EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Septiembre 2018

Silvestre Pacheco León

Septiembre 30, 2018

Nace el día soleado. Las hojas de los árboles son brillantes y húmedas.
En el jardín, dos calandrias se disputan los insectos que han encontrado en una rama del almendro y festejan el hallazgo con su alegre gorjeo .
Es el mes de septiembre y el cielo en la mañana está pintado de azul infinito.
Las campanadas del reloj le ganaron hoy a los anuncios y cohetes con que despierta el día.
Es 14 de septiembre y, como hace cinco años, también es viernes, pero no hay anuncio de ciclón y tampoco indicios de lluvia.
Al medio día un zopilote ronda sobre el patio, y lo miro porque su sombra alerta a las gallinas que se avisan del peligro con su cloqueo de alarma que las hace quedarse quietas y expectantes.
El silencio que priva en el ambiente se interrumpe con el anuncio de lluvia.
Es el medio día cuando el trueno en el cielo sereno convoca a las nubes a juntarse, y parece que se despiertan amodorradas detrás de los cerros y luego, en un santiamén se juntan sobre el llano para llover, aunque no alcancen a cubrir los rayos del sol que alumbra los campos.
En septiembre todos los días llueve y las gotas caen del cielo desbocadas como flechas que se entierran en el suelo.
Después la lluvia cesa y el agua escurre por los caminos. Más tarde, durante la noche, o en la madrugada quizá vuelva a llover, pero la gente lo sabrá hasta el otro día, porque en éste mes llueve sin estruendo, como si el cielo se hubiera acostumbrado a la lluvia.
Ya ha cambiado el paisaje de la cañada, que ya no es verde solamente. En la planicie ahora es el color blanco espigado del maíz lo que destaca.
Las lomas donde antes se pastoreaban las yuntas comienzan a cambiar de color porque el pasto que se llama almorejo está madurando sus espigas cafés que con el sol parecen doradas.
En los carriles de las parcelas brotan las flores lila y naranja de las matas silvestres de los San Nicolás, avasalladas por las aguaturmas amarillas que nosotros conocemos como acauclis, hierbas de tallo delicado mientras están vivas, y firme cuando son secas, por eso se usaban para los cercos de gallineros en los traspatios.
En los cerros también el tono del color verde ha cambiado. El follaje de los arbustos va tornándose multicolor porque sus hojas y sus frutos están madurando.
Estamos en el festejo de colgar las milpas que es lo mismo que llevar la cuelga o el presente, para el festejado en su día.
Las familias hacen cruces de las palmas bendecidas en Semana Santa y, acompañadas de flores del campo hechas ramos, las ponen en las matas de maíz para adornar los elotes de las parcelas.
Es la fiesta que de Chilo Cruz, cuando las familias salen en masa rumbo a sus parcelas donde cosechan y asan los primeros elotes de la temporada.
Los más fiesteros van preparados para preparar el elopozole, llevan sus ollas con el chile guajillo ya molido, en las que cuecen el elote desgranado, ejotes y calabazas tiernas, todo mezclado, y no se necesita más para hacer la fiesta.
Desde la carretera todo el día se pudo ver el espectáculo de las parcelas adornadas con ramos de flores y tendidos de papel picado.
En Quechultenango hubo rezos recordando los desastres de la inundación y la muerte de dos paisanos que ocurrieron en esos días.
El fervor religioso se reforzó y los rezos a la Santa Cruz se hicieron en las capillas de los cuatro puntos cardinales que resguardan a la cabecera.

La dialéctica de la vida, riqueza y abundancia

Antes septiembre mostraba a los campesinos la dialéctica de la vida. Era el mes de la escasez y también de la abundancia.
La mayoría de las trojes quedaban vacías de la cosecha anterior destinada al consumo familiar. Los campesinos más acomodados y quienes hacían negocio con el grano esperaban el tiempo de la escasez para aumentar sus ganancias. Si prestaban un almud de maíz recibían el doble en la cosecha que ya estaba próxima.
Las familias dejaban de sufrir por falta de alimentos, pues el tiempo había llegado para cosechar las calabazas y sus flores, los ejotes y los elotes.
Entre la abundancia septiembre es el mes de las ilamas, esas frutas que abundan en la cañada, redondas y verdes con protuberancias, de pulpa blanca y delicada que se deja entrever a través de las grietas con las que anuncian que están maduras.
En el tianguis dominical de los pueblos hay gran variedad de camotes que se venden cocidos. Hay los populares llamados de vela, de piel rugosa y café, también los de cáscara blanda, amarillos y morados, que cocidos son de dulce natural.
En mi pueblo en estos días todo mundo busca el camote de tierra que es como la yuca sudamericana, blanco y cremoso que se acompaña con miel de abeja, todo un manjar que cuesta caro porque cada vez se encuentra más lejos y difícil de extraer.
El cacahuate en éste tiempo también se encuentra en su gran variedad de reciente cosecha, hervido y asado tiene un sabor sin igual por lo fresco, apenas sacado de la tierra.
Las ciruelas amarillas y rojas que les llaman arribeñas o peruleras, son también de éste tiempo y aunque vienen de otra región, inundan el mercado con su llamativa figura alargada y tan grandes como los limones criollos, con un gran hueso como semilla, y se come con su cáscara para saborear su exquisito y escaso jugo dulce, amarillo y lechoso.
Los quelites llamados tlalpantzin, pápalo, papaloquelite, cilantro, pipixa, tepalcacho, como el chupile o chepile todos sanos y nutritivos que antes eran la base de la alimentación en el campo, están listos para comerse en éste mes, junto con la varita o yerbasanta o tlanípatl y los aguacates criollos que bien acompañan a los tamales de frijol negro, mongo y ejotes, todos envueltos en hojas de maíz.
En septiembre con la abundancia de pastos también los rancheros aumentan su producción lechera que ante tanta competencia se ven precisados a transformar en productos como el queso, jocoque, crema y requesón.
En aquellos tiempos de la escasez y la abundancia, cuando los elotes eran tiernos, se molían sus granos para hacer tamales envueltos en sus propias hojas, y cuando sazonaban, sin llegar a ser mazorca, se agregaban a la dieta familiar las tortillas saladas y dulces, de camagua, cuya masa se hacía moliendo los granos en el molino de mano o directamente con el metate y el metlapil.
Se comía también el maíz fresco como antojo, desgranado y asado en el comal, aderezado con sal, epazote, chile y limón, del que se derivaron los ya populares esquites.