EL-SUR

Sábado 22 de Marzo de 2025

Guerrero, México

Opinión

Sin maíz no hay país y peor sin campesinos

Silvestre Pacheco León

Enero 13, 2025

Lo mismo que sucede cuando llega la fecha de la fiesta patronal en Quechultenango, que coincide con una pausa en los cultivos del temporal, ocurre igual con las fiestas de fin de año, porque en los dos casos todos buscan desocuparse para participar en ellas. En el primer caso dando la última escarda a la milpa, cuando el crecimiento de cada mata se ve en que ya echó cañuela y se ocupa solo de crecer, aprovechando el terreno limpio y la fuerza del fertilizante inyectado en su pie. En el segundo caso, la cosecha del maíz, que inició el 20 de noviembre, concluyó en diciembre cuando comienzan las mañanitas en homenaje a la virgen de Guadalupe.
La fiesta de Navidad y Año Nuevo llega con la mazorca de la cosecha amontonada en los patios de las casas y los almuerzos que se acompañan con el atole de maíz blanco recién cosechado y las torrejas de pan sobado cocido en los hornos de las panaderías de las tías Oliva, Heleodora y Altagracia, endulzadas con panocha que se elabora de las moliendas de caña que se cosecha en Juxtlahuaca.
Después del receso de las fiestas se reanuda el trabajo de seleccionar la mazorca que se destina a pagar las deudas y la parte que se guarda para ir comiendo durante el tiempo que tarda la siguiente cosecha.
La mazorca destinada al pago de las deudas y a la venta para sufragar los gastos se cosecha sin hoja, “deshojada” o “pelona”, como también se le dice, para facilitar su desgranado
Cuando se cosecha la mazorca deshojada se pierde el “totomoxtli” que se ocupa y suele guardarse como alimento del ganado, prensado y formando grandes bultos que se llaman “toritos” y facilitan su acarreo y almacenamiento, protegido de la lluvia y la humedad.
De toda la cosecha siempre se separan las mazorcas más descriadas y chiquitas junto con las que tienen muchos granos “popoyotes” o podridos. Esas mazorcas se llaman “molquites” y se aprovechan para el alimento y engorda de los animales domésticos.
Para desgranar las mazorcas se usa una “olotera” que es un accesorio hecho de “olotes” como se le llama a la parte sólida del centro de la mazorca donde nacen y se enraizan los granos. Sobre esa rueda se tallan las mazorcas y así se despegan los granos.
El ruido peculiar de las oloteras es característico a principios del año nuevo e indica el lugar donde se está desgranando mucha mazorca, generalmente en las casas de los prestamistas o de quienes tienen mucho terreno de siembra. Los prestamistas o usureros son quienes financian al campesino que siembra y que carece de fondos para los gastos del cultivo. Ellos y quienes siembran para comercializar su cosecha son los únicos que ganan en el negocio del maíz. Los usureros porque llueva o truene o relampaguee, prestan al “tiempo” al dos por uno. Por un “almud” que son doce litros de maíz, el deudor tiene que pagar dos almudes cuando cosecha en un período de tiempo que no llega a medio año. Así de alto es el precio del dinero y el grado de dependencia que caracteriza al campesino que trabaja en una parcela que pocas veces pasa de tres hectáreas.
El desgranado de la mazorca corre todo a cuenta del campesino deudor y en el pueblo son contadas las personas diestras en el desgranado, hombres y mujeres que trabajan a destajo, negociando a determinado precio el almud de maíz, la anega o la carga que son 12 litros, 12 almudes y 24 almudes, respectivamente.
Después del desgranado queda el trabajo de guardar la mazorca que se cosechó con todo y hoja y se conoce como “hojada”.
La mayoría de los campesinos guardan su mazorca “hojada” acomodándola por capas apretadas y juntas para que no guarden aire. Ese método se llama “encajillado”, que es muy distinto a encasillar.
El encajillado de la mazorca “hojada”se levanta en una superficie plana, generalmente aislada del suelo para evitar la humedad, poniendo como base un empedrado.
Antes eran las trojes las de uso generalizado para guardar el maíz desgranado que consistía en una construcción de bajareque embarrada y revocada con barro, levantada en estacas y totalmente cerrada con una boca en la orilla inferior que era la de un cántaro de barro y de ella el maíz iba sustrayéndose conforme se iba necesitando.
Así transcurría la vida campesina en todos los pueblos hasta la década de los años sesenta, siempre supeditada al usurero intermediario, hasta que el desarrollo de la industria en la ciudad requirió de mano de obra no calificada y barata.
Los campesinos de mi pueblo fueron de los primeros braceros que viajaron a los campos del norte a la cosecha del algodón descubriendo que había otra realidad más allá de los cerros que lo rodean.
En la medida en que los jóvenes han tenido acceso a la educación y encuentran una opción para dejar de depender del trabajo manual, lo primero que hacen desde hace cincuenta años es alejarse del campo, de lo extenuante del trabajo y de lo mal pagado que está, máxime si se fijan cómo la ganancia de su esfuerzo la acaparan los prestamistas e intermediarios y no hay padres de familia que se opongan a esa aspiración.
Recuerdo que durante las tareas más pesadas del cultivo de maíz, cuando los jóvenes y adolescentes ayudaban en esas labores, en dos meses se veían sus cuerpos estregados por el trabajo, requemados por el sol, mal comidos y extenuados por tener que levantarse de madrugada para pastorear las yuntas a pesar de la lluvia y el frío.
Con esos antecedentes que se vivían en la sociedad rural nadie en su sano juicio quería esa vida para el futuro propio ni el de sus hijos. Por eso recuerdo mucho el detalle del médico pasante que en una asamblea pidió a los campesinos que levantaran la mano los que querían que sus hijos tuvieran el futuro de ellos y salvo uno, todos se quedaron con la mano bajada, y cuando preguntó al osado las razones dijo, yo sí quiero que mi hijo sea campesino porque si no, ¿a quien le voy a dejar mis parcelas? Y agregó, claro que si él no quiere tampoco lo voy a obligar y mejor que estudie aunque sea para doctor, concluyó entre risas de todos los presentes.
Lo anterior es para hablar de la situación de los campesinos, de sus aspiraciones y de las dificultades que hay para alcanzar la autosuficiencia y soberanía alimentaria.
Pero seamos claros respecto a la inconformidad de los productores norteamericanos de maíz ante nuestra pretensión de no comprarles más su grano porque perjudica nuestra salud.
La disputa contra los norteamericanos es por el maíz amarillo, forrajero, que ahora importamos en grandes cantidades porque en México no se produce, y convengamos que nuestra riqueza la componen todas las otras clases de maíz que se cultivan y consumen y se prefieren por su sabor, pues las propiedades nutricionales que tiene el grano son independientes de su color.
Sin embargo no creo que haya alguien en México que esté en desacuerdo con la idea de la autosuficiencia y la soberanía, porque todo parece ser solo una aspiración mientras no se vea un plan convincente para lograrlo, porqué ¿quien va a ser el sujeto histórico capaz de alcanzarlo? En cabeza de quién podría caber la idea de cultivar la tierra sembrando un grano que se vende por debajo de su costo de producción por muy patriota que sea.
Aquí es donde el Estado choca con el mercado, y si quiere dominarlo deberá atender la política de los costos de producción. Las nuevas generaciones tienen que volver a aprender el arte de seleccionar las semillas y hacer germinar los granos, ayudando a que la planta crezca sana y se reproduzca a toda su capacidad.
La otra batalla será de tipo cultural, que las familias dejen de sustituir nuestros maíces, que no piensen ni crean que el nuestro es el maíz amarillo como el tostado que consumen en el desayuno o los elotes que brillan con el color del sol en los anuncios hasta oficiales.
No hace mucho presencié el caso de un adolescente que buscaba afanoso con su mamá un elote en la plaza de Tepoztlán y caminaron una cuadra hasta donde estaba el puesto, preguntaron el precio y cuando la vendedora les mostró el producto para que escogieran, el muchacho casi se asustó porque miró que eran elotes blancos y gorditos con maíces más grandes que los normales, y casi los rechazó hasta que quienes los degustaban lo animaron a que probara. Entonces se convenció de que esos elotes eran reales, pues como decía el patricio cubano José Martí, si nuestro vino es agrio, que importa, es nuestro vino.