EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Señores, sálganse por favorcito

Humberto Musacchio

Marzo 17, 2016

Desde hace quince años se encuentra en manos extrañas el auditorio Justo Sierra o Che Guevara de la Ciudad Universitaria. Ahí se alojan algunos inquilinos que no pagan renta, funcionan taquerías y cocinas, se expenden cerveza y licores, imparten clases de baile, se vende droga, hacen fiestas de a tanto la entrada, se trafica con objetos robados y se ejerce la prostitución. Por si fuera poco, en el mismo lugar encuentran asilo los raterillos que operan en la zona en perjuicio de profesores y estudiantes.
Por supuesto no es el único foco rojo de la Ciudad Universitaria. Hay áreas donde la venta de drogas la controla una mafia que por la noche se repliega hacia el contiguo Pedregal de Santo Domingo, aunque como están las cosas, probablemente esos delincuentes ya hayan decidido quedarse en el campus, sea en tiendas de campaña o en los salones de alguna escuela o centro de investigación.
Todo esto se suma a los tradicionales grupos de porros que hostilizan, asaltan, golpean y agreden de otras formas a los estudiantes. Pero en este caso se trata de grupos institucionales que amparados en presuntas actividades de animación cuentan con apoyo de las dependencias universitarias ligadas al deporte. En otro tiempo eran las oficinas de futbol americano las que financiaban a los porros. Ahora es gente que algo tiene que ver con el equipo de futbol Pumas, que ha premiado a grupos de golpeadores con viajes a Argentina o España, lo que no es precisamente barato.
Por otra parte, diversos órganos del Estado han tenido desde siempre a sus agentes dentro de la Universidad. Las diversas policías y oficinas de inteligencia cuentan con gente colada tanto en los grupos políticos como entre los porros o presumiblemente ahora entre los elementos lumpen que ocupan el auditorio. Lo anterior es muy explicable, pues en una comunidad tan sensible políticamente como la universitaria, el Estado debe saber qué hacer en caso necesario, lo que desde luego no se hace público pero sucede por la necesidad del Estado de mantener la estabilidad.
Por supuesto, para que puedan operar los agentes del Estado se requiere de cierta protección. Eso quizá explique el hecho de que la policía aprehenda a un tipo con 50 grapas de coca, casi medio kilo de mariguana y otras sustancias prohibidas, y que una juez lo deje libre ¡por falta de pruebas!, lo que no sucedería si el detenido fuera un civil cualquiera.
Ante este avance de la delincuencia, sorprende la actitud de las autoridades universitarias, su pachorra. Se trata de evitar enfrentamientos, pero si las corporaciones policiacas quisieran cumplir con su deber, nada les impediría detener a los delincuentes fuera de las instalaciones escolares, pues no viven dentro de la Ciudad Universitaria, y si así fuera, suelen salir con bastante frecuencia.
Para identificar a los delincuentes no hay problema. Los propios policías infiltrados se encargan de esa tarea. Es parte de su labor, o por lo menos debe serlo. Pero la inacción policiaca ante la delincuencia lleva a pensar que los guaruras no están dentro del campus para investigar a los criminales, sino para identificar, amedrentar y eventualmente reprimir a los muchachos que hacen política.
Las declaraciones del rector Enrque Graue no pueden ser más decepcionantes. Ante el clamor de los universitarios por acabar con ese foco delictivo, lo único que se le ocurre al doctor Graue y sus paniaguados es “privilegiar el diálogo y buscar una solución definitiva”.
Es como si a cualquier persona se le mete en su casa un delincuente y el legítimo dueño invita al ocupante a dialogar para encontrar una solución definitiva: “Oiga, creo que usted se equivocó de domicilio. Aquí vivo yo con mi familia. ¿Sería tan amable de desalojar esa recámara para que mis hijos ya no duerman en la azotea?
“Por supuesto, querido invasor, no me urge. Tómese todo el tiempo que quiera, piénselo, recapacite. En el fondo usted no es mala persona, sino que la vida difícil que ha llevado lo orilló a incurrir en delito. Pero no se preocupe, vamos a privilegiar el diálogo entre nosotros, porque, ¿sabe usted?, no queremos problemas, somos universitarios… Bueno, usted no es más que un lumpen, pero está dentro del campus y le vamos a dar trato de iguales, porque no hay razón para pelearnos. Sabemos de la escasez de empleos y de vivienda y para la solución de tan graves problemas sociales la UNAM debe poner su granito de arena, ¿No cree, señor invasor?”