EL-SUR

Jueves 12 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

Sin Estado ni instituciones

Lorenzo Meyer

Noviembre 02, 2017

El título de esta columna se refiere a la esencia del último tomo de la trilogía de Enrique González Pedrero País de un solo hombre: el México de Santa Anna (México: FCE, 2017, 494 pp.), pero ¿la calidad de la vida política mexicana de hoy es realmente superior a aquella trágica y vergonzosa de hace 180 años? La interrogante puede parecer absurda; se supone que hace años que México superó las debilidades y errores del arranque de su historia como nación independiente. Sin embargo, si ahondamos en el tema, quizá nos veamos obligados a concluir que las debilidades, deformaciones y corrupción que caracterizaron a esa época de Santa Anna siguen con nosotros o han reaparecido.
Si bien se puede argumentar que en alguna medida errores, deficiencias y crímenes del siglo XIX fueron del tiempo y las circunstancias y no sólo del santanismo, ese argumento ya no es válido para comprender la situación actual. Los errores, deficiencias, corrupción y crímenes de hoy son responsabilidad plena de sus autores individuales y ya no de los tiempos ni las circunstancias.
Veamos algunas de las características centrales del México político examinado por González Pedrero. Dejemos de lado por el momento la polémica sobre la existencia misma del Estado. Adoptemos cualquier definición; no es difícil concluir que a mediados del siglo antepasado, en México el Estado sólo existía en el papel. Si el rasgo característico del Estado moderno es la capacidad institucional de monopolizar efectivamente la fuerza legítima para centralizar el ejercicio de un poder que en principio no es personalizado, sino ejercido a través de un aparato administrativo profesional y que engloba el grueso de las relaciones políticas en un territorio determinado, entonces eso simplemente no existía… pero tampoco en el México actual.
A mediados de los 1800 cada región amplió su autonomía hasta donde le fue posible, al punto que Texas se separó del resto del país y Yucatán se declaró independiente en 1841 y en 1846 y luego la “guerra de castas” mantuvo por medio siglo a regiones de esa península fuera del control gubernamental. Algo de eso se repite en la actualidad. Hace ya un buen número de años que la “fuerza legítima”, la del Estado –Ejército, Armada y policías– ha dejado de controlar regiones completas de México. Ejemplos sobran. En marzo de 2011 y a lo largo de varios días, Los Zetas, por venganza, llevaron a cabo una matanza de entre 28 y 300 personas y la destrucción de sus viviendas en Allende, Coahuila, y sin que ninguna autoridad formal quisiera o pudiera hacerse presente para impedirlo (Ginger Thompson, www.propublica.org/article/allende-zetas-cartel-masacre-y-la-dea). Hoy, la policía estatal y federal puede llegar a Las Varas, Chihuahua, e imponer su autoridad, pero sólo temporalmente pues en cuanto se marchan, La Línea y el Cartel de Sinaloa vuelven a disputarse el control de esa zona que, en realidad, es de nadie (Proceso, 05/07/17). Historias similares ocurren en Tamaulipas, Sinaloa o Guerrero, por mencionar otros casos.
Pasemos a instituciones concretas. Entre 1825 y 1857 hubo en México 16 presidentes, 33 jefes de gobierno provisionales, la Secretaría de Guerra cambió de titular 53 veces, la de Asuntos Exteriores 57, la de Gobernación 61 y la de Hacienda 87. Y de esos cambios, 91 tuvieron lugar en sólo tres años ¡justo los años de la guerra de México con Estados Unidos! Las instituciones eran meros cascarones vacíos. De 1988 a la fecha la PGR ha tenido 15 titulares pero su falta de eficacia sigue sin cambio. Con o sin fiscal de la Fepade, los delitos electorales son evidentes y siguen impunes. No hay institución.
En el santanismo el Ejército fue un actor central y totalmente inmiscuido en la política, con frecuencia, a invitación de alguna de las facciones en pugna. Hoy el Ejército ya no es actor político directo, pero de nuevo y por exigencia de las autoridades civiles, desempeña papeles que no le son propios y con resultados nada positivos. Por otro lado, cuando el ejército de Santa Anna se confrontó con otra fuerza armada profesional –el invasor norteamericano–, no pudo contenerla. En la actualidad el enemigo armado no es externo sino interno: el narcotráfico. Entre 2007 y 2016 se registraron 3 mil 921 choques entre Ejército y grupos criminales (cifras de la SDN, La Jornada, 13/05/17). En prácticamente todos los casos el Ejército se impuso y, sin embargo, el adversario sigue en pie y su actividad ilegal continúa prosperando. En la “guerra contra el narcotráfico” autoridad que no se impone, pierde.
La corrupción de ese México sin Estado, régimen o instituciones de los 1800, era evidente. A Santa Anna, tras perder una pierna, se le llamaba el “quince uñas” y se decía que tenía a cinco mil personas al cuidado de sus propiedades. De nuevo, hoy la corrupción se mantiene como elemento central del espacio público. Y la lista de males comparables entre pasado y presente puede seguir: la desigualdad social, la desconfianza en la impartición de la justicia, la insuficiencia de la recaudación y la recurrencia a préstamos y endeudamiento, la manipulación electoral, etcétera.
Mucho ha cambiado México en los dos siglos pasados, es natural. Lo que ya no es natural y si desesperante y desmoralizador, es comprobar lo poco que ha cambiado en las esencias de su vida pública.

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