EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Sloane Simpson en Acapulco

Anituy Rebolledo Ayerdi

Mayo 27, 2021

 

La Reina de Acapulco

Reina de Acapulco fue el título otorgado a Sloane Simpson por sus muchos amigos extranjeros, agradecidos por sus atenciones personales así como por la prestación de servicios permanentes, relacionados estos con sus propiedades en el puerto. Como directora de Relaciones Pública de la empresa Braniff International Airways participó en la campaña más agresiva, jamás intentada después, para traer turismo de todo el mundo al puerto.
Miembro de linajuda familia tejana, Elizabeth Lorenson Simpson, su nombre de pila, estudia en colegios privados e incluso conventuales. Es comentarista de radio, televisión y columnista de revistas femeninas. Un día viaja a Nueva York para incorporarse a la famosa agencia de modelos John Powers, conocidas como Las chicas del talle largo. Ha abreviado su nombre al Sloane, de su padre, manteniendo el apellido paterno.
Las publicaciones llamadas “del corazón” hablarán más tarde del flechazo recibido por el alcalde de Nueva York, William O’Dwyer (1946-1950), al conocer a la modelo Sloane Simpson. Habría ocurrido durante un desfile de modas de la célebre directora de modelaje Eleonor Lambert, cuyo celestinaje permite al alcalde bisnear a las modelos “como Dios las trajo al mundo”. Al poco rato:
–¡Oh, my God!, ¡oh my God!, ¡ oh my God! –lanza aquél hombre un jadeante alarido para luego limpiarse la mano pegajosa con el pañuelo–.

La modelo y el político

Ella, 29 años, morena, esbelta, chispeante y hermosa. El, según las crónicas sociales, “un hombre increíblemente guapo y de legendario encanto no obstante sus 59 años cumplidos”. Vendrá enseguida el novelesco romance entre la modelo y el político, como los bien conocidos en México con el quiebre de las finanzas nacionales. No obstante que la pasión se desborda, la boda tendrá que esperar a la reelección del alcalde. Cuando esta se celebre, en 1946, la felicitación más comentada será la del presidente Harry S. Truman, demócrata como O’Dwyer. Ya instalados en la residencia oficial, las fiestas ofrecidas por el alcalde y la primera dama devolverá a la jaisosaiti neoyorkina el orgullo entonces disminuido de ser la más selecta y opulenta de Estados Unidos.
Gloria efímera pues ocho meses más tarde sobrevendrá el derrumbe. Un escándalo relacionado con la corrupción policíaca obliga la renuncia del alcalde O’Dwyer. El presidente Truman lo salva del escarnio al nombrarlo embajador de Estados Unidos en México.

Los embajadores

El embajador O’Dwyer y su esposa Sloane Simpson –anota una crónica periodística de la época– se convierten en la pareja más celebrada del mundo diplomático y por lo mismo la más fotografiada en diarios y revistas. Muy pronto, sin embargo, la pareja será pasto de las hablillas maliciosas acusando una falsa armonía conyugal. Se culpa al horny o heat. Y lo era. Ocho meses más tarde sobrevine el colapso, pero la separación esperará al término de la misión diplomática. Sloane promueve el divorcio ante tribunales mexicanos y lo obtiene en 1953 para luego viajar a España. Diez años más tarde, ya radicada en el puerto, la dama asistirá al funeral de su ex marido en el cementerio estadunidense de Arlington, víctima de un infarto a los 74 años.
Hueseando en Hollywood, Sloane Simpson y Grace Kelly llegaron a consolidar una sólida hermandad bajo la promesa de solo casarse con millonario o miembro de la realeza. Será Grace, precisamente, quien le eche la mano a Sloane cuando vuelva de España decidida a conquistar la Meca del Cine. La Kelly estaba entonces en la cima del mundo como ganadora del Oscar de la Academia de Cine y el Globo de Oro por la película Angustia de un vivir (1954). Dos años más tarde cumplía su promesa de casarse con un príncipe, Rainero de Mónaco, unión que la convierte en princesa. La Simpson, por su parte, con apenas dos películas, La ciudad desnuda y La guerrera del vicio, dirá adiós a Hollywood por no ser el cine para ella.

Sloane en Acapulco

Luego del robo de joyas con valor de más de 5 mil dólares en su departamento de Manhattan, Sloane Simpson decide aceptar un trabajo en Acapulco. Atenderá la tienda de regalos del hotel Pierre Marqués y lo hará por poco tiempo pues será nombrada directora de relaciones públicas de Braniff International, aquí mismo. Tiempo en el que vivirá un tórrido romance con Mario Rivas, propietario de hoteles del puerto y de la ciudad de México. No podrá cumplir su promesa porque el millonario era casado.

Sloane y el columnista

Desempeñándose quien esto escribe como director de Relaciones Públicas del Ayuntamiento de Acapulco, encabezado por Febronio Díaz Figueroa, recibe un día una carta remitida por la señora Sloane Simpson. Corre el mes de octubre de 1976.
En su misiva, un medio de comunicación nada extraño entonces como lo sería hoy, la dama me pide propiciar un encuentro con el alcalde Díaz Figueroa. Nada sicalíptico, simplemente quejarse del director de Limpia quien no atiende la recolección de basura de su calle, enfadado quizás por sus frecuentes quejas telefónicas. Acusa: el director del Fideicomiso Acapulco vive aquí abajito y sin embargo su calle luce impecable.
La señora Simpson habita su propia residencia construida por el arquitecto Ricardo Rojas, a la que ha denominada Villa del Árbol por tener cerca un enorme laurel de la India. Son sus vecinos la señora Jaqueline Petit, famosa como La reina del jetset acapulqueño, el señor Philippe Haussmann y Juan Gabriel, el mismísimo Divo de Juárez.

Sloane y Febronio

El encuentro entre Sloane y Febronio se da en la neutralidad de una cafetería de la avenida Costera. El viejo marxólogo de la UNAM es presentado a la ex modelo y por costumbre le coquetea. Ella, sin más va al asunto. Lo expone con detalles para concluir en un hecho que inquieta a su vecindario: el carretón, “como lo llaman aquí”, no pasa por su calle hace tres meses.
El acalde explica con parsimonia los graves problemas de Acapulco y entre ellos, naturalmente, el de la limpieza. Detalla el número de trabajadores con que cuenta el departamento de limpia, enumera las unidades motoras en servicio e incluso las paradas por carecer de llantas o carburadores. Lo mismo hace con el número de carretillas, rastrillos y escobas aprovechando el tema para recomendar “las escobas de varas, que son una maravilla para la tierra suelta”. Su conclusión: “mal que bien, ahí la llevamos”.
–Me perdona señor presidente municipal pero no comparto su optimismo. Acapulco no está limpio y no hablo de barrios y colonias sino del Acapulco que ofrecemos a los visitantes del mundo. Si usted gusta, señor, ahorita mismo podemos dar unos cuantos pasos sobre la Costera para comprobarlo… Y perdóneme que le parezca egoísta pero quiero volver a mi queja. Traigo, señor, la anuencia de mis vecinos de La Condesa de ofrecer a usted un pago adicional para que la basura se levante todos los días.
–Como le digo, bella y distinguida dama, la gente cree que los políticos nos la pasamos diciendo discursos mentirosos y robándonos el erario público. Usted es una muy distinguida visitante y por ello desconoce nuestra realidad. Lo mucho que hacemos todos los días para resolver los problemas del puerto, particularmente el de la limpieza.
–¡Está usted equivocado, señor presidente municipal, pero no soy una “distinguida visitante” como usted dice. Hace 10 años que finqué mi hogar en Acapulco, es decir, mucho antes de que usted llegara al puerto como servidor público. Aquí está mi casa, mi trabajo, mis amigos y por ello me duele que se hable tan mal del puerto por la deficiencia de sus servicios públicos
–Así es la gente, señora, habla por hablar sin conocer muchas veces la realidad de las cosas…
–¡Ese no es mi caso, señor presidente municipal! Seguramente usted ignora que fui esposa de William O’Dwyer, cuando era alcalde de Nueva York. Que estuve muy cerca de él en la solución de aquellos sí gigantescos problemas citadinos, siendo el de la basura acuciante, sin duda, pero nunca avasallante. Y con esto termino, señor, no sin agradecer su paciencia, lo mismo que la generosidad de Anituy por propiciar este encuentro. Me despido esperanzada de que el “carretón” pasará diariamente por La Condesa.
–Me dio mucho gusto conocerla distinguida señora. Espero que estemos inaugurando una serie de encuentros tan aleccionadores como este.

Colofón: Algo molestó a Febronio de aquel encuentro o algo le comentó Díaz Rubio, el jefe de Limpia, su sobrino, el caso es que el carretón sólo pasó regularmente por la Condesa durante diciembre y eso por los aguinaldos.

Sloane, otra vez

–Anituy, soy Sloane –me dice por teléfono y su voz se escucha angustiada–. Otra vez molestándote y otra vez se trata de tu jefe. Que intervengas, por favor, para que Febronio no siga insistiendo en que la princesa Grace de Mónaco vendrá a Acapulco para abrir un espectáculo titulado Fiesta del Fuego, organizado por el Ayuntamiento en beneficio de los Bomberos. Anoche hablé con Grace y muy acongojada me pidió desmentir la absurda e insidiosa falacia que puede tráele graves consecuencia familiares y sociales. Ayúdame, Anituy, pues no deseo volver a encontrarme con Febronio. Un hombre que en solo minutos arraigó en mi la convicción de que si todos los comunistas son como él, el comunismo jamás gobernará en el mundo. ¡Por favor!

La Fiesta del Fuego

En efecto, el alcalde Díaz Figueroa había caído en el garlito de una dama presumiblemente gringa y de no malos bigotes que se decía asesora de la empresa Disney. Le vende una denominada Fiesta del Fuego a beneficio del cuerpo municipal de Bomberos, un evento con la participación de celebridades del cine e incluso de la realeza europea y entre estas la princesa Grace de Mónaco. Los primeros boletos para la fiesta, cotizados en 5 mil pesos por persona, los había adquirido el licenciado Miguel Alemán Velasco.
Sucederá lo predecible. La gringa pelea con Febronio y desaparece llevándose seguramente una buena talega de billetes. El columnista pensará entonces, inocentemente, estar libre del encargo de la señora Simpson.
¡Pero qué va! Sin aceptar ser víctima de un vil engaño, el alcalde dispone que continúe la organización de la Fiesta del Fuego y que ahora se encargue de ella Anituy, el director de Relaciones Públicas:
–¡¡¡Quequequeeé!!!, me dije, sacado de onda, y sin pensarlo dos veces en aquél momento presenté mi renuncia irrevocable. Asumiendo en todo la sentencia mexicana que dice que sólo los pendejos renuncian al erario público.

Sloane, el final

1989. Tan quebrada como el propio Acapulco, Sloane Simpson vende casa y boutique para regresar a su casa en Dallas, Texas. Allá muere víctima de cáncer del único pulmón que le quedaba, a los 80 años.