EL-SUR

Martes 30 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ser alcalde

Florencio Salazar

Diciembre 09, 2021

La legitimidad de la autoridad política se relaciona directa e indisolublemente con su aceptabilidad social. Luis. F. Aguilar.

Incuestionablemente el ayuntamiento es el orden de gobierno más cercano a la población. Los ediles representan al vecino, al barrio, a la colonia, porque ese es el medio del que surgen. Y por la misma razón, el ciudadano recurre a esa autoridad en busca de solución a sus problemas.
De las pequeñas cabeceras municipales y las comunidades campesinas incomunicadas a las ciudades medianas –con gran presión demográfica– y las más pobladas y comunicadas comunidades, se ha realizado un proceso de transformación de los ayuntamientos. Ahora disponen de un cuerpo administrativo profesionalizado y de presupuestos inimaginables en el pasado.
Sin embargo, la misión sigue siendo la misma: otorgar con eficiencia los servicios públicos, ordenar el crecimiento urbano, ejecutar la obra pública con sentido de colectividad y mantener el orden público. Además, recaudar los recursos por derechos y aprovechamientos; administrar las participaciones federales y organizar la participación vecinal. Se trata, pues, de administrar para desarrollar el municipio.
Ser alcalde de Chilpancingo (1983-89), ha sido una de las mayores satisfacciones que he tenido. En el desempeño de la responsabilidad el alcalde es administrador, gestor, legislador, juez de paz, líder social y autoridad política. Sólo el enunciado de las tareas, habla de la complejidad de la encomienda.
El deseo de servir conduce al alcalde a comprometerse a realizar obras que difícilmente podrá realizar. Y no son compromisos demagógicos. Ocurre que uno cree que sí se puede, pero cuando se advierten los ingresos viene la desilusión. Así me pasó siendo candidato del PRI. Ofrecía construir un nuevo plantel para la primaria Primer Congreso de Anáhuac y del Jardín de Niños Federico Froebel, edificios para el kínder de Petaquillas, la secundaria de Mazatlán y un CENDI para hijos de policías, que es el Octavio Paz, pero la tesorería no daba para tanto.
Transcurrido un año de mi gestión, fui a ver al Arq. Jaime Aguilar Álvarez, director general del CAPFCE, a quien conocía y traté en el CEN del PRI. No bien le comenté el asunto llamó a sus principales colaboradores y les dio instrucciones de atender mi solicitud. Cuando informé el resultado al gobernador Ruíiz Massieu me preguntó qué necesitaba: “El terreno para la escuela Anáhuac”. Me transfirió los recursos. Cuando notifiqué a los directores de las escuelas lo creyeron hasta que se los dijo el gobernador.
Con un parque de maquinaria pesada, recibido en comodato del gobierno del estado, se hicieron todos los caminos de los pueblos santos y otras comunidades. Y con el apoyo del secretario de Planeación, René Juárez, se electrificaron 26 pueblos y 32 colonias. También se construyeron ocho lecherías populares (cuatro en Chilpancingo y en Petaquillas, Mazatlán, Palo Blanco y El Ocotito).
Las calles que se pavimentaron hace 30 años ahí están: Abasolo, Madero, parte de Rayón, Canuto A. Neri, Arturo Martínez Adame y otras. La más importante pavimentación fue Juan Ruiz de Alarcón, desde su inicio hasta la esquina con Morelos. Pero algún alcalde la mandó cubrir con asfalto petrolizado. Si se levantara dicho asfalto, abajo esta la carpeta de cemento. En la pavimentación –y otros temas– tuve el cuidado de preguntar como debería hacerse, porcentaje de cemento, arena, espesor, etc. De modo que, al director de Obras Públicas, Ing. Arturo Jiménez (nombrado a propuesta de la Cámara de la Construcción), le señalé cuáles deberían ser las especificaciones y le advertí que auditaría la obra: “Arturo, no quiero que con las primeras lluvias, adiós pavimento”.
Pagamos las deudas de Capach con CFE (mantuve en su cargo al Ing. Román Jaimes, designado por mi antecesor y no tomamos un peso de esa empresa) y de Pensiones del Estado; duplicamos los ingresos por licencias de funcionamiento y piso del tianguis, sin dejar un centavo de deuda (también repitió el tesorero, Lic. Jorge Arrieta). Nos tocó administrar por primera vez la policía municipal, a los elementos sin casa les dimos lotes y pies de casa a trabajadores municipales en la Col. 20 de Noviembre. Y también fuimos el primer ayuntamiento que dio audiencias públicas en la Plaza Cívica, los jueves, a las 5 de la tarde.
Cuando iba a asumir el cargo, que lo hice en la Plaza Cívica con el kiosko de fondo, me dijo don Manuel Garza González con su acento norteño: “Imagínate que todos los días vas a tener frente a tu despacho una fila de 10 pelaos, y cada uno te va a pedir un balón, pero sólo tienes uno. Debes escoger bien a quien se los das, en el entendido de que quien lo reciba no te lo va a agradecer y que los otros nueve se van a acordar mal de ti. Pero eso no es todo: la fila no disminuye. Al día siguiente, otra vez estará la fila de diez”.
Ser alcalde deja muchas satisfacciones. Es cierto que los recursos son escasos, pero suficientes si se administran bien. Cuando pretendí ser candidato a gobernador en la elección interna del PRI (1999), en la presentación inicial de todos los aspirantes en Chilpancingo, dije: “Así entré al ayuntamiento y así saldré del gobierno del estado”, mientras me sacaba las bolsas vacías del pantalón. La fotografía la publicaron los medios.
El alcalde, la alcaldesa, no necesita saber todo, pero debe saber rodearse de los mejores. Temer al talento ajeno disminuye la capacidad de hacer. El ayuntamiento no es club de amigos y menos mafia. Es el mejor lugar para servir.