EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Si Salinger no iba a escribir más relatos, alguien tenía que escribirlos por él

Federico Vite

Mayo 24, 2016

Para la edición de febrero de 1977, Gordon Lish, editor de la revista Esquire, recibió una orden directa de su jefe: Necesitamos publicar algo que dé mucho, pero mucho de qué hablar. Aquella tarde, Lish se embriagó reflexivamente. Fumó. Se dio al crepitante ocio creativo. Escribió un relato titulado For Rupert, with no promises. Apareció en la edición de Esquire sin firma.
El título, refiere Myles Weber, autor del libro Consuming silence: how we read authors who don’t  publish, está obviamente inspirado en Para Esmé, con amor y sordidez, de Jerome David Salinger. Muchas personas tuvieron la certeza de que se trataba de un nuevo relato del autor de El guardián entre el centeno. Y en realidad, Lish había hecho un breve ejercicio de imitación escritural.
La forma de encarar la anécdota de la narración y el ritmo de esa prosa pretendían, comenta otro conocedor del caso, el historiador Paul Alexander, dar la impresión de que había sido escrito por Salinger. Así que se trataba de una publicación inesperada, ansiada, sorprendente, pues Salinger no daba autorización para que se hicieran públicas algunas de sus historias breves. “Desde hace más o menos 12 años, los textos de Sal son guardados bajo llave”, explica.
Lo curioso es que hubo una verdadera explosión de interés por un cuento morboso; los ejemplares se esfumaron de los quioscos. La revista se agotó literalmente.
El cuento pergeñado por Lish inicia de la siguiente manera: “Si sigo hablando de Rupert en relación con lo celestial que es, pronto me vencerá la confusión. Y tanto yo como lo que quiero caeremos bajo el yugo de la pasión, y yo les he prometido a ustedes claridad. También le he prometido a alguien sordidez. Y ahora, lleno como estoy de escrúpulos y de prisa, de reverencia y de prisa, tengo intención de mantener ambas promesas, y de paso salvar a mi hermano y a todos los demás”. No, no suena a Salinger; más bien es un remedo de éste. El ansia por volver a leer a un monstruo sagrado, quizá eso pueda explicarnos la confusión.
Para el especialista en literatura estadunidense, Michael Silverblatt, alguien que ha cuidado y guardado su narrativa, como Salinger, no iba a sonar igual que antes, como había escrito en sus anteriores libros. Me parece que durante esa etapa de silencio, explica, su sensibilidad no habría tenido tiempo de remodelarse. “Un texto de él no iba a sonar a nada que nos esperáramos. Recuerdo que estuve pensando mucho en este texto. Me pasaría unos días engañado, pero después de hacer un par de llamadas telefónicas me quedó claro que detrás de ello estaba Gordon Lish, el infausto editor. A Lish siempre le interesó la literatura como infección. Es un tipo como Capitán Garfio: le gusta revolcarse en el barro. Es un hombre profundamente talentoso para la provocación. Sólo lo podía haber hecho un granuja. Hasta cuando está dando clase le dice a sus alumnos: ‘Estás al borde de un precipicio y vas a saltar. ¿Qué puedes hacer con la mismísima primera frase para llamar la atención?’ Parece más bien un consejo para alguien con necesidades afectivas. No veo la intención de darle coordenadas creativas a un par de chicos interesados en la escritura”, expone.
En términos generales, Lish aparece nuevamente como un patán. Porque su intención fue vender e insinuar que el texto era de Salinger. Finalmente, se trata de un mecanismo obvio para llamar la atención. Un ejercicio de autopublicidad, como lo veremos más tarde.
Cuando se publicó ese relato, realmente pocos creían que Salinger aún era un enorme objeto de admiración. Pues prácticamente todos los especialistas de este caso de marketing, más que de literatura, atribuyen el éxito en ventas de ese número de Esquire a la fama siniestra de un autor como Salinger, alguien capaz de evocar el miedo, la locura y la muerte con la misma tonalidad con la que se corea una canción de cuna. Sin escribir, vendió la edición completa. Es simpático imaginar a los compradores de esa publicación como un grupo de pornógrafos que se arrebataban los últimos ejemplares en un quiosco.
La versión de este hecho, en boca de Lish es más curiosa aún. Refiere que esa edición de Esquire tuvo una cobertura mediática enorme. Se especulaba que el relato había sido escrito por Updike o por Cheever, aunque muchos lectores siempre tuvieron la idea de que se trataba de Salinger. Esa fue la intención real: ver a quién lograban adjudicarle un texto así, lleno de morbo. Hubo un interés colosal, enfatiza, tanto en los noticiarios de televisión como en los de la radio. Esquire agotó la tirada. “Al cabo de tres meses le acabé contando a cierta gente que ese texto lo había escrito yo; esa gente lo contó después en una fiesta y así fue creciendo el rumor. De manera que me llovieron las críticas. La noticia de quién era el autor verdadero salió en portada en Wall street journal”, confiesa. Salinger, agrega, me hizo llegar, a través de aquella gente, que pensaba que lo que yo había hecho era absurdo y despreciable. “Y me dolió porque a mí no me parecía ninguna de las dos cosas. Lo que yo pensaba es que, si Salinger no iba a escribir más relatos, alguien tenía que escribirlos por él. Aquella ficción no me pareció un engaño, muy apenas fue un ejercicio de verosimilitud”, detalla Lish, quien años después seguiría en la palestra del mundo editorial de Estados Unidos, aunque esta vez como editor de uno de los autores más importantes de la literatura anglosajona: Raymond Carver.
Lish publicó, ya en los 80, What i know so far, una serie de cuentos que reúnen las dos parodias que hizo de Para Esmé, con amor y sordidez’: For Rupert with no promises y For Jeromé, with love and kisses.
El caso For Rupert, with no promises es uno de los tantos modelos que se siguieron para imitar, evocar o invocar la potencia terrible que anida en el trabajo de Jerome David Salinger, autor de una serie de textos que fascinan a locos y a no tan locos. Que tengan buen martes.