
Para evitar contagios sin sentido hace falta mayor empeño y coordinación de los tres órdenes de gobierno con medidas adecuadas para que todos respetemos la cuarentena y la sana distancia porque aunque no deja de ser loable la determinación de muchas comunidades que han cerrado sus fronteras a los visitantes, nadie sabe si el virus mortal se encuentra ya diseminado entre los vecinos.
Pero para quienes han sido respetuosos con la cuarentena y también para las mujeres y hombres que combaten la epidemia en el sector salud y en las labores sustantivas para que los servicios en nuestras casas no nos falten van nuestro respeto y reconocimiento por su labor para sacar adelante al país en estos días en que viviremos la etapa más difícil porque aparecerán los afectados por la llamada contaminación comunitaria.
El reto para quienes se han encerrado en sus casas es doble porque además de mantener la disciplina de no salir para evitar el contagio, en el interior conviene mantener el espíritu en alto, pues en la intensa convivencia familiar provocada por la cuarentena es normal que afloren las contradicciones que generan estrés en las familias.
El espacio que tradicionalmente ocupa la mujer se ve desquiciado por la presencia de quienes en la normalidad están ausentes durante el día. Entonces resulta natural que por las cuestiones más nimias (cambiar de lugar el jabón de la bañera, no saber usar adecuadamente los trapos de la cocina, creer que los demás disfrutan como nosotros las series de televisión y la música que nos gusta) los ánimos se alteren y aflore la violencia verbal que fácilmente escala a la física para llegar al estado de salvajismo donde la razón es desplazada por la fuerza.
Para no llegar a ese nivel de los animales salvajes, se recomienda la paciencia. Paciencia y tolerancia son las actitudes que en la cuarentena estamos obligados a desarrollar para sacar el mejor provecho del encierro.
Si logramos sobreponernos a los obstáculos de estar encerrados, uno de los logros que nos ayudará a cambiar el mundo será el espíritu compartido que habremos desarrollado para acometer las tareas comunes de levantar a nuestras familias con un entramado social fortalecido.