EL-SUR

Martes 16 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Sociedad civil

Florencio Salazar

Septiembre 17, 2019

Al Grupo ACA, que se encuentra entre el abismo y sus altas olas, por sus próximos 50 años.

La sociedad civil (SC), es tan antigua como la filosofía misma. Para los fines de estas notas, observo a la SC como el salto que dan grupos de personas que anteriormente han sido conocidas como organizaciones no gubernamentales (ONG).
Para Ricardo Raphael causa principal de la organización social es el razonamiento público, que ocurre –citando a Amartya Sen– en tres momentos secuenciales: i) un vigoroso flujo de información libre de censura; ii) la deliberación colectiva de las razones informadas; y, iii) cuando las ciudadanas participan de la decisión, a través de las organizaciones sociales, en la opinión pública o individualmente (Nostra Ediciones, 2007).
La SC es sustantiva –igual que los partidos políticos– de la democracia. Pero a diferencia de los partidos, su madurez se desarrolla a la par del crecimiento cívico de la población, pues “el fortalecimiento de la democracia se basa en la cooperación entre el sector público y la sociedad, y esta colaboración suele ocurrir en el marco de las organizaciones sociales”. (Cartilla ciudadana, Enrique Florescano [coordinador], FCE, 2015).
Lo anterior corresponde a la amplitud colaborativa de la SC en actividades públicas como puede tener el ciudadano: unas, en diversas obras sociales; otras, en actividades en defensa de derechos humanos y ambientales; y otras más, como observatorios para medir la calidad de la democracia, la impartición de justicia, la transparencia y rendición de cuentas gubernamentales.
En la SC los liderazgos suelen ser espontáneos y se formalizan durante el cumplimiento de las tareas asumidas. Se participa por propia voluntad y en la medida que se consolidan inevitablemente crean estructuras directivas. Son órganos de gestión, cuyos miembros no viven por ni para esa labor, pero le dedican responsablemente su tiempo disponible. El riesgo natural de las organizaciones civiles es el protagonismo de algunos de sus representantes, que en ocasiones pretenden situarse en el mismo nivel de las autoridades; individuos que llegan a acumular poder y “quieran retar al Estado” (El Estado en busca de ciudadanos, Lorenzo Meyer, Océano, 2005).
A diferencia de los frentes empresariales, que presionan para obtener beneficios por la vía de contratos o la disminución de cargas fiscales, la SC no busca obtener utilidades económicas. Al contrario, contribuye. En países desarrollados, por ejemplo, se ocupa del mantenimiento de espacios públicos y hasta de la construcción y sostenimiento de museos y universidades. En ellos se ve a la SC como cooperante y son bienvenidas. Malas noticias para la democracia cuando la SC es mal vista e incluso sus organizaciones son descalificadas por el poder.
Sería ideal que estas organizaciones se multiplicaran como hongos. Sus integrantes aportan talento, conocimiento, tiempo y recursos, en temas que ciertamente son molestos para el poder. Ese es su papel: poner semáforos rojos en donde las cosas no marchan bien. Los gobiernos deben apreciar las llamadas de atención y revisar sus políticas públicas.
La SC avisa sobre la grieta de una presa: se sellan oportunamente o revientan arrasando todo a su paso. Así ocurrió en la caída del presidente de Egipto, Hosni Mubarak (11 de febrero, 2011). Es decir, hay que atenderla como vectores de problemas, por lo cual hay que resistir la idea de falsificarla. Es mejor la colaboración de las SC que rechazarla.
Los partidos políticos pueden beneficiarse de la SC con el seguimiento de sus propuestas e inconformidades. Incluso, podrían reclutar algunos de sus líderes y con ello refrescar su organización, pero evitando la cooptación demagógica, que decepcione o pervierta. La SC es un semillero de los llamados líderes naturales, que puedan trasladarse a los partidos cuidando que el trasplante sea apropiado, pues la planta se seca o se vuelve venenosa.
El instrumento propio de la SC es la gestión y si bien actúa conforme a una agenda propia, inevitablemente forma órganos de intermediación. En los sistemas autoritarios imperan las jerarquías, convergen hacia el líder supremo. El pueblo es la sustancia de todo. En el autoritarismo se gobierna en su nombre; en la democracia también, pero en ella el pueblo, la SC, es factor de control efectivo.
Quienes estamos interesados con la multiplicación de organizaciones de SC no debemos desesperar por la intemperancia de algunos de ellas o el protagonismo que pudieran asumir.
Siempre será mejor la discusión que alerta, que el silencio que complace.