EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Si salimos con bien le llevamos flores

Silvestre Pacheco León

Noviembre 01, 2015

(Segunda de tres partes)

Cuando termino de subir la curva de loma del Toro y creo divisar la torre del santuario de papa Chuy en Petatlán, olvido por un momento la manda que me tiene caminando toda la mañana trayendo a mi memoria aquella plática que se cuenta entre pescadores sobre la vez que el maestro de la secundaria le agarró la palabra a su alumno que seguido lo invitaba a pescar.
Iban saliendo del muelle en la lancha cuando el maestro se encontró a un conocido que sorprendido de verlo en el mar, le preguntó a dónde iba.
–Voy a perderme unos tres días con éste amigo que me invitó, dijo el profe refiriéndose a su alumno que manejaba la lancha.
Quién se iba a imaginar que lo dicho en chanza por el maestro se hiciera realidad.
Cuando llegaron a la zona de los atunes, después de navegar como 20 millas desde la costa, el pescador realizó las maniobras del caso, echó el ancla por la borda y preparó los anzuelos con las cañas de pescar, contento de que al fin podría agasajar al profesor que lo había distinguido con su compañía.
Estuvieron un rato tratando de pescar algo con la cuerda hasta que el alumno decidió moverse de lugar buscando mejor suerte antes que el maestro se aburriera.
–Profe, nos vamos a mover de aquí, le dijo a su invitado que no protestó.
Pero entonces el motor no arrancó.
–¿Estamos en problemas?, preguntó el maestro a su alumno que jalaba la piola con enjundia tratando de que el motor arrancara.
–No’mbre, profe, no se preocupe, ahorita lo arreglamos, respondió el pescador que ya sacaba la herramienta y levantaba la tapa del motor.
(El profe había hecho fama en la secundaria Eva Sámano porque cuando aplicaba examen y descubría que un estudiante se esforzaba en copiar, le hacía la misma pregunta encontrado en falta: ¿Estamos en problemas?
Los chamacos habían terminado refiriéndose al profesor con la misma pregunta: ¿estamos en problemas?).
Pasada media hora de pelea entre el pescador y el motor, el profe nuevamente preguntó:
–¿Estamos en problemas?
–No se preocupe profe, así pasa luego, no se desespere, volvió a responder el pescador que buscaba meticulosamente el problema armando el motor y luego volviéndolo a desarmar.
Como el tiempo pasaba y el profe sólo veía la desesperación del lanchero, volvió a preguntar.
–¿Estamos en problemas?
–Sííí profe, ¡estamos en problemas!, respondió acongojado y lloroso el alumno.
Y efectivamente, el profe y su alumno estuvieron perdidos tres días en el mar, a la deriva.
Andaban ya en aguas internacionales cuando los rescató una patrulla de los Estados Unidos que los dejó en Acapulco.
Recuerdo que yo también me reía de aquella aventura cada vez que la oía, y todavía hoy me da risa como la primera vez que me la contaron, aunque venga penando por la carretera para cumplir con mi manda.
Ya nomás me falta llegar a Miyagua y siento que ya estoy en Petatlán. Calculo que si mis piernas no se me doblan en el tramo que falta, a las 2 de la tarde estaré en la iglesia dando gracias a Papa Chuy por el milagro que me hizo.
Porque realmente fue milagro el que vivimos, no tanto lo que hicimos para evitar que las olas voltearan la lancha, sino cuando la corriente marina nos llevó mar adentro a pesar de todo el lastre que le cargamos.
Bueno, nosotros pusimos todo lo que estaba de nuestra parte, porque ayudó haber llenado de agua las dos hieleras grandes y el depósito que trae la lancha para la carnada viva, pero claro que el milagro fue de Papa Chuy.
Cuando nos dimos cuenta del problema en que estábamos con el motor averiado, lejos de la costa, y en la oscuridad de la noche, mi primo me dijo todo afligido:
–Si salimos con bien le llevamos flores a Papa Chuy, primo.
–Si salimos de esta, primo, te juro que yo le voy a llevar flores a Papa Chuy pero caminando desde Agua de Correa, le respondí.

El lastre para hacer peso

Lo primero que pensé como riesgo para nuestra embarcación era en la fuerza de las corrientes marinas y en las olas, que en un rato podían llevarnos lejos de donde estábamos y hasta voltearnos por el desgobierno de la lancha.
Como la piola del ancla no alcanzaba llegar al fondo del mar para mantener la lancha segura contra las corrientes, se me ocurrió añadirle las varas de bambú que utilizamos para separar las líneas que usamos para pescar. Con el añadido a la piola le pudimos agregar unos ocho metros al ancla, pero ni así llegaba al fondo, de todos modos pensé que el ancla colgada también servía de lastre.
Pero esa noche el mar nos movió como quiso, y de eso nos dimos cuenta por los relámpagos de la tormenta, aunque en ése rato no se veía más que la oscuridad.
Cuando comenzó anochecer y nos convencimos que nada más podíamos hacer, mi primo y yo nos acomodamos en la lancha, cada quien con sus pensamientos.
Yo en partes rezaba pidiendo a Dios un milagro que nos salvara, y luego me ponía a pensar en mi familia, en mi mujer y en mis hijos, quienes posiblemente no me verían más; mi madre que estaría sufriendo por no verme, y también en lo feo que ha de ser morirse en el mar, devorado por los tiburones, o ahogado.
Me daba una desesperación nomás de pensar en que nos ganara el sueño y nuestra lancha se volteara, porque dormidos no tendríamos ningún chance de nada.
Por eso le dije a mi primo lo de turnarnos para dormir y estar atentos a lo que viniera.
Todavía hoy no sé bien si era una pesadilla todo lo que viví esa noche, sólo recuerdo que entre sueños alguien me exigía que resolviera si me quería morir ahogado en el mar o abandonado en la lancha, sin agua ni comida.
A ratos despertaba sobresaltado porque veía a mi familia que me buscaba llorando, que me querían encontrar aunque sea muerto para llevarme al panteón.
Después me quedaba despierto pensando en la angustia de mi madre y de mi padre cuando se hizo de noche y no me vieron llegar.
Me reprochaba a mí mismo la torpeza de haber dejado mi teléfono en la bolsa del pantalón, porque seguramente llamaban sin cesar tratando de localizarme.
Después me consolaba yo mismo pensando que a esa hora ya habrían encontrado mi teléfono y dado la voz de alarma entre los pescadores para que nos salieran a buscar, aunque sabía que si de por sí es difícil encontrar a un perdido durante el día, peor en la noche.
Conociendo a mi familia trataba yo de imaginar lo que estarían haciendo. Me imaginaba que ya habían ido al muelle para averiguar el rumbo que habíamos tomado y que ya los marinos hacían un plan de búsqueda considerando hasta la dirección que tuvo el viento el día que nos perdimos.
Con todos esos pensamientos mi reacción fue asegurar nuestras vidas en lo que duraba la noche, por eso nos agarró la congoja cuando vimos que en altamar comenzaba una tormenta.